Visitas de la última semana a la página

jueves, abril 12, 2007

Lección de música. Primera versión

Un impulso venenoso me llevó a recoger, hace unos días, un manojo de pulcros papeles esparcidos debajo de las graderías del estadio Santa Laura. Las blancas hojas manuscritas provocaron la siguiente asociación maléfica en mi pensamiento: Se sentó y se le cayó. Documento importante. Leerlo. Todos ansiamos ser poseedores de los secretos de los demás, incluso a riesgo de transgredir la norma. Recogí las páginas y me dispuse a examinarlas. Nadie reparó en mí, me fijé en eso. Los espectadores estaban ocupados en pelearse los sánguches de potito y las cervezas, o en hacer colas para entrar a las casitas, aprovechando el entretiempo.
Esto fue lo que encontré:
"¿Es mejor la obertura de La urraca ladrona que el aria de la Suite para trompeta y orquesta? Hoy, gran foro gran en el gimnasio del Cuerpo de Bomberos.
El aviso, visto a la rápida, me hizo devolver los pasos hasta la esquina y leer de nuevo el cartel adherido al poste de alumbrado. Estaba, indudablemente, en un pueblo extraño, hacia el que horas antes me había desviado para capturar nuevas víctimas de la sociedad contemporánea o, en otras palabras, nuevos clientes para la compañía de seguros a la que represento.
La escondida localidad de F... está ubicada al norponiente de San Francisco de Mostazal. Ocho kilómetros antes de llegar -sólo ahora lo sé- el camino de tierra se estrecha hasta convertirse en un sendero, el cual termina, para los vehículos a motor, con un tronco de sauce atravesado. Allí se han instalado los aprovechadores de siempre, que arriendan caballos a precios exorbitantes.
Así pues, cuando digo que devolví los pasos para ver el letrero, me refiero a los pasos del equino. Y cuando aludo al Cuerpo de Bomberos, hablo de esos viejos románticos que apagaban el fuego en carretas. Así de raro era el pueblo.
El aviso no mentía. Bach versus Rossini, y el foro estaba a punto de empezar.
Un grupo de locos encabritó al caballo y me lanzó al suelo. Eran unos 150 sujetos, casi todos barbudos y de mameluco (me refiero a los hombres), que coparon la calle con antorchas en sus manos. Pasaron sobre mí gritando ¡Se siente, se siente, Bach es Presidente! y entraron al gimnasio.
Del otro lado de la vía surgió la contraparte. Eran casi los mismos en cantidad y pegaban a su paso carteles de Rossini sobre las murallas de adobe. Entraron murmurando en coro el nombre del músico con un ritmo que me sobrecogió. Susurraban: Rooooo-¡ssi-ni!... Rooooo-¡ssi-ni!
De más está decir que al momento me colé al salón para tratar de entender lo que estaba pasando.
Adentro se respiraba un oxígeno turbio. Las discusiones hacían vibrar el aire y las venas se hinchaban en los rostros enrojecidos. Parecía que de un momento a otro ambos bandos se iban a enfrentar a garrotazos. El anciano sentado en la testera hizo sonar un martillo tan bruscamente que por efecto mágico el salón quedó vacío.
-¡Silencio, que se presenten los temas! -exclamó.
Un individuo flaco y pálido, con sombrerito negro y camiseta de manga larga apareció por detrás del escenario con dos discos bajo el brazo. Colocó uno e hizo escuchar a la audiencia el aria de la Suite para trompeta y orquesta, de Bach. El chicharreo del disco y la excesiva lentitud de la versión fueron aprovechados por los rivales para pifiar al viejo maestro de Eisenach y entonar algunas consignas proclives al italiano. El anciano martilló la mesa y ordenó repetir el proceso.
El segundo disco, que contenía la obertura de Rossini, fue seguido -más que con veneración- con entusiasmo. El redoble inicial (¡para qué negarlo!) había impresionado hasta a los detractores. Yo pensaba en la locura colectiva de un pueblo que se reunía a escuchar música en una sala.
Un borracho interrumpió al moderador del martillo al lanzar tres hurras por Bruegel el Viejo.
-¡Cállate imbécil! -le respondió el martillero- Eso fue la semana pasada.
Otros que le acompañaban en su farra gritaron por Calder, Rauschenberg y Warhol, lo que obligó a un nuevo martillazo.
El foro fue lo más extraño que haya visto jamás. Uno a uno se sucedieron en la mesa los defensores de los músicos. Subieron maestras, campesinos, plomeros, dueñas de casa, más de un niño y varios jóvenes, un ingeniero, una monja, el presidente de la asociación de comercio y por supuesto el jefe del cuartel de Bomberos, quien defendió a Bach, lo que provocó un indignado reclamo por faltas a la ética y a la imparcialidad.
-Aquí está lo más representativo del pueblo -le acoté a mi vecino de ubicación, un campesino de ojotas.
-¡Aquí está todo el pueblo! -me replicó, extrañado.
Cometí el error de seguir la conversación y le dije: Qué aleccionador es el ejemplo que dan ustedes, discutiendo sobre música y arte en un mundo entregado a la política. Al momento el campesino escondió la cabeza entre los hombros y me miró hacia arriba con una expresión, sino de pánico, por lo menos de visible alteración. De inmediato subió al escenario y le habló al oído al moderador. Éste a su vez llamó con el dedo a dos hombrecitos que estaban tras los lienzos de Rossini y Bach y éstos vinieron hacia mí y me llevaron al entarimado, mirándome como el pueblo miró a Rip Van Winkle a su regreso de las montañas.
-¿Se puede saber quién es usted, jovencito? -me preguntó el hombre del martillo-. Hable pronto o lo llevaremos al manicomio.
-Soy vendedor de seguros -dije, asustado.
-¡Ah, seguros!, seguros... ¿y qué es eso?
Le expliqué.
-¡Más fuerte, jovencito, no se oye!
Le volví a explicar para que todos escucharan y la carcajada fue general. Herido en mi amor propio le hice ver al pueblo la conveniencia de esta acción y le di ejemplos, decenas de ejemplos. Un carpintero levantó la voz y me pidió asegurar una vieja carta de su amada. Una mujer quiso asegurar los primeros pasos de su bebé y un labrador me exigió salvar el rocío primaveral en las flores del damasco.
-L-lo siento... no puedo -intenté responder.
-¡Pronúnciese entonces sobre la discusión que nos ha reunido esta noche! -me dijo el moderador, y sus palabras me sonaron a ultimátum.
-N-no he escuchado mu-música, no, no he... tenido... tiemp-po.
-¡Ohhh! -murmuró la muchedumbre.
Percibí un tenebroso manto que se me abalanzaba por detrás. Eran los dos hombrecitos, que corrían con una camisa de fuerza abierta. Con la rapidez y agilidad que sólo brindan la desesperación y la cobardía salté a una viga y me deslicé por el entretecho, para caer sobre un montón de heno.
Corrí durante horas por el polvo y la hierba humedecida, hasta que dejé de sentir el resoplido de las luces de linternas y el aullido de los perros".
Hasta aquí el relato. ¿Es digno de crédito? No sé, está correctamente escrito, hay una descripción racional y organizada de los hechos, pero de locos disfrazados está sobrepoblado el mundo. Hay utopistas también, reconozcámoslo. Pudiera ser entonces la aspiración de una forma de sociedad al estilo de la que algún día imaginó Akutagawa en su extraña obra Kappa. Tampoco me extrañaría que se tratase de la exasperación materializada de un aficionado al fútbol aburrido de tanto pase lateral.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado, bravo! :D

Renton

Anónimo dijo...

¿Se me cayeron por aquí mis papeles?

"Robar a un ladrón tiene mil años de perdón."

Yo lo considero imperdonable así que si ha sido usted Dr V. !devuelvamelos!
Me esta poniendo en un compromiso grave. ¿No se da cuenta?

Anónimo dijo...

Bueno, bueno, bueno, muy bueno.