Visitas de la última semana a la página

viernes, diciembre 26, 2008

25 de diciembre

Si les pidieran graficar el 25 de diciembre, estos tres amigos elegirían un día de trabajo. Nada de niños jugando en las calles; más bien calles vacías, locales cerrados y un café por la mañana. A lo largo del paseo verían a un solo lustrabotas, aplicado. El otro, el que no debía estar allí, se agarraría a cabezazos contra el muro, patearía su lustrín, se marcharía del lugar, quién sabe adónde, angustiado de la vida. El lustrabotas aplicado comentaría acerca de su compañero de trabajo que es un loco de remate y seguiría embetunando los zapatos del primer amigo, que es el único de los tres que ha visto la escena, pues los otros dos lo esperan sentados en el escaño de más allá. De los labios del hombre que vive un tercio de su vida en la acera iría saliendo una historia triste, pero contada como si fuese la vida misma, algo normal. Diría que si es por él no estaría embetunando, que únicamente busca hacer el dinero de la pieza en que se echarán sus huesos por la noche. El primer amigo dejaría de pensar en su resaca y lo miraría con asombro, estudiaría su ropa limpia, su aire de hombre sano, abriría más los ojos para verlo. Le hablaría de la noche anterior el lustrabotas, de su Nochebuena, de la visita que le han hecho los alegres muchachos católicos en la hospedería. Recordaría la carne asada, las canciones hasta las tres de la mañana. Iría más atrás, cinco años ya ausente de la casa, tanta soledad, atrapado por el vicio.
El vicio tiene garras que no dejan volar a las almas de los lustrabotas alcohólicos. El primer amigo lo instaría a volar por su propia voluntad antes de pararse del asiento para saludar a sus amigos. Los tres se irían al café y el lustrabotas ahora sí que quedaría solo a lo ancho y largo del paseo.
En el café la escena sería harto diferente. La conversación se enredaría en las cosas del fútbol, en los misterios de Palestino, en el poder de la estadística, mas de pronto la charla del tercer amigo arribaría a extraño puerto. Pasaría entonces un hombre parecido a Escuti, un hombre viejo, acabado, que ya hace tratos con la muerte. Mientras se desplaza ante sus ojos, el amigo que ha llevado la charla a extraño puerto reviviría un atisbo de romance. Ha sido en la fila del banco, la ha llamado, no lo ha reconocido, la ha vuelto a llamar. Es tan real y tan raro todo, se hace en un instante tan diáfana la forma en que las mujeres manejan los hilos de la vida, pues si había estirado ella tanto la cañuela, por qué la recogió, qué pasó entretanto, se pregunta y los dos amigos analizan y concluyen que hay un gato encerrado en esa historia. No se ha dicho todo, faltan los detalles más reveladores. El tercer amigo no ha soltado el cuento completo, porque habría quedado demasiado expuesto, aun ante sus amigos.
Caminarían por las calles desiertas, pero entonces, sin aviso previo, el tercer amigo entraría a la oficina de apuestas. Qué lo ha hecho torcer la senda, qué emociones busca, no bastan las que ofrece la vida. Por las pantallas se verían caballos flacos, desganados, corriendo por el hábito de correr. Hombres solitarios estudiarían sus papeles, repetirían sus cábalas. Las escupideras se irían llenando con el correr de las horas. Impresiones como ésas llenarían la conversación de los amigos 1 y 2, hasta que las sendas de ambos se bifurcarían y cada uno volvería a lo suyo.
Avanzada la tarde, hecho su trabajo, el segundo amigo descansaría la vista, ordenaría su pieza, se echaría un pan a la boca, contemplaría sus trofeos, tomaría un libro y seguiría viviendo, ausente de su vida la maldita semilla de la angustia, pero pertinaz en su manera de mirar los defectos de la gente, implacable a la hora de enfrentar la estupidez humana.
A esa misma hora el primer amigo llegaría a su casa. La mesa estaría llena, las sillas también. Voces de niños y jóvenes alegrarían el ambiente, se escanciaría el vino de la jarra. Y mientras los demás dirían palabras que a él le sonarían como meros sonidos del ambiente, concluiría a destiempo y en silencio, porque así es él, vive después de haber vivido, concluiría que de los tres fue el que más transó, el más cobarde, el más hipócrita, el que mejor entendió la naturaleza de las cosas.

No hay comentarios.: