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domingo, diciembre 10, 2006

El día en que murió el viejo dictador

El día en que murió el viejo dictador las emociones de la masa se arremolinaron en torno a su recuerdo. No fue un día ni gris, ni frío, ni lluvioso. Hacía muchísimo calor. La gente almorzaba en sus casas cuando circuló de boca en boca la noticia, que todos sintieron como propia. Corrieron a encender la TV para acercarse lo que más pudieran a él, mientras la TV se acercaba lo que más podía a su cadáver. Al hospital comenzaron a llegar hordas de adherentes. Hubo que colocar vallas. De no haberlas, entra la TV y entran los adherentes. Si lo hubiesen permitido se lo engullen. Los hombres nacieron para comer. La forma suprema de identificación con aquél que veneramos es la fagocitosis. Los católicos comen el cuerpo de Cristo. La amada le pide al amante que se la coma.
Luego, con el correr de las horas, cada uno fue recuperando su individualidad, pero al no haber comida no había ni satisfacción ni digestión. El hambre torna a la gente rabiosa y violenta, el hambre desespera, hace cometer crímenes.
Esa noche bebí whisky escocés. Me eché a la boca un vaso entero de un trago, sin hielo. Con el tiempo la muerte del viejo dictador pasó a ser un hito comparable con el golpe de estado, el Mundial del 62, la visita del Papa.

7 comentarios:

Lila Magritte dijo...

Y las calles festivas celebran...

Thérèse Bovary dijo...

Me gusta el relato porque está hablando desde el futuro que llegará igual como llegó este día.
Celebro la dicha de estar viva para ver la muerte del mismo demonio.

Fortunata dijo...

Echeme un poquito en el vaso....que me entro sed....sed como ese sol de justicia del que habla...pero no sé si con un vaso sera sufieciente.

mentecato dijo...

Y la vida fluye magnífica...

Lila Magritte dijo...

Salud.

Lila Magritte dijo...

Salud.

Thérèse Bovary dijo...

Dr. Vicious, creo que me gusta mucho más esta nueva versión del texto. Tiene más elementos extrapolables a variadas y diversas realidades.
Mis saludos
Therese