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viernes, julio 11, 2008

Impresiones de un encuentro con el diablo

Eran cerca de las 11 de la mañana cuando volví a encontrarme con el diablo. A Dios gracias lo había dejado de ver hace un tiempo, pero como sucede con el diablo, por una u otra rendija me recordaba de cuando en cuando su existencia. Esta mañana vestía suéter gris y como de costumbre, me saludó con cariño.
Lo que impresiona del diablo es su desfachatez. Una característica propia de los ángeles caídos es ser desfachatados. Aunque bajo el microscopio son bien poca cosa. Pero eso no les aproblema porque los ángeles caídos no tienen Dios ni ley: viven para pisotear a los demás.
Hay ángeles a los que se admira. A otros se les teme. Si se le teme demasiado a alguien, entonces se le invitará a la mesa. Eso me sucedió con el diablo. Y mientras el diablo hablaba con naturalidad, yo me deshacía en pensamientos rápidos. Todo el mundo cree que los bloqueos mentales paralizan la mente y es al revés: la activan a niveles prodigiosos. La mente, en ese estado, se transforma en una máquina de pensamientos y de recuerdos que permiten fabricar inusitadas asociaciones, única forma de hacerle frente al enemigo. Es tal el trabajo interno, que generalmente se pierde el contacto con la verdadera realidad del momento y por eso se dice que la persona está bloqueada. No oye, o más bien no asimila lo que escucha, responde brutalidades, pregunta insensateces.
Dentro de ese estado yo debía ir al ritmo vertiginoso de su charla, no podía quedarme atrás; es más, debía anticiparme a sus pensamientos y la única forma de lograrlo era preguntar y preguntar. De la boca del diablo salían códigos desconocidos, nombres que me sonaban, lugares nunca visitados. Yo no pensaba en otra cosa que en caer bien, decir inteligencias. El diablo, desenvuelto, me miraba en menos, reparaba en detalles increíbles, hablaba desde la cuesta y yo sube que sube...
-Conque has vuelto a las andadas -me dijo.
-Así es -asentí. Era mi forma de venganza.
Más tarde, con el estómago revuelto, de retorno al hogar de la normalidad aunque herido aún, mi mente tramaba asesinatos, reacciones brillantes pero tardías, imposibles. Recién entonces tomé conciencia de haber estado con el diablo y la conciencia me pesó, pues asumí con dolor y rabia que una vez más le había hecho una reverencia.

1 comentario:

La peor de todas dijo...

Probablemente ya tengas un trocito maldito incrustado al medio del pecho...suele suceder con ese personaje. No se va,, siempre se queda.