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lunes, mayo 29, 2006

Tensión


Vargas estaba tirado en la arena cuando su mujer le preguntó qué lo haría completamente feliz. Vargas se quedó pensando y se asombró de aquello. Siempre había considerado que esa respuesta era pan comido.
-Vivir en una casa frente al lago -dijo.
-O vivir en una casa frente a la playa -agregó.
-Escribir en el computador -agregó.
-Tomar al mediodía el café con mis amigos -agregó.
Ni una sola vez mencionó a su mujer, pero supuso que aquello estaba implícito en la respuesta. El sol invernal del norte grande los siguió calentando, pero llegaba la hora de retornar a Santiago. Antes de caminar al camarín a cambiarse de ropa, Vargas se hizo retratar. El tiempo lo habrá de mostrar para siempre como un cincuentón de barbilla doble y barriga blanca. Su bella mujer, que permanecía silenciosa, guardó la cámara y lo esperó paseando de un extremo a otro en la playa.
Vargas sintió que por la mente le rondaba una vaga tensión. Nunca había aprendido a distinguir la distancia que separaba la dicha del pánico; a veces dos o tres estímulos inmanejables bastaban para que pusiera un pie en el otro sendero. Esta vez se sentía bien, su cabeza no le zumbaba como el día anterior, su garganta ya no estaba inflamada, su aparato digestivo procesaba con normalidad, pero la pregunta... la pregunta... le volvió a la mente esa antigua y difusa intuición de no saber a ciencia cierta por qué vivía. Concluyó, tal vez erradamente, que era un hombre profundamente infeliz.
La tensión es parecida a la amenaza de ruina, equivale al momento anterior de la crisis epiléptica, cuando un aura de bienestar rodea la mente del paciente (Dostoievsky describe con bastante exactitud la antesala del ataque) para que segundos más tarde se desencadene una tempestad interna de relámpagos. En momentos de terror o de extrema tensión sobrevienen instantes de espera, ha dicho un escritor americano.
Vargas, a quien la inocente pregunta de su mujer lo lanzó de lleno a sus profundidades más lúgubres, pensaba en el camarín que sólo querría ser amable con ella, sólo desearía abrirle su corazón; en cambio una furia inexplicable se iba apoderando de él y le encendía otros deseos muy diferentes de los bellos que quiso imaginar ante la cuestión referida a su felicidad. A la salida, una parte de sí le imploraba decir palabras lindas, otra le ordenaba huir con rumbo desconocido, no estar allí, no estar en ninguna parte. Vivía un momento de tensión, sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraían.
Ya vestido, listo para conducir el automóvil de alquiler que los habría de llevar al aeropuerto, escuchó la voz frágil de su mujer, que le dijo:
-Yo no soportaría vivir sola, no soportaría la oscuridad de la noche.
(Ilustración: Sergio Mardones)

5 comentarios:

Lila Magritte dijo...

Qué complicado. En ese caso hay que guardar silencio, sonreír y disfrutar el vuelo sin herir a nadie.

Lila Magritte dijo...

Eso no quiere decir que la tensión termine ahí.

Lila Magritte dijo...

Y eso no quiere decir que no ame a su mujer.

Eride dijo...

Me tocó la fibra dr.
Me sentí fuertemente identificada con él, pero bueno, finalmente, es parte de la condición humana...

Thérèse Bovary dijo...

Es un bello cuento dentro de su tristeza. Me duele el personaje. Vargas me duele; su bella mujer, me duele.

Dr. Vicious, es usted un gran conocedor del alma humana.

Qué pena que sus persoanjes no puedan ser felices... ¿pero me pregunto siempre quién lo es?

Siento que somos satélites que andamos de aquí para allá, esperando que la vida resuelva lo que le es imposible: nuestras decisiones y sus consecuencias.

En fin, muchas divagaciones, estoy cansada. No sé si me parezco a Vargas o a su mujer...

Adiós, Dr, Vicious