Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
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lunes, agosto 22, 2005
Imágenes
Una brisa helada que se cuela por la sombría vereda roza las mejillas y provoca estremecimientos. Un grito tardío: ¡Cuidado! La multitud camina entrechocando hombros, a veces pidiendo disculpas, otras pasando de largo. María Ernestina Gómez cruza la calle con su hijita. Microbuses compiten por cortar boletos y llegar antes a destino. Semáforo cambia de luz, de amarilla a roja. La lluvia se anuncia de nuevo. Hernán Carrasco, vendedor de maní, baja la vista mientras tuesta su producto en la esquina. Sergio López Arias, desocupado, compra una entrada para la próxima función de Los cuatro fantásticos. Dos escolares conversan de pie, afirmadas en las manillas de los respaldos de los asientos de la micro veloz. El chofer Braulio Ocaña aprieta el freno, imagina lo peor. Dos cuerpos revientan en la calzada. Uno más acá. Otro más allá. Jennifer, la más baja de las dos, solloza tímidamente: la han dejado. Viviana Orrego compra un paquete de 300 pesos, calentito. Carrasco se lo entrega y mira sobre el hombro de la mujer. Grita ¡cuidado! Tres palomas levantan vuelo con el estampido. Kenita, la más alta, se suelta y vuela hasta golpear a Montenegro, obrero de brazo fuerte. López Arias se da vuelta al oír un ruido, antes de meterse al cine. Ulula una sirena. Jennifer reemplaza su pesar por uno nuevo. La multitud se arremolina. "¡Pobrecita!". El cabo Ovalle detiene el tránsito y el cabo Verdugo va por dos plásticos azules que cubran los cuerpos. Imágenes reemplazan los viejos argumentos. Gritos de locura y de terror maldicen a Ocaña. Unos hablan con otros. Comentan en voz baja, excitados. Y miran antes de que lleguen los plásticos. Yo uno de ellos, observador invisible, desfilo entre la carne, sobre el cemento, a través de las vidrieras.
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1 comentario:
Te leí hace un par de días. Me recordó a uno de los cuentos de "Santiago en 100 palabras", no sé si ganador o con mención honrosa. Trata de lo mismo, pero haciendo uso restringido de los elementos expresivos. ¿Cuál es más meritorio? En lo personal prefiero los espacios vacantes delegados a la libre interpretación del lector. Abrir y fundar, nunca dejar concluso.
Saludos, Sr.
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