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miércoles, julio 11, 2007

Café Decamerón

Laureano el veedor tomó entonces la palabra y dijo: doquiera que el hombre ande por el mundo de tres cosas desprenderse no podrá. A saber, de su propio cuerpo, de sus sentidos y de sus deseos carnales, mas no del buen entendimiento, que unos lo tienen, otros lo creen tener y otros, teniéndolo, lo pierden. De modo que sólo con tres cargas seguras a cuestas el hombre anda y la última de ellas expresada, grande y pesada es en mocedad y menor va siendo a medida que la experiencia mina al impulso. Pero puesto que siempre hombre es y no animal, y que comprobado está que la calentura hace surgir pensamientos ruines para no sólo satisfacer el deseo que la origina sino también para prolongar aún más tan grande placer que no puede ser otro así llamado que la cópula de hombre con mujer, aconteció no ha mucho a micer Donato Castrili, oriundo del valle de La Reina, lo que a continuación se narrará.
Caminando por el centro de su aldea micer Castrili sintió de improviso ese apetito sobre el cual referencias varias se han hecho, y en viendo que la situación le era propicia porque tiempo había para sí y portaba buen dinero en los bolsillos, preparó un plan destinado a hacer rendir sus monedas, porque su dinero él cuidaba y gracia no le hacía gastarlo en menos tiempo que una canción dura en la radio, de modo que aguzando el ingenio discurrió que mejor cosa no fuese que yacer con mujer pública más tiempo del que ella quisiese. Mirando a un lado y a otro, como sintiéndose culpable de algo que nadie más que él pensaba (porque a cada cerebro corresponde un pensamiento y no es cosa posible mezclar uno con otro a menos que los pensamientos salgan de la boca), y que aquel pensamiento suyo no era otra cosa que el plan fraguado para satisfacer su carnal apetito, entró a una botica y con discreta voz y rostro no de él pensárase sino de otro, un ungüento adormecedor de su virilidad ordenó al boticario, quien acostumbrado a estos afanes limitóse a dárselo no sin pedirle antes un poco del dinero del que se ha dicho portaba micer Castrili en los bolsillos. No bien en sus manos tuvo aquella crema milagrosa buscó un lugar do poner en marcha su plan y lo encontró bien luego, en el retrete de una fuente de soda. Sucedió entonces que un cañón tronó en el cerro anunciando el mediodía mientras micer Castrili su virilidad adormecía para prolongar tan grande placer que viniese. Buena hora, se dijo y caminó por estrechas calles repletas de aldeanos que a sus quehaceres se entregaban con un propósito y otro, los cuales eran de sus pareceres poner en práctica todos cuanto antes salvo aquellos prohibidos, que son los que más suelen rondar por la mente.
Era de varones conocida una mancebía que ocultábase en un subterráneo de un pasaje y que a toda señal exhibía en el primer piso una luz mezquina con su nombre, que era "Decamerón", como si con ello quisiérase rendir homenaje al genio de maese Juan Boccaccio o quizás atraer clientela usando una palabra que sugerir tenía mucho. Micer Castrili entró al pasaje e hizo como que mirar quisiese una vitrina y en viendo que no era notada por demases su ausencia desde la calle bajó raudamente la escala y desapareció del mundo. No habiendo pasado el tiempo que demora la boca en contar hasta dos, un hombre venido sus padres o sus abuelos pero no él directamente del continente del África corrió do él estaba y le dio una tarjeta con el nombre del local, que micer Castrili a su vez pasó al cajero, quien después de recibirla, su entrada con rebaja le cobró. Entonces, despedido del mundo del día, acertó a conocer el de la noche con los encantos que la noche ofrece a quien acierta no a cerrar los ojos sino a abrir no sólo ojos sino sentidos y las apetencias de la carne, tanto así que bien recibido fue por muchas mozas, cual de todas más hermosa como la mejor de aquéllas que en la aldea haber pudieren, mientras una sola bailaba en el ruedo para vigorosos mancebos y otros no tanto pero sí entusiastas, a juzgar por la brillantez de sus miradas.
Vino entonces moza grande y redondeada a los brazos de Castrili y Castrili la probó en su peso y le tanteó las caderas gustándole bastante, mas no lo suficiente como para desprenderse así por así del dinero que portaba en los bolsillos, sobre todo viendo que otras mozas mejor dotadas que ella rondaban a su lado esperando el turno para presentarse a él, ya que en aquel recinto presentador no había.
Vino entonces moza baja y de senos gigantes que al momento fascinóle mas no tanto como moza rubia y delgada que su talle paseaba por el oscuro salón sin más ropaje que minúsculo calzón plateado y prenda que la intimidad de sus pechos le cubrían, de modo que micer Castrili se dejó querer y esperó que la rubia moza dignase por su lado pasar para intercambiar palabras ambos en un rincón de la habitación de baile, que era como se describe: piso sucio y asaz pegajoso, muros grasosos y pasillo estrecho que a dos cuartitos sin puertas daba, salón central do mozas por turno bailaban sobre escenario con espejo, primero canción rápida luego lenta, entrando vestidas y saliendo desnudas y abrazando en su bailar una barra de hierro que mucho apetecía a los varones cuando ella contactaban.
No bien alejóse la de senos gigantes, moza rubia preguntó a micer Castrili si pluguiese yacer juntos en uno de los cuartitos del lugar. Éste, que encendido ya como cautín estaba, soltó prenda en menos que un gallo cantare y ella de la mano lo llevó al rincón pecaminoso, donde procedió como avezada moza sabe hacer. Pero sucedió entonces que micer Castrili maravillado grandemente fuese, al descubrir que nada sentía junto a tan magnífico ejemplar de la raza de las hembras y que a pesar de que ésta desplegaba todas las habilidades que en su corta vida había aprendido resultado de sus agitados avatares, su cuerpo o mejor dicho la representación de su virilidad tan dormida era, que diríase llegaba a roncar, exangüe y lacia como una tripa de lana. La moza rubia sintióse no deseada lo que la llevó a redoblar esfuerzos y cuanto más los redoblaba tanto más micer Castrili ansiaba echar marcha atrás en su plan, pero como el plan ya fuese en marcha sólo cabía esperar su resultado, que no era nada bueno, menos bueno cuanto a su lado un varón mas no delgado sino flaco, de pierna de varilla, daba con su escasa humanidad contra la gorda que antes a micer Castrili se ofreciese. Aferrábase a ella como culebrilla a tronco de árbol sin reparar que sus pantalones se manchaban en el piso y en creyendo el flaco que los gritos de la gorda verdaderos eran cortado fuese.
Demostración tal unida a la de un mancebo vigoroso ubicado en el rincón opuesto, quien unido a moza por la boca de ésta al contacto con su parte media lograba en poco tiempo satisfacción plena a su baja necesidad, angustiaron a micer Castrili, quien no pudiendo vencer el poder del ungüento intentó dar explicaciones que a mayor hablar peor resultado obtenían, ya que la rubia meretriz se apartó de su afán para recordarle con aguda voz que dineros que entran no salen porque el servicio cumplido está si la labor se ejecuta con prolijidad, esmero y estilo, lo que nadie podría reprochar en su accionar, probado tantas veces que dudarse de él jamás nadie hubiere, ni mujer ni hombre ya que hasta con hembras había procedido en más de una ocasión y con éxito, advirtióle con desdén. Micer Castrili admitió que la razón no estaba aquella oportunidad en su entendimiento sino en el de la mujer, mas quiso acometer de nuevo y pidióle que continuara su afán ya que el dinero daba para ese tiempo, puesto que ningún contrato estipulaba duración del acto sino sólo su valor, el cual los dos habían consentido sin presiones de nadie. Pero ella contestóle que jamás en esta vida desde las tierras de Gengis Kahn hasta las de los indios onas habíase visto a mujer sacar buen partido a una tripa de lana y riéndose lo demostró no sólo a él mismo sino a los otros dos mancebos, el flaco de pierna de varilla y el mozo vigoroso, quienes adhirieron a sus palabras con tan encendidas y picarescas frases que micer Castrili molestóse tanto como aquella vez que timado fuese en el colegio cuando niño era. De nada sirvieron sus protestas porque ya la moza ídose había, so pretexto que el turno de su baile llegárele, de modo que otra cosa no le quedó que arreglar su ropa en el rincón y ponerse a pensar con lástima en su pobre suerte y la pobreza de su plan, de lo que sucedió que deseos de llorar le dieron por sentirse abandonado no sólo por las mujeres todas del lugar sino también por su conciencia, que es la que gobierna el destino de las almas, de lo que puede desprenderse que cuando ser humano cualquiera cae en ese estado de abandono un peligro se anuncia, puesto que no otra cosa surge de un entendimiento despreciado que causar daño a sí mismo o a los demás en venganza de la afrenta que contra él se ha cometido (aunque con poca razón juzgare aquello pues un cerebro en ira es como un cerebro vano y por ende asaz peligroso), lo que en esta historia profético tornóse porque no habían avanzado los punteros del reloj tres palitos cuando micer Castrili el local abandonó dando patadas en las puertas. No bien enteróse el encargado de tal falta cometida, con sus contactos entabló conversación por aparato sin alambre y otros tres palitos hubieron de pasar para que la gente de la aldea a micer Castrili viera subiendo a un furgón acompañado de dos hombres de verde uniforme, quienes a palos lo encumbraban acusándolo en términos menos de academia que de taberna, términos que es de poco decoro explicitar en esta novela contada y que ya llega a su fin, sin enseñanza otra que aquella que sola se desprende, y es que mejor papel hace natura que idea, porque natura con generosidad otorga cuando a su fin uno se entrega, pero niega sus dones cuando le tuercen el camino.

1 comentario:

Fortunata dijo...

¿Qué pasa aquí? ¿por qué tanto silencio?

No me deje sin lectura doctorcito...que yo siempre le leo.

Besos pringosos de caña de azucar.