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viernes, junio 08, 2007

Divagaciones sobre la letra i

No fue por casualidad que a la i se la ordenó en el tercer lugar dentro de las cinco vocales. Decir a-e-i-o-u es como abrir y cerrar un abanico, algo parecido a lo que sucede con el diafragma de una cámara fotográfica ante la presencia de la luz. La boca se ofrece en forma de una gran redondela para decir a. Cuando se ha dado cuenta del exceso en que ha incurrido tiende a cerrarse, a calcular más su proceder, a fabricar un sonido diríase elegante, y así nace la e, que al mismo tiempo es el ascenso de un escalón en el trayecto de las tonalidades graves a las agudas (¿se han percatado mis queridos lectores cuán original es el tema en el que nos estamos enfrascando?).
Llegamos así al momento del clímax, representado por la i. Es el sonido culminante, chirriante, sacapica en su agudeza; es el festín de las vocales, que se complacen en sacarle la lengua a todo el mundo y demostrarle (demostrarnos) que ellas también tienen su día licencioso, desfachatado e irreverente.
Después, bueno, después viene el castigo y la represión; la redondela se hace chica y grave para decir o y al final los labios se fruncen casi como verdaderos colizones y musitan con finura: u.
Pero más vale no hablar de eso. No estamos aquí para llorar las miserias que nos recuerdan las románticas almas que son la o y la u. Estamos para divagar sobre la letra i y sobre el carácter y la ética del creador.
Ya está claro, entonces, por qué la i es la tercera vocal y qué papel representa dentro de esta familia de tan heterogénea conducta. Veamos ahora otros aspectos, no menos importantes.
La i consta de un palito y un puntito, que no es lo mismo que decir de un palo y un punto, ya que esto último sonaría agresivo, demasiado directo. En consecuencia, es la única de las cinco vocales que tiene dos partes, a pesar de que las otras cuatro, muertas de envidia, constantemente sacan a flote el argumento de los tildes, e incluso la u, en el colmo del infantilismo, esgrime su consabida cremilla de excepción.
"Sí, pero yo tengo dos puntos y tú sólo uno!", suele exclamar en sus momentos de exasperación.
Baste señalar que todo esto fue llevado en su momento a los tribunales, que fallaron a favor de la i. El fallo, de 1934, analiza el abecedario español completo y guarda un considerando especial para el caso de la ñ, pero esa historia es conocida y no sería bien visto contarla aquí.
No es casualidad que la i tenga dos partes. La razón está en la lluvia de críticas que despierta su alocado proceder. El palito la eleva, inconmovible, para gritar su verdad de chiquilla mañosa; y el puntito le sirve como paraguas. Como quien saca las castañas con la mano del gato.
Mirada desde arriba nos ofrece la curiosa perspectiva no de un palito, sino de una esfera. Si la ampliáramos con microscopio, la esfera llenaría el lente y pasaría a ser el globo terráqueo, quizás el universo (si es que éste, eso sí, tuviese forma de esfera).
La i tiene una gemela: la i manuscrita, que es una ola que sube y que baja. La I mayúscula no cuenta, porque nos echa a perder casi todo lo escrito.
La i es delgada y no tiene costillas. Sólo dos huesos. Uno largo y otro redondo.
La i tiene dos imitadores: la l y el 1. Pero éstos son remedos de perfección. Nunca conseguirán la pureza y combinación de formas que nos ofrece la i. No hablamos, por cierto, de una estructura delicada. Al contrario, hemos sido majaderos para resaltar, diríamos, no las virtudes, sino los defectos de la i, que son los que le otorgan su encanto.
La i es una espada de Damocles invertida o si se quiere, una metáfora de la espada de Damocles, que como toda metáfora no es exactamente igual a la figura original en que se inspira. En este caso la espada sería una bola inmensa que pende sobre su dueña, una flacuchenta con cuerpo de lápiz (y si fuese invertida, la espada sería una lanza que pende sobre un gordiflona con cuerpo de estómago).
La i es mujer. Todas las vocales son mujeres. Todas las letras son mujeres. Todas las palabras son mujeres. Los conceptos son hombres. La filosofía es mujer. Dios es hombre.
Todo lo anterior, para decir que estas horas muertas me impulsan a divagar. A pensar en aquellos creadores que lo sacrifican todo (esposa, hijos, amigos, dignidad, lealtad, humildad) con tal de lograr la fama. Han escrito libros, volúmenes completos, apoyándose en su talento creativo, que como les viene de no se sabe dónde y les sale a raudales en lo que hagan, se les antoja hermoso y trascendente para los demás. Olvidan que el talento no lo es todo ya que, y es fácil demostrarlo, cualquiera puede hacer de una lesera una falsa obra de arte, como sería, por ejemplo, el caso de alguien que divagara sobre la letra g o sobre el trasero de Marta Sánchez. Cualquiera escribe una novela sobre la dictadura o sobre lo real maravilloso.
La gracia es otra, como dijo mi compadre Quiñones en su tratado "Literatura y ética, o cómo hacer del arte una expresión de elevada belleza", que entre paréntesis no lo leyó nadie, por fome.

7 comentarios:

Thérèse Bovary dijo...
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Thérèse Bovary dijo...
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Lila dijo...

¡¡intirisinti!!


Saludis

Fortunata dijo...
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Fortunata dijo...

Olvidaste la posición de la lengua,esencial en este juego. Una lengua que se apoya en los dientes mientras la parte central se eleva como un cuerpo para poner la posicion mas adecuada y subir hasta casi tocar el cielo del paladar. Esto supone un privilegio al que sólo se acerca la r, que como consonante pierde las sutilezas de las vocales. La más sutil de todas es la i, sin duda, que apenas deja que el aire pase, nos llena el paladar de fragancias. Es la única de ellas que reverbera dentro, no sale corriendo hacia fuera, sino que se expande como un efluvio.......

Besos en una tarde pesada y bochornosa que anuncia un verano de fuego.....

Thérèse Bovary dijo...
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mentecato dijo...

La i, erguida como un cisne, con su sonido vocálico cerrado y palatal.

Tantas y tantas palabras con i. Me quedo, tan próxima al corazón, con la palabra Itaca, nombre del poema de Kavafis (kalós kai sofós aner).

Un abrazo.