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viernes, abril 28, 2006

Partida de cartas

Duermo a sobresaltos. El verano entra por la ventana, con oleadas de calor seco. Las gatas van y vienen, los muebles crujen de vez en cuando y abajo, el inodoro lanza descargas automáticas que se asemejan a los malditos recordatorios de las campanadas de los relojes de iglesia (la-noche-avanza la-noche-avanza). Siento ruidos en la calle. Mi hijo abre la puerta de la reja, lo que instantáneamente me tranquiliza: ha llegado a casa.
Pero de pronto vuelve a salir. Corro al balcón y miro: es él.
-Dónde vas.
-...
Mi mente se llena de angustia. Creo que la angustia venía de antes, de algún sueño que tuve y no recuerdo, del sueño que ya no logro conciliar.
Hace tanto calor. Las narices se me tapan. Duermo desnudo. Trato de dormir. Me doy vueltas en la cama. Mi esposa gruñe, está intranquila.
Voy al baño a mear. Meo y tiro la cadena. Lavo mis manos y entonces me miro al espejo, pero lo que veo no es mi cara. Es la de Humberto, mi hijo, que ríe absurdamente, con su barba descuidada.
Ahora no es angustia. Es una locura lúcida, porque esa cara no puede estar mintiendo ni mis ojos pueden estar mintiendo ni el impulso nervioso que transmite la imagen a mi cerebro puede estar faltando a la verdad. La única verdad es que en algún momento de la noche ha debido producirse una transposición.
Debo volver a la pieza. Pero ¿a cuál? A la de él, mejor dicho a la mía. ¿O a la de mi padre? Y si yo había salido, ¿cómo es que estoy aquí? Y entonces, ¿dónde está mi padre?
-¿Lo ha visto, mamá?
-Volvió a salir, hijo. No sé dónde. Acuéstate, hijo.
-No puedo, mamá.
-Qué te pasa.
-Tengo miedo. Recién me vi al espejo y me dio miedo.
-De qué tienes miedo, hijo.
-No sé, mamá. Tengo miedo. No puedo dormir. Quiero que vuelva mi papá...
-Espera un poco, hijo. Ya pronto va a amanecer.
-Sí. Amanecerá. Y qué saca con amanecer.
Sólo yo entiendo mis dichos. Y Fernández. Siempre que digo cosas como éstas se arregla el traje y me pregunta:
-Qué es la ley.
Juntos hemos aprendido a salir del paso. Yo hago las entrevistas, él toma las fotos. Si yo canto, él me sigue. Pero casi siempre es él quien lleva la iniciativa. Dice "semilichái" en vez de "no sé si me cachái". En los veranos, "lao laíto" en vez de "helado, heladito". En los inviernos, no sé.
Ahora está sentado en el banquillo blanco del comedor del edificio, con su traje gris, impecablemente vestido.
Mira la baldosa. No se siente bien. Me lo confiesa, me lo insinúa mirando el piso resbaloso, cubierto de colillas. Voy y lo consuelo. Pero los consuelos no sirven de mucho, porque no cambian el destino. Si ambos hemos llegado a esto será por algo. No importa que yo sea la visita y él, el paciente. O tal vez los dos estemos enfermos. Ni siquiera uno mismo puede cambiar el destino, de modo que lo mejor será que volvamos a la partida de cartas.
Yo: Angustia.
Fernández: Angustia...
Yo: No pasa.
Fernández: No pasa...
Yo: Semilichái.
Fernández: No sé si me cachái, loco.
Yo: Lao laíto.
Fernández: No. Hace frío.
Yo: Abre los ojos, Fernández.
Fernández: Abre los ojos, Fernández.
Yo: ¿Pánico, panico o panicó?
Fernández: Panico.
Yo: Esperanza.
Fernández: Esperanza gansa.
Yo: Píldora.
Fernández: No tomo.
Yo: No mienta.
Fernández: No miento.
Yo: Miente, Fernández.
Fernández: El facultativo me prohibió mentir.
Yo: Whisky.
Fernández: El facultativo me prohibió libar.
Yo: Cigarro.
Fernández: Ya.
Yo: Caso compra de disco para hacer asado.
Fernández: Me costó 90 mil.
Yo: Caso sección Fotografía.
Fernández: Caso sección Fotografía.
Yo: Caso viaje a Cuba.
Fernández: Caso viaje a Cuba.
Yo: Caso viaje a Cuba para que los niños aprendan pimpón.
Fernández: Caso viaje a Cuba para que los niños aprendan pimpón.
Yo: Profesor, ¿esto es una gran farsa?
Fernández: No me atrevo a dar un punto de vista respecto del tema mientras no veamos qué es lo que ocurre en el Q.T.H.
Yo: Qué es la felicidad.
Fernández: La felicidad es la ley. La ley es la felicidad.
Yo: ¿El ser humano no es menos feliz por ser infeliz?
Fernández: El ser humano por ser infeliz es más feliz... Lo dice la ley.
Yo: Qué es la demencia.
Fernández: La demencia es un estado de relajo y de alejamiento... frente a la ley.
Yo: Qué es la ley.
Fernández: Qué es la ley...
Fernández: ¡Qué es la ley!...
Fernández: ¡¡¡QUÉ ES LA LEY!!!
Salto en la cama ante el grito de Fernández. Pero es la puerta de la reja, que suena de nuevo. Es Humberto. Ha regresado.
-Qué te pasó, hijo.
-Nada, mamá.
-Acuéstate, hijo.
-Sí.
Ha sido vista un ave, un ave negra, gorda, de pico largo y aguzado, pata fina, ojo cruel.
Apareció de pronto en el espacio que siempre ocupa otra de plumaje gris, confiada. El ave gris vive escarbando en el pasto en declive hasta que da con gusanos. Un árbol la separa de la amenaza y el tronco del árbol impide una perfecta visión.
El ave negra se le va encima, advierten las voces. Surge una preocupación intensa, urgente. Recuerdan cuando su padre entraba a casa, borracho, siempre a punto de caer al suelo y azotarse la cabeza. El recuerdo se amplía a cuando quería abrazar a las voces, cuando lloraba por su pasado de pobreza y lo rechazaban con desprecio.
Una vaga inquietud. Un desasosiego ante la tragedia por venir.
El ave gris sigue escarbando, como hacen los animales con poco cerebro. El ave negra se le acerca y le lanza un picotazo. Nada suena, ha sido un picotazo anunciado, no hace frío ni calor; si hay brisa es invisible y si hay voces no se oyen.
Las voces se espantan contemplando la escena pero hay una suerte de esperanza, un duelo aceptado por la víctima, que le devuelve el picotazo con otro más artero, y es como si ambas estuviesen en un ring y las voces en un teatro.
Pero en el destino estaba escrito que se inventara el movimiento. Golpe a golpe el ave gris va cayendo desplomada mientras los picotazos le abren en dos el plumaje del lomo y comienza a ser visible una carne roja y colgajos hilachentos de tejidos que se traga sin apuro el ovíparo de lúgubre andar.
Esa vaga inquietud. Esa vibración interna para la que no hay palabras...
No hemos nacido para soñar, no hemos nacido para vivir. No hemos nacido para estar tranquilos. Los animales todo lo que hacen es buscar comida. Cuando estamos tranquilos es algo falso. Además, siempre hay una o varias de las miles de partes del cuerpo que molestan. Fíjense ustedes y siéntanlo en este mismo momento. ¿Están completamente tranquilos o algo del cuerpo les molesta, les duele, los tiene con los nervios?

1 comentario:

Lila Magritte dijo...

Siempre algo del cuerpo molesta, a decir verdad, pero presiento que es la manifestación de algo peor que no hay dónde detectar.