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martes, mayo 09, 2006

Tardecitas de domingo

Ahora me ha dado por ir al Parque Forestal. Los primeros días me los pasaba en la Plaza de Armas, no digamos que dándoles de comer a las palomas, porque sería como un cuento de jubilados, y éste no es un cuento de jubilados, ni siquiera es un cuento; sino que, como iba a decir, los primeros días me los pasaba mirando caras. Es tan curioso mirar caras. Uno puede sentarse y ver muchas caras, digamos unas 200 caras. Cada una es diferente, sin embargo uno se termina aburriendo y cuando ya las ha visto todas no queda otra cosa que levantarse y caminar.
Así lo hacía yo. Me sentaba en un escaño a mirar caras y cuando sentía el dolor en la espalda por esos palos tan disparejos que colocan los fabricantes de escaños me paraba y me iba. Tomaba mis bártulos, que nunca eran muchos, digamos una agenda y un libro, o sólo una agenda, y me ponía a recorrer las calles céntricas, silbando una canción de puro contento. Me sentía importante, protagonista de una fuga de película. Lo más curioso era que no estaba triste, sino apenas algo nervioso. Me decía: "Aquí voy caminando, solo, yo versus el mundo. Ahora puedo darme el lujo de descubrir Santiago y afilar de lo lindo".
¡Qué curioso! Nunca pensé que esta ciudad fuese nostálgica. Pero ese no es el tema, sino... ¿cuál es el tema?, ¿el de mi importancia? ¿el de mi fuga? ¿el de las minas de la plaza? Se me ocurre que estos tres tópicos podrían conformar un solo gran tema, el de las "Tardecitas de domingo", tema que comienza por supuesto todos los domingos, salvo que llueva, cuando me dejo caer por los caminitos del Parque Forestal. Llego temprano, tipo diez y media, con el diario bajo el brazo. Enciendo un cigarrillo y me gano en un banco, de frente al Mapocho. Siento sus olores pestilentes combinados con el humo del tabaco y los aromas de la brisa que pasa por entre las ramas de los árboles. Examino el diario, lo palpo, le tomo el peso y lo leo. Me gusta empezar de atrás para adelante. Abro la página de la cartelera y la programación de la TV. Aseguro el panorama de la postrimería fabricándome la idea de una noche con cervezas y papas fritas envasadas frente a la pantalla. Cuando no hay programas buenos me deprimo anticipadamente. Pero no es tan tremenda una depresión frente al Mapocho, mientras la brisa mueve las solapas del abrigo. Digamos que es preferible a encender de noche la TV y encontrarse con bodrios más grandes que los tres chanchitos. Después me paso al fútbol y a los crímenes. No hay noticias más entretenidas y completas que los crímenes. Tienen emoción, suspenso, horror; hablan de miserias humanas y almas enfermas. No se andan acartuchando y tienen la ventaja de estar protagonizadas casi siempre por gente pobre. Los pobres no se avergüenzan de lo que son; cuentan sus pesares como si dijeran la hora y no amenazan a la prensa (me puse filósofo, filósofo de banco. El doctor Escaño).
Cuando los palos del asiento, las noticias, la brisa, el hedor mapochino cansan, miro el reloj y me levanto. Hago hora para entrar a la fuente de soda de costumbre, en la que me está esperando la mina de siempre con el hot dog y la cerveza. Dejo la barra llena de servilletas manchadas, paso al baño a orinar y lavarme los dientes y me voy, con ese aire misterioso que la hará pensar (a ella, la mina de la barra) en el bebedor de cerveza, aquel cuento de Rojas.
Ha llegado entonces la hora estelar, la de las tardecitas de domingo. Camino hasta la Plaza de Armas y me siento a observar. Antes lo hacía por las mañanas, pero ahora cambié de estrategia, como lo dije al principio. Las mañanas, lo descubrí después, no eran apropiadas para lograr mi objetivo.
El periscopio doble se mueve de aquí hacia allá, hasta que da con la presa. La huevona se pasea nerviosa, con su traje negro dos piezas y su cartera blanca. La falda suele terminar con una rotura en el corte. Las uñas son rojas y cortas y los dedos, toscos, como recién lavados con Rinso. Los zapatos negros de taco medio tienen las tapillas gastadas y la mirada siempre se dirige a un costado bajo (no es una mirada de asesino; digamos que es la de un animal fuera de ambiente; o si lo prefieren, la de una empleadita con día libre). Como esto no es un cuento, lo repito, puedo darme el lujo de reproducir un bosquejo de diálogo, que bien pudiera tomarse como manual para conquistar chinas.
-Hola.
-...
-Tan calladita.
-...
-En el Roxy están dando la película de Luis Miguel.
-...
-Yo no le digo que la voy a invitar. Es por si usted la quiere ver con su amigo. Pero parece que no llegó. A lo mejor tuvo que quedarse en el jardín.
-¿Lo conoce?
(En mi puta vida he visto al huevón)
-Sí, una vez los escuché conversar en un banco. Perdone usted, mi querida dama, no fue mi intención. Pero verlos a ambos juntos me produjo cierta tristeza, porque yo me decía: "esta señorita tan linda sale con el jardinero, y el jardinero ni la infla..."
-¿Por qué dice...?
-Se notaba. Mire, señorita...
-Lucy...
-Mire, Lucy. Usted es demasiado para él. Es linda, romántica, no está para andar llenándose las manos de tierra. Permítame su mano. Mire, ésta es la mano de una dama, lo repito.
-Se está burlando...
-¿De usted? ¿Por qué lo dice? Me ofende.
-No, si no.
-Vamos, la invito a un jugo. Su amiguito ya no llegó.
La tomo del brazo y me la llevo, contemplando con el rabillo del ojo al culiado, que llega tarde y sudoroso a la cita del domingo. La apego un poco al cuerpo, rozándole el muslo con mis piernas al cruzar una calle, y la meto pronto a un local de medio pelo, donde despacho el jugo en pocos minutos (porque la tarde es corta). Luego me la llevo al cine. La abrazo a la entrada y la beso en la mejilla, lo que siempre provoca un rechazo y una risa (estas mierdas nunca se atreven a más, por la vergüenza que les causa el acomodador). Ya sentados, procedo con toda discreción.
-Lucy...
-Ya po.
-Huachita linda.
-Ya po.
-Es que es tan linda...
-Ya, déjese.
-Un puro besito.
-No.
-Uno solo.
-Me voy a ir.
(Beso)
-¿Ve que no era tan malo?
-Usted... ni lo conozco.
-¡Cómo! Aquí está mi carnet.
(Risas)
-Se la sabe por libro.
-Es que la quiero...
-Mentiroso.
-Verdad.
La beso y la aprieto. Le paso los dedos por las tetas y deslizo la otra mano debajo de la falda, hasta casi llegar a la zona prohibida. Ella comienza a excitarse, pero yo sé que en el teatro no se va a entregar. La llevo entonces a un "lugar más cómodo", en el que se deja sorprender por la decoración de fantasía y los espejos. Y allí, entre promesas de matrimonio y cariños tiernos, la doy vuelta a cachas toda la tarde.
Cuando las cortinas dejan de tragarse la luz del sol y los faroles se anuncian a lo lejos, como huevos de avestruz, la suelto y me voy a la ducha. Ella se viste, feliz de haber pasado una tarde de amor que podrá contar a sus envidiosas amigas en la cola de la panadería. Me tira un beso que apenas le respondo, por compasión y por si las moscas me la topo al domingo siguiente (el problema de estas maracas es que son todas iguales; uno se las afila una vez y ya creen que están de novias). La acompaño al paradero, le digo chao con la mano y saludos te mandó cagaste.
Los altos edificios resplandecen y las calles brillan de negrura y suciedad cuando regreso a pie a la pensión, sintiéndome importante, dueño de una gran pena. Son esos momentos, por los que todos pasamos, los que me castigan con imágenes que brotan como el pasto de invierno, llenándome la cabeza de ideas vagas y melancólicas. Veo una casa, un mueble desvencijado, la risa inocente de un niño de uniforme y cuello sucio, un cuadro viejo en la pared, un abrazo de Año Nuevo, una noche de brisca, una almohada tibia. Antes de naufragar entre recuerdos y de ponerme a... (¡puta, la huevadita que iba a decir!) entro a la botillería, aseguro las cervezas y el paquete de papas fritas y apuro el paso para no perderme el comienzo de la cinta.

5 comentarios:

mentecato dijo...

Dr. Vicious: Me gustan sus escritos, porque son verdaderas crónicas de la ciudad. Uno se reconoce en los personajes, pues también se anduvo, por la ciudad, como un marginal, viviendo al menudeo, pinchando empleaditas de baja monta, pero muy cariñosas. Del mismo modo, las plazas y los parques fueron los comederos donde devorábamos plátanos, casi podridos, pan añejo y leíamos poemas de Andre Gide y narrativa rusa. Un vaso de vino, de pronto, nos regocijaba el corazón provinciano...

Un abrazo.

Eride dijo...

Tiene ud razón su nombre no es relevante, sus historias si lo son. Es un agrado leerlo.
Saludos

Lila Magritte dijo...

Qué tristeza me ha dado.
Bueno el cuento.

Abrazos.

Anónimo dijo...

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Thérèse Bovary dijo...

Pobrecitas las mujeres crédulas. ¿Serán todas así? Tan inocentes y listas para caer en las garras del lobo.

¡Ay que susto me da!
Solo pido no encontrarme con ninguno como ese. O tal vez sí me lo encontré y no me di cuenta, lo cual probaría su teoría. Dr. Vicious, de que le dan un beso y se creen de novia o pololeando.

¡Pobre de nosotras las mujeres!