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jueves, diciembre 14, 2006

Preguntas y respuestas

Tardé 53 años, y me lo tuvieron que decir, en darme cuenta de que los hombres se dividen en dos grandes grupos: los que viven haciendo preguntas y los que viven dando respuestas. Hay algunos que pertenecen a ambos grupos, pero en un momento harán preguntas y en otro darán respuestas. Hay unos pocos que permanecen eternamente en silencio, observando, lo que no quita que vivan haciéndose preguntas, dándose respuestas o las dos cosas. Mirado desde este punto de vista el asunto puede llegar a enloquecer, pues por más que uno trate de intentar una salida diferente y actuar de otra manera, resulta imposible. Querrá no hacer preguntas pero las hará sin signo de interrogación. Querrá no dar respuestas pero las dará, incluso al declarar que duda o que no tiene respuesta que dar.
Yo antes vivía haciendo preguntas, como los niños. Era mi manera de aprender, pero sobre todo de protegerme del mundo. Un conocido detective privado me ha dejado al descubierto y desde hace un par de semanas camino casi pegado a los muros, ensuciándome incluso el saco. Le temo a la vida y creo que ha llegado la hora de dar respuestas, pero no sabré qué decir cuando me hagan las preguntas, porque será un campo nuevo para mí, será mi debut.
Otra cosa importante es que de nada vale llorar. Antes me parecía una forma original de respuesta, hoy no tanto, casi nada. Llorar es confesar una derrota para despertar compasión y renacer como el Ave Fénix para terminar cantando victoria. Pero son victorias a lo pirro, de ésas que no se celebran o se viven en rincones de patios.
Recuerdo hoy nítidamente la historia del robot sentimental que tenía un amo. Ambos miraban cada atardecer un puntito celeste en el firmamento; el robot ponía el disco All the way en la voz de Frank Sinatra, le llevaba a su amo una bandeja, le servía una copa de oporto y el amo brindaba por ese puntito, que era el planeta tierra. El robot se acostumbró a la hora feliz del aperitivo; la esperaba todo el día, mientras trabajaba en la base junto a su amo. Eran los dos únicos habitantes de una estación espacial ubicada en un alejado satélite. Una tarde el amo se disponía a brindar por su tierra querida, por su planeta, cuando al mirar al cielo notó que el puntito estallaba en mil pedazos. Se produjo un relumbrón como de luciérnaga y luego ese espacio del firmamento quedó a oscuras. El hombre caminó por la arena muerta, arrastró las botas hasta la estación, entró y se disparó un tiro. El robot sintió el disparo, corrió a atender a su amo, pero ya no había nada que hacer. Pasó una hora, pasaron dos horas, pasó la noche. El robot velaba a su amo. Quería llorar, pero no podía. Como a las tres de la tarde decidió continuar con sus labores de mantención. A la hora fresca del atardecer colocó el disco de siempre, se sentó en la silla de madera que usaba su amo, llenó la copa, hizo un brindis al cielo y se desconectó.
Este cuento fue imaginado, escrito y dibujado por Máximo Carvajal y se publicó en la revista Robot. Máximo Carvajal hace ya un tiempo deambula por el Valle de los Muertos, un valle donde no hay preguntas ni respuestas. Las almas allí vuelan sobre una especie de arena volcánica pero no ven nada; sólo se limitan a chocar eternamente unas con otras, sin reconocerse. En los tiempos del Gobierno Militar, Máximo Carvajal fue detenido por portar un arma sin percutor que le servía de modelo para crear sus historietas de acción.

3 comentarios:

mentecato dijo...

Son inagotables sus maravillas, dr. Vicious.

Un abrazo.

Lila Magritte dijo...

Sorprendente.

Thérèse Bovary dijo...

Estimado Dr. Vicious, siempre nos asombra usted con sus historias. Me he quedado muy triste con el robot que ama tanto, y con la inmensa soledad de ambos. Esos sentimientos me conmueven siempre y la historia que usted cuenta logra penetrar en ellos con gran intensidad.

Yo, que soy del grupo que hace preguntas, tengo dos:

1.- ¿Por qué dice usted que los hombres se dividen en dos grupos: los que hacen preguntas y los que responden?
¿Acaso no le parece a usted que ha de considerarse a las mujeres que somos más preguntonas todavía?

2.- ¿Es cierto lo que le pasó al señor que imaginó, ilustró y todo, la historia del robot? ¿O es parte de la ficción solamente?

No más preguntas, por ahora. Sólo decirle que por favor nunca deje escribir sus historias para nosotros y nosotras.

Por último quiero decirle que en lo que respecta a las lágrimas, tengo un conflicto: no sé si sirvan o no sirvan para algo; no sé si con ellas se conseguirá resolver algo o resolver nada; no sé si dará calma o no la dará.
Todo esto para decirle que yo, una mujer de lágrima fácil, siente que ellas, las lágrimas, son tan naturales en el género humano como lo es la risa, la ternura o la tristeza.

Hasta pronto, Dr. Vicious, y ojalá tuviera usted un tiempo para responder a estas preguntas de una de sus lectoras.

Atentamente
Therese