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jueves, mayo 31, 2007

La venganza de Pili y Mili

De niño me fascinó una pareja de arañas que habitaron por un tiempo mi casa y con ellas, toda la especie. Esto que digo acerca de las arañas puede parecer cliché y de hecho tal vez lo sea: son tantas las personas que hablan de los arácnidos que al final nunca sabe uno cuánto hay de uno mismo en lo que uno cree. Juramos pensar y sentir de una manera y luego la ola del tiempo y las costumbres nos lleva en otra dirección. Pasa con los países y pasa con uno. La cabeza va cambiando de ideas mientras el diabólico genio, el cerebro gestor del cambio contempla su obra orgulloso, sentado en el sofá. ¿Qué quiero decir? No sé. Tal vez, que a mi juicio esta fascinación no sea propiamente mía, que yo mismo no sea el que siempre he creído que soy.
El hecho -propio o copiado- es que no bien entraba a casa de vuelta del colegio dirigía la mirada a las esquinas superiores de la sala de estar. Allí estaban, siempre las dos, inmóviles en uno de los cuatro ángulos de la pieza, como muertas con sus largas patas extendidas. Me dejaba seducir por el aura que irradiaban, diría incluso que nos llevábamos bastante bien. Guardaba mis útiles escolares en el dormitorio y regresaba a estudiarlas. Ellas se quedaban conmigo horas enteras, sin chistar, sin comer, sin beber. Yo leía historietas de vaqueros y las arañas me acompañaban poéticamente, si decir poesía equivale a decir silencio, fantasía y movimiento. En mi imaginación las había bautizado Pili y Mili porque eran exactamente iguales, como dos gotas de agua, igual que unas gemelas famosas de aquel tiempo. Jamás se me pasó por la mente que una de ellas fuese macho. Para mí, hasta el día de hoy, las arañas son hembras, sin discusión alguna.
Me figuraba entonces que desde arriba Pili y Mili miraban los monitos y me rogaban que diera vuelta la página cuando yo me quedaba pegado en una viñeta. A veces una parecía decirle a la otra que estaba aburrida, que extrañaba el nido o que la repentina emigración de la mosca a otros territorios las obligaría a su vez a tomar drásticas medidas. Entonces se iban las dos cuchicheando hasta perderse en una rendija invisible de la tabla, con paso cansino de elefantes sacados de contexto.
Nunca bajaban a tierra pero cuando lo hicieron siempre ocurrió una desgracia. Una noche sorprendí a Mili, o a Pili, saliendo sorpresivamente de detrás del cuadro del pintor Torterolo para emprender un tour por el papel mural. Minutos después vinieron a avisar que habían visto a mi padre echado en el suelo, ebrio, a los pies del bar Caletones. Con mi madre salimos disparados en un coche victoria, lo recogimos y lo trajimos de vuelta a casa. Cuando entramos Pili ya estaba junto a Mili, como siempre, donde corresponde. En otra ocasión recuerdo con claridad que Pili, o Mili, se aventuró a llegar hasta el dintel de la puerta de calle: a esa misma hora la doctora Zambrano le diagnosticaba principio de tuberculosis a mi hermanito. La gracia le costó guardar cama durante ocho meses. El acabóse ocurrió la vez que mi mamá mató de un zapatazo a Pili, o a Mili, al sorprenderla descansando en un brazo del sofá. Mi mamá saltó de un grito y la liquidó, presa de un ataque de horror. No alcancé a impedirlo, sólo le dije después "mamá, la embarró, si no son dañinas, ahora va a pasar algo malo", pero le oculté que me estaba haciendo amigo de ellas, para que no pensara cosas raras. Pues bien, la araña falleció a las tres de la tarde y la abuelita por parte de mi papá, la abuelita Ángela, que estaba muy grave, falleció a las tres y cuarto. Mi tío Pablo se volvió loco y salió a la calle echando espuma por la boca, aquejado de una sensación de culpa que le venía del domingo anterior, cuando no quiso compartir el último almuerzo con ella porque en la mesa iba a estar su hermano Isidoro, con el que no se hablaba hace meses. Cuando vi a mi tío me dieron como unos tiritones. Me empiné por la ventana al escuchar unos gruñidos que venían de la calle y lo vi justo cuando dos señoras se lo llevaban para ponerle una inyección. Entonces le recordé a mi mamá la muerte de la araña, pero ésta, que recogía con una palita y una escoba sus restos aplastados, me quiso convencer de que el tío Pablo siempre había sido un poco loco. Sin embargo noté que desde esa vez les comentaba a sus amigas, cuando jugaban canasta, que "Huguito tiene visiones".
No sé por qué, la amistad con las arañas declinó ostensiblemente desde ese día. Con una sola ya no era igual y de alguna manera descubrí que Pili, o Mili, había quedado con un rencor extraordinario hacia mi persona, porque yo no había sido lo suficientemente hombrecito para defenderla. Por ese hecho, a sus ojos, me había transformado en cómplice de un crimen. Se le notaba el rencor en ciertos gestos, como esconderse apenas yo entraba, o salir y meterse de nuevo a la rendija, sacando pica. Nunca más volvió a bajar y ya no hubo poesía en su andar, sino vigilancia. Consciente de que no podía dominar mi mundo exterior, decidió vigilar todos los pasos que yo daba en mi casa y para ello se movía con una velocidad fuera de lo común. Iba de pieza en pieza conmigo y solo me parecía verla retirarse a su nido cuando yo me ponía el pijama y me acostaba a dormir.
Una tarde de verano entré a la rápida a mi casa, bañado en sudor luego de una pichanga en la esquina. Hoy pienso que debí ser más precavido. No lo fui, dominado por el impulso y las ganas de volver al hogar, y me costó caro. Para qué tanto apuro, noté enseguida, con gran desánimo. Encima de la mesa había una nota de mis papás, comunicándome que habían ido a la vermouth del cine Rex. Mi hermanito pasaba unos días en el campo, reponiéndose de la enfermedad del pulmón. Estaba solo.
Bebí un vaso de milo y me saqué la sed de encima. Me aguardaban horas de soledad. Discurrí qué hacer, pero no pasaron dos minutos cuando me di cuenta de que no había nada que hacer, de modo que me senté en el sofá, a pensar. Fue entonces cuando la vi. Pili, o Mili, estaba muerta a la entrada, aplastada al lado del trapero. Me acerqué a verificar. Sí, era ella, parecía una araña en dos dimensiones, como una araña dibujada sobre la tabla sucia del piso. Desde luego me aguardaba una desgracia por partida doble o ya estaría sucediendo alguna por ahí cerca. Volví al sofá e imaginé el teatro en llamas, mis papás atrapados, las personas pisándose unas a otras en su intento por escapar, y esperé con el corazón en la boca el ulular de la sirena de los bomberos, que se escuchaba en toda la ciudad. Pero no se oyó nada, así que la desgracia tendría que surgir de otra parte. De pronto me pareció, a la distancia, que la conformación del animal sufría un leve cambio. De alguna manera estaba adquiriendo una tercera dimensión, lo que no tiene nada de extraño, porque las arañas tienen tres dimensiones: largo, ancho y alto. Pero recordemos que la muerta tenía dos: largo y ancho, con forma de remolino. Así que sacando cuentas era un problema bastante curioso. Me puse a pensar en la posibilidad de la resurrección de las arañas, algo de lo que nunca me habían hablado en las clases de catecismo de la iglesia San Francisco. A lo más el Padre Humeres subrayaba la presencia de un burro, una vaca, dos chanchos y cuatro ovejas en el portal de Belén. La otra posibilidad era que estuviera viva, de modo que me acerqué a mirarla más de cerca e hice la prueba de zapatear bien fuerte al lado del cuerpo tendido: de inmediato se levantó.
Estábamos frente a frente. He allí la desgracia. Sólo ella y yo, sin papás, sin hermanos, sin tíos cerca. El nuestro necesariamente iba a ser un enfrentamiento mortal, porque de nuestra recíproca amistad hacía mucho tiempo que no quedaba nada.
Volví al sofá, a pensar. Estaba aterrado. Pili, o Mili, quiso seguirme, pero no pudo, ya que corría en semicírculos y se detenía, extenuada. ¿Qué estaba pasando? Me costó una media hora darme cuenta: al entrar a casa, Pili, o Mili, me esperaba en el dintel para echárseme encima de una vez por todas, pero al abrir yo la puerta cayó violentamente al suelo y sin fijarme, la aplasté. No cabía otra posibilidad que ésa.
Descubrí entonces cuál era la verdadera tragedia del asunto: con los meses, de tanto ser perseguido, de tanta desgracia ocurrida por culpa de ellas, yo había desarrollado un miedo inclasificable hacia todas las arañas del mundo. Por ahora el miedo se materializaba en Pili, o Mili, pero entonces comprendí que jamás me podría escapar del aura maldita.
Pero una cosa era la desgracia futura y otra muy distinta la presente: había que matar a Pili, o Mili. Mis papás llegarían tarde, ya iba siendo hora de acostarse y no podía darme el lujo de que el bicho se me subiera a la cama y me clavara sus quelíceros en la yugular mientras dormía. De modo que me armé de valor y me acerqué lo más que pude, con el firme propósito de reventarla con la suela de la zapatilla, que menos mal era una suela lisa, no como las que se fabrican ahora, llenas de anfractuosidades. Levanté el pie, horrorizado, porque Pili, o Mili, me miraba desde abajo, me miraba con una dulzura y entrega propias de las condenadas a muerte, pisaba con sus siete patas la tabla, porque le faltaba una y por eso cojeaba, por eso andaba en círculos, ahora lo entendía claramente, me suplicaba que no la matara, ya no sirvo para nada, niño, déjame morir sin mayores traumas, pero advertía claramente que detrás del brillo acuoso de sus ojos tiritaba de espanto, ideaba una táctica de última hora, impotente ante un gigante de pantalones cortos que era dueño de unas extremidades poderosísimas que ya se las quisiera ella, miembros que si bien no servían para andar por las paredes le sacaban varios cuerpos de ventaja de una sola zancada, niño, ten piedad de mí, todo ha sido un accidente, compréndelo y no empeores las cosas, no hagas lo que vas a hacer, déjame ir por última vez a mi rendija, quiero descansar en paz con las mías, no lo hagas, niño, que jamás yo iría a tu cama, tú has sido mi amigo y de lejos te envidiábamos y lo comentábamos todos los días con Pili (vaya, vaya, estaba nada menos que ante Mili), no planeo nada, mírame bien y compréndelo: solamente soy una araña en apuros, a merced del hombre, que por más niño que sea sigue siendo un hombre, una araña aplastada por error, por andar paseando en los dinteles, mírame, niño, y siénteme, ¡no puedo caminar más que en círculos!, la vida se me escurre andando en círculos y ya me queda muy poco, no aceleres lo que habrá de ser de todas maneras...
Su súplica angustiante me llegó al corazón, pero el terror me superaba. Si bien retiré la zapatilla, en el fondo acobardado ante la posibilidad de que se montara por el borde y me subiera por la pierna desnuda, eso no significaba que le estuviera perdonando la vida. Lo que hice fue caminar hacia atrás, a la cocina, sin apartarle la vista. Encendí la tetera y esperé. Cuando soltó el hervor volví donde Mili y le arrojé un buen chorro de agua, que la hizo estremecerse y expirar casi instantáneamente. Lo último que le observé con vida fueron sus tiernos ojos, parecidos a los de Cristo, que me decían lo hiciste, niño, tuviste que hacerlo, no pudiste sobreponerte a ti mismo y ponerte en mi lugar, mira como me has dejado, mas para asegurarme busqué unos fósforos y se los encendí en el cuerpo y las patas mojadas, y aun así algo se movió, pero los de Mili ya eran reflejos condicionados, creo.
Entonces me dormí como un angelito, y en lo más profundo de la noche sentí un beso en la mejilla que me hizo sonreír.
Han pasado cincuenta años desde entonces. No voy a hacer un recuento de mi vida porque no procede. Mis papás se fueron ya hace un tiempo de este mundo, primero uno, luego el otro, ambos en medio de grandes sufrimientos postreros. Mi hermano es un acaudalado que supo olfatear en el mercado inmobiliario. A veces nos vemos y entonces a él le vuelven a brillar los ojos, vuelve a ser el de antes. Lo que es yo, ¿yo?, imagino que pasé a ser un don nadie, un espectro de mirada intensa que se refugió en sí mismo, incapaz de entender las circunstancias que lo rodeaban. Estos penosos años de lo que pudo haber sido una gran existencia -pero que se frustró para siempre el mismo día de la muerte de Mili- han sido apenas una suma de momentos clichés. Todo ha sucedido entre "drásticas medidas", "declinaciones ostensibles", "rencores extraordinarios", "gran desánimo", "horas de soledad", "miedo inclasificable". Como si fuera poco, las dos gotas de agua me legaron la singular herencia de soñar, lo que resta de mi existencia, con ejemplares de su raza. Anoche mismo quedé atrapado en una esquina del pasillo de mi casa, preso por tres tipos de arañas. A mis espaldas destacaba una rara especie color miel de abeja, de pata corta y peluda, con dos testículos bajo el abdomen. Parecía bastante inofensiva pero tenía la particularidad de ir creciendo a medida que uno fijaba la vista en ella. Entonces se tornaba sumamente peligrosa. Me era imposible retroceder, pasar sobre su cuerpo movedizo, hacer como que no existía. A mis costados colgaban las descendientes de Pili y Mili, nada de amistosas, como sus antepasadas (debieron aprender de ellas, al menos los modales de una dama). Éstas eran trapecistas burlonas, mostraban sus piernas sin pudor y a veces soltaban chorros de pipí que lastimaban mi rostro. Enfrente mío estaba la más terrorífica de todas. Era una araña de rincón de tamaño absolutamente fuera de lo común, poco más grande que la palma de la mano. La telaraña atravesaba el pasillo y ella esperaba en el rincón menos visible, como si estuviese muerta.

2 comentarios:

Fortunata dijo...

Menos mal que no tengo fobia a las arañas... Así que Pili y Mili también fueron conocidas en Chile...
Besos

Thérèse Bovary dijo...

Yo quiero a Pereptil!!!!