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jueves, mayo 24, 2007

Historia de una coma

Un feliz equívoco del archivero de la hemeroteca nacional me ha permitido conocer la historia que transcribiré a continuación, en el entendido de que -tal como ha sucedido con mi persona- muchos de mis lectores la pasaron por alto en su momento. Aunque se trata de una historia pública; esto es, de conocimiento general, tal como las leyes que se aprueban en el Congreso, advierto en favor de la ignorancia que a raíz de que en esos mismos días se vivían los estertores de la dictadura, el fusilamiento de una coma no podía levantar las pasiones que despertaban entre la ciudadanía las marchas y mensajes televisivos a favor del No, o los argumentos de la parte contraria, los defensores del gobierno de Pinochet. Para las personas, además, los seres humanos siempre han sido más importantes que las cosas. Una buena amiga, que hace unos días se enteró del caso por mis labios, tuvo la delicadeza de sugerirme que no pecara de candoroso con las comas, al notar el énfasis que yo ponía en el relato de la anécdota. "Siempre andan haciendo de las suyas, disfrazadas de poquita cosa, de seres insignificantes, cuando en realidad son malévolas", fueron sus palabras.
El asunto es que el archivero trajo esa vez a mis manos el volumen de la quincena respectiva del tabloide sensacionalista "La Séptima", donde el fusilamiento aparecía bastante destacado, en lugar del mamotreto correspondiente a la edición de "El Decano" de la misma fecha, diario que le reservó una perdida columna en páginas interiores, aunque, vaya, vaya, descubrí entonces, también le dedicó uno de sus graves y sesudos editoriales, que al ojo de cualquier lector atento demostraba una suerte de contrasentido o manipulación o pugna entre el área de redacción y el área periodística. Problema en el que no me voy a meter.
Dejo pues ambos hallazgos ante ustedes, comenzando por el juicio sereno de "El Decano" y siguiendo con la emoción y la sangre de "La Séptima", y me despido hasta la próxima ocasión.
Carlos Martínez Rencoret
Recopilador de curiosidades

(Editorial del diario ‘‘El Decano’’, publicado tres días después del fusilamiento.)

En defensa del bien común

El inexorable curso de la justicia se cumplió y la coma finalmente ha sido ejecutada. Por cierto, lamentamos su deceso y una vez más reiteramos la conveniencia de revisar la legislación que establece la pena de muerte para los seres infrahumanos, ya que está fehacientemente demostrado que no es el temor a ese castigo el que disminuye las faltas gravísimas que se cometen contra la sociedad, sino una política global y sostenida que logre consolidar y hacer carne la igualdad de derechos de los ciudadanos, sumada a un eficaz tratamiento de prevención de la delincuencia.
Penoso y digno de conmiseración resulta el testimonio final de la condenada, publicado por un tabloide de dudosa credibilidad y primitivo estilo y que tanta polémica ha generado, sobre todo en aquellos párrafos que conciernen a nuestra casa periodística. Desde luego, lo que la víctima oculta durante su publicitada súplica queda a la vista en la frase que desliza en su desesperación final, al admitir que efectivamente ‘‘fue una broma tonta’’. Baste esa sola expresión para explicar los penosos acontecimientos ocurridos. Mas una mínima defensa del Estado, forma suprema de la organización política y social, obligaría a realizar una serie de consideraciones.
Acontecimientos recientes, como el rescate de rehenes en la Embajada de Japón, la toma por estudiantes universitarios de su Facultad de Derecho y ahora este fusilamiento parecen replantear antiguos dilemas jurídicos, morales y pedagógicos. ¿Libertad o autoridad? ¿Misericordia o rigor? ¿Diálogo o ejercicio legítimo de la fuerza? Bien mirados no son términos excluyentes ni valores contradictorios. Se trata más bien de acentuaciones basadas en un juicio prudencial de oportunidad. Si tal juicio es ponderado, la vida de la sociedad y los derechos de las personas -incluso de las comas- se desarrollarán en fecunda interacción, sin traumas, sin exclusiones, sin excesos indebidos, sin acentuaciones unilaterales.
La compasión no puede sustituir a la responsabilidad y al mérito personal. Degenera, entonces, en estímulo perverso, que induce e invita a hacer lo que le guste a uno, con total desprecio de los derechos ajenos y de la primacía del bien común. La progresiva tendencia a exculpar y ensalzar a los ‘‘jóvenes idealistas’’ y con ello a eternizar los diálogos persuasivos renunciando a ejercer la autoridad e imponer la justa pena, puede llevarnos muy pronto a lamentar males mayores.
El ánimo de esta casa periodística jamás fue causar daño a algo tan indefenso y frágil como una coma, sino velar por los intereses superiores de la nación y por la preservación de los grandes valores morales, así como por la rectitud de la información y el compromiso irrenunciable con la verdad. En esta ocasión ello ha derivado en la pérdida de una vida, desgracia preferible a la remota probabilidad de una trizadura en el sistema institucional y en la credibilidad que inspira la mismísima Constitución que nos rige. Si en su momento denunciamos la acción de la coma no fue porque su execrable actitud hubiese sido particularmente amenazante; antes bien se debió a que debíamos demostrar nuestra consecuencia con los principios de la entrega serena y austera de las informaciones a la opinión pública, algo que siempre hemos privilegiado y que constituye nuestra más noble tradición. Consecuentemente con la línea centenaria que hemos sabido mantener en toda circunstancia, publicamos la noticia del fusilamiento en páginas interiores, sin imágenes de ningún tipo. Una muerte, aun la más vil, debe tratarse con la debida dignidad y respeto hacia el que la padece.

Por ello -y esto lo proclamamos públicamente- no compartimos el tratamiento que da a la información el diario en comento, cuando encabeza en su primera página, con un llamado en letras rojas, ‘‘Y la coma tenía corazón’’, complementando el concepto con la imagen de la fusilada, ahogada casi en su propia sangre. Es legítimo que tras esta muerte los editores de medios reexaminen sus criterios de selección de noticias y también que los lectores que la semana pasada acusaban a los medios por este proceso -y en particular al nuestro- consideren el contenido de los diarios y revistas que compran. Los lectores, todos nosotros, tenemos la obligación de rechazar las publicaciones que violan estas normas éticas fundamentales. Títulos e imágenes como éstos advierten a la opinión pública sobre los límites morales de los mensajes que entrega una noticia.

(Testimonio recogido por el diario ‘‘La Séptima’’ y reproducido junto a la noticia principal, al día siguiente del fusilamiento, bajo el título ‘‘¡No tuvieron piedad!’’)

Creo que ya me vienen a buscar. No, me equivoco, son pasos que resuenan en la calle. Si mis cálculos no me fallan, los gendarmes deberían aparecer en dos horas, quizás en una hora tres cuartos; no podría estar tan errada. Debemos estar cerca de las cuatro de la mañana, lo digo por el frío y porque creo que el último vaso de ron me lo tienen que haber ofrecido hace unas cuatro horas, con el cambio de turno. Es posible que Su Excelencia haya cambiado de opinión y llamado por teléfono al director de Gendarmería para comunicarle el indulto. Creo que una vez se dio un caso así en la historia; me parece haber escuchado que Dostoievski se salvó del paredón cinco minutos antes. ¡Qué tonta soy! La esperanza me ciega cuando ya no hay nada que hacer. Es increíble que todavía espere algo de la gente, después de lo que me han hecho. ¡Cómo puedo seguir creyendo en los seres humanos! ¡Me han botado por la alcantarilla y aún creo en la Justicia, en el Gobierno y en el alma de los mortales! Yo no tengo cuerpo de carne y hueso, ni espíritu; yo soy de otra raza. Para los humanos la pena de muerte fue abolida; mas no para mí. Lo único que me queda es encomendarme a Dios. Sólo le pido que ese segundo infinito, ese momento de los disparos, pase rápido. Si Dios me falla, qué más da. Han muerto tantos millones de comas que una más a quién le importa, aunque se trate de la primera ejecutada ante un pelotón de fusilamiento.
¿Qué me trajo a este húmedo calabozo?, pensará el lector. Yo misma me lo pregunto y aún no lo comprendo. ¡Soy inocente, señor juez! Y por último, ¡no lo quise hacer! ¡No fue culpa mía! ¡Piedad! ¡Misericordia! ¡Justicia! Calma, calma, calma, debo mantener la dignidad hasta el final. El sudor sigue la curva de mi cuerpo y cae en el ladrillo. Vuelvo a la realidad; qué estupidez haber gritado tan destempladamente. Que mis lamentos no hayan traspasado estas paredes, que mis sollozos no hayan causado lástima a los gendarmes. Que nadie se apiade de mí. Si he de morir, que sea como una valiente coma. Que mi ejemplo se recuerde y que en mi honor se levante el monolito a la injusticia y que se llene de flores mi tumba.
¡Distinguidísima Excelencia! ¡Venerado Presidente! Le juro que cuando Olegario me colocó en la pantalla de la computadora llegué a saltar, pues me di cuenta del error. Le grité, le requetegrité y le imploré, pero no me escuchó. La inflación había sido de 1,15 por ciento y Olegario me colocó al lado derecho del segundo uno. ‘‘11,5% fue el IPC de mayo’’ fue el titular de Olegario y yo ahí, muerta de vergüenza y muerta de la risa, porque cómo me iba a imaginar a esa altura que el error me costaría la vida. La información pasó a manos de Perodáctilo Rumiante, quien no vaciló en recomendarla para la portada, dados los caracteres espectaculares e inesperados de la noticia. Así fue como llegué a la junta de editores, encabezada por el mismísimo Másimo Aguasanta e integrada por los guatones Pericles Tártano, Virgilio Putaedro y Martirio Fun, además del ex flaco Patoceleste Puatua. Los editores consideraron, mirando al suelo y frunciendo el ceño, que el titular era bueno porque ridiculizaba al pintoresco ministro de Hacienda, pero como no había que hacer tantas olitas lo darían a dos columnas escondido en el ángulo inferior izquierdo de la portada. Yo no lo podía creer. ¡Nadie reparaba en el error! ¡Nadie se tomaba la molestia de leer la información, donde el guarismo estaba escrito correctamente!
El titular llegó al taller. La computadora me había trasladado al papel impreso. Ya no era un conjunto de puntos milimétricos de color negro en una pantalla de cristal líquido, sino una negra y brillante coma del tipo clásico en cuerpo 50, lo que me hizo sudar de angustia. Tal como lo suponía, en ese momento, ya presa del terror, mi última esperanza se desvaneció cuando el corrector de pruebas le puso un visto bueno a la fotocopia impresa de la página y pasó a revisar a continuación otros títulos y bajadas. Entonces me desmayé y sólo desperté con el ruido ensordecedor de las rotativas, que me multiplicaban decenas, cientos, miles de veces, tantas como las vueltas que daba mi cuerpo adherido a la máquina.
Allí estaba, horas después, en todos los quioscos. ¡Yo! ¡En primera página! ¡La vergüenza de la familia!
¡Excelentísimo Capitán General y Presidente de la Nación! Ellos fueron los culpables, pero como no podían admitirlo abiertamente, cortaron el hilo por lo más delgado cuando un ministro del Gobierno que tiene cara de natre los llamó por teléfono. Se fueron pasando la pelota unos a otros hasta que llegaron donde Olegario, el ruin de Olegario, quien tuvo la tupé de declarar que yo me había saltado de lugar sin pedirle permiso a nadie. Ellos hicieron como que le creyeron (porque a un sanguijuela chupamedias como ése siempre se le deberán favores personales) y me ofrecieron en bandeja a los leones. Entonces no sólo me expulsaron de la manera más humillante, sino que además me entregaron a la justicia. La justicia no dudó en condenarme a muerte y ahora espero el indulto, pero realmente lo que estoy esperando son esos pasos que resuenan en mi estrecha mente de coma. Creo que ahí vienen. ¡Sí, son ellos! ¿Traen el indulto? ¿Sí? ¿No? ¡Nooooo! ¡Piedad! ¡No me maten, gendarmitos! ¡Soy muy joven aún para morir! ¡No he tenido hijos! ¡Nunca seré abuelita! ¡Sí, sí, sí, fue una broma tonta! Déjenme escapar; hagan como que no me vieron. ¿Verdad que no soy mala? ¿Verdad que tengo mis atributos? Hagámoslo a la salida, de a uno o todos juntos si quieren, pero denme la libertad. ¡No me tapen los ojos! ¡Espérense hasta el verano, porque quiero comer pastel de choclo! ¡Uy, me entró una astilla, vayan a buscar metapío! ¿no hay metapío? Conozco una farmacia en la Estación Central que abre a las nueve, pero hay que llevar receta médica. ¡Se me corrió la venda! La-lí la-lá... un galeón español, la-lá la-lí... ¡Esperen, se me soltó el nudo ciego! ¡Nooo! ¡Guaaaaa......!



4 comentarios:

Margot dijo...

Chapó!!!jajajaja

Y todo por una coma... ufff, raro es el mundo, verdad? jeje

Un beso, dr. vicious, hoy hizo honor a su nombre.

Thérèse Bovary dijo...

Pobre coma, cuerpo 50. ¿La bala le dio en la cabeza?

Fortunata dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Fortunata dijo...

Me gustó la visión de los hechos de los dos diarios....
Que no sean suaves con las comas, siempre andan haciendo de las suyas, disfrazadas de poquita cosa, de seres insignificantes, cuando en realidad son malevolas.
besos