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martes, marzo 21, 2006

El bandoneón maldito

La historia del bandoneón maldito comienza y termina en una misma noche y sucedió en San Felipe. Un poeta de apellido Serey, que se desempeñaba como garzón, dio el puntapié inicial, cuando se le ocurrió obsequiarme un librito de su cosecha, mientras bebíamos con el zorrito Ruiz, él una piscola, yo una cerveza pale ale. ¿Motivo del happy hour?: el encuentro con el viejo amigo luego mi visita a su cuidad, San Felipe, con fines profesionales.
-¡Es la noche del arte!, exclamó con una pasión contagiosa el zorrito Ruiz, quien, bien miradas las cosas, vendría siendo el zorrito del medio, pues los otros dos zorritos son, por orden cronológico, Ruiz Zaldívar, también llamado el zorro mayor; y Ruiz no más, o el zorrito chico.
-Sí, hoy sucederán cosas importantes, le respondí.
De esa noche, ya acaecida, ya empañada por el velo del presente, de esa noche fantasmal queda en el recuerdo la historia del bandoneón maldito.
Ruiz Zaldívar nos esperaba en su casa, sentado en un sillón de mimbre. Cuando entramos volteó la cabeza, porque la posición que ocupaba con respecto a la puerta era de perfil. Me llamaron la atención sus ojos grandes. No tardé en darme cuenta de que se debían al tremendo aumento de sus lentes ópticos.
Cualquiera a su edad se habría acostado sin esperarnos. Su esposa no se encontraba bien de salud y aquélla era una excusa más que suficiente para meterse en el sobre. Pero él nos esperó porque el zorrito del medio le había encendido la chispa del tango, que es una de las verdaderas y grandes razones que el zorro mayor tiene para vivir.
¿Qué decir de los tres zorros que lo resuma todo? Que a pesar de ser tan diferentes estén cortados por la misma tijera. El alcohol ayuda a clarificar las ideas. Para el zorro mayor, por ejemplo, el vino era sólo vino y servía para refrescar el gaznate y suavizar el carraspeo entre tango y tango. Para él lo único que importaban en ese momento eran los pensamientos tristes que se bailan, a los que les daba vida con sus cuerdas vocales; todo lo demás, incluso la enfermedad de su esposa, eran accidentes, adornos de ésos que a veces ni siquiera se toman en cuenta. Yo adivino el parpadeo... se le ofrecía como un mundo más urgente y pragmático que el mueble en desuso, la radio pasada de moda, el libro gastado en el estante. Se me antoja que al finalizar la noche, al acostarse en su lecho de anciano, ha quedado triste y desanimado, pero el zorrito Ruiz me asegura que no, que la felicidad de esa noche le ha dado energías para una semana entera.
Entre tanto el zorrito chico ha llegado con una botella de vodka bajo el brazo y se ha puesto a escuchar. Los ojos le brillan, más que por los tangos, por la noche, por lo que ofrece la noche, por el futuro de dramáticas perspectivas que para él significa la noche. A diferencia de sus mayores, la noche no es recuerdo ni melancolía, sino savia, promesas, rebelión de estrellas, revoluciones más trascendentales que la revolución rusa. Sólo en la noche es cuando el día se le revela tan limitado, tan pobre y falto de sustancia. Allí, entre tango y tango tantas veces escuchados de la voz de su abuelo, comprende que es un esclavo de un día que le ofrece mucho menos de lo que él es capaz de dar. Y por eso sufre con tanta alegría. Porque está encadenado al destino de los zorritos de San Felipe, que tanto han dado al mundo bajo el severo manto de la incomprensión.
Es necesario detenerse antes de pasar a narrar la historia del bandoneón maldito, en la figura del zorrito Ruiz, de la que poco y nada se ha dicho. El zorrito Ruiz es en efecto el eslabón del destino, la figura metafísica del presente, un presente angustiante, pleno de sinsabores y traspiés, de proyectos frustrados, proyectos por venir, relaciones rutinarias, compromisos a medias, un presente que es la realidad misma del mundo. El zorrito Ruiz es la metáfora de un tiempo que para el siberiano, el neoyorquino, el rancagüino y el vietnamita es el Presente. El zorrito Ruiz además, toca el bandoneón.
Sentado ante la mesa del hogar de la provincia pensaba yo, en mi calidad de dr. del vicio, cómo se podía vivir en un presente en que las cosas no se dan muy bien como para que se viva, por no decir que se dan muy mal, y he ahí entonces que como por arte de magia se me ofrece una interesante teoría filosófica: se vive el presente venciendo a la muerte con la voz, se vive el presente atacando el bandoneón que se resiste y termina entregándose a las manos del que lo estira y lo comprime, se vive el presente soñando que la noche es el verdadero día.
Fue en un paréntesis que el zorro mayor utilizó muy bien para beber de su copa en que el zorrito Ruiz intervino y me contó la historia del bandoneón maldito.
"Hubo en su tiempo dos bandoneones: éste, que es una joya, y el bandoneón negro, que no era tan bueno. Los dos fueron comprados en tiempos diferentes en pueblos apartados de Argentina. A pesar de que se nos insinuó que el negro no tenía un buen historial mi padre insistió en adquirirlo, ya que su idea era dejar éste para las grandes ocasiones y el negro para el trajín.
"Pero apenas el bandoneón negro llegó a la casa todo empezó a ir mal, e incluso el bandoneón café se taimó. Una noche tocamos Yuyo verde en un recital y fue espantoso, las notas no salían y el público no nos pifió de provinciano y comprensivo que era o porque se trataba de un recital gratuito.
"Comenzamos a pensar en la posibilidad de una maldición pero no le dimos más vueltas al asunto hasta que un día, en esta misma pieza, vimos con nuestros propios ojos como la caja del bandoneón negro corría por el suelo hasta situarse junto a su instrumento. Mi padre guardó el bandoneón negro y al día siguiente se lo vendió a un odontólogo. Pero vender es un decir, ya que prácticamente se lo regaló, lo liquidó. A contar de ese mismo día el bandoneón café recuperó su sonido y aquí lo tienes, haciendo maravillas".
-¿Y qué fue del otro? -le pregunté.
-El odontólogo nunca lo pudo tocar ¡porque a los tres meses se murió de cáncer!

2 comentarios:

Lila Magritte dijo...

Me encantó el cuento, pero espero que no les ocurra nada lamentable a los lectores.

Anónimo dijo...

Fino el cuento, fino el cuentista.