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martes, mayo 16, 2006

El doble

Fue el martes o miércoles pasado, no recuerdo exactamente, cuando me volví a encontrar con mi doble. Lo noté viejo y cansado, algo obeso, barrigudo. Es increíble que todos los seres humanos tengamos un doble. Tanto escándalo que se hace hoy con la clonación, en circunstancias que desde que el hombre es hombre hay alguien igual a uno rondando por ahí y nadie dice nada.
No vayan a creer que mi doble es la imagen del espejo. Es en efecto la imagen del espejo. Pero también es un hombre de carne y hueso que camina, usa locomoción colectiva, entra a las oficinas y trabaja igual que uno.
Ese día, por ejemplo, lo vi clarito. Se bajó de la micro, miró la hora en el reloj de la esquina y apresuró el paso, porque iba atrasado. Cruzó semáforos con prudencia, para no ser atropellado, pisó por cábala el metal redondeado que sobresale de la baldosa en el paradero cercano a su oficina y entró a ésta con aire medio tranquilo medio apurado. Lo más divertido fue cuando justo al entrar se pasó la mano por el pelo, como si con eso quedara más presentable. No se daba cuenta de que nadie se interesaba en mirarlo al pobre y que el pelo le había quedado igual que siempre. Yo lo seguí para advertirle que esa mañana el jefe andaba de malas pulgas y que por eso no se le ocurriera pasar por delante de su cuchitril, pero ya era tarde: pasó delante de su cuchitril y le dijo buenos días pero no con la boca, sino con un gesto que nadie entendió y que pareció molestar sobremanera al temido Jefe, quien luego de unos segundos volvió a concentrarse en su trabajo.
Por la noche lo vi entrar a mi propia casa. Abrió la puerta con la llave y miró en derredor. El televisor estaba encendido y en el sofá mi mujer veía un programa del Discovery Channel con mis hijos. ¡El doble la besó en los labios y ella le correspondió! Era una infidelidad a toda prueba, y sin embargo yo callé la boca. Lo esperé en la cocina, a sabiendas de que vendría directo al refrigerador. Y lo hizo: abrió la puerta, sacó una Coca-Cola, la vertió en un vaso con dos cubos de hielo y luego le echó una buena dosis de pisco encima. Tomó el primer sorbo, dijo ¡ahhh! y preguntó, de lejos, ¿qué hay?, recibiendo por respuesta el mayor de los silencios.
Luego lo vi sentado ante el televisor, solo, cambiando canales mientras los demás dormían, y hasta pude observar sus sueños, que consistían en cosas tan simples que era incomprensible que nunca él se las confesara a nadie: tener un pasar tranquilo, amar y recibir amor, echarse una canita al aire, escribir historias. Pensamientos buenos y no obstante se empeñaba en subir el volumen del televisor, como haciéndose notar, como mandando un mensaje que sólo consiguió por respuesta un grito desde las profundidades del dormitorio, grito que redujo al doble a un montón de polvo que desapareció, presuroso, por la rendija hacia la noche.

5 comentarios:

mentecato dijo...

Dr. Vicious: Una narración ágil. De buena lectura. Un término como broche de oro: excelente y sorpresivo.

Somos y no somos, de pronto. Hay intentos de escapatoria. Un poeta decía que alguien como él vivía en otra ciudad...

Skármeta acotaba que a él le habría gustado vivir veinte vidas simultáneas.

Yo, quizá, cincuenta o cien. Habría hollado todos los senderos. Habría amado a mujeres de todas las razas. Y mientras dejo trabajando en las galeras al que escribe esto, todos los demás andarían de parranda, mi cuate.

Un abrazo fraternísimo.

Lila Magritte dijo...

Yo andaba de viaje por ahí y envié a mi doble a leer esta historia. Me dijo que la había leído varias veces porque le había gustado mucho y me forzó a darle las llaves de mi casa mientras salía de parranda por si encontraba a tu doble. El problema es que todavía no vuelve y yo no sé qué hacer para abrir la puerta y luego barrer este montón de virutas y cenizas que quedó frente a la entrada.
Casi al amanecer opté: entraría por el ventanal de la terraza. En eso estaba cuando mi marido dio un grito desde el dormitorio y yo sentí un estrépito horrible cuando boté unos maceteros que al parecer mi doble había cambiado de lugar. luego me desvanecí... y ahora despierto violentamente cuando mi marido me aspira entre tierra, polvo y cenizas y me lanza sin compasión al incinerador.

Ahora que tengo más tiempo para pensar, creo que es infinitamente más peligrosa la literatura que la clonación. Ahora sobrevuelo la red y de vez en cuando leo lo que mi doble escribe en mi blog, ciertamente más deslucido que lo que yo escribía, pero al menos no lo cerró.

mentecato dijo...

Bravísimo, Lila.

mentecato dijo...
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Anónimo dijo...

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