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viernes, mayo 08, 2009

La cajita

Un vendedor ambulante atraviesa la calle llevando en sus manos una cajita de cartón que protege como un tesoro. Dentro de la cajita guardará a lo más dos docenas de chocolatitos en barras. Su tesoro son obviamente los chocolates; perderlos equivaldría a una tragedia. No hay otra razón por la que atenace la cajita con sus manos. Ambos pulgares, en la base; los ocho dedos restantes aplastando las barritas para que no se vayan a caer. Una persona indolente la habría tomado al revés, y con una sola mano: el pulgar arriba y el resto de los dedos abajo.
Todo en él es pequeño: su porte, sus manos, su miseria, la cajita, los chocolatitos. La posición que exhibe al caminar recuerda a la del sacerdote que lleva el cáliz, el vino y las hostias desde el sagrario hacia el altar, al momento del ofertorio, sólo que en el vendedor no se aprecia majestad alguna. Noto que se desplaza asustado y algo ebrio; la vereda es estrecha y pareciera que dos mocetones lo vinieran siguiendo, porque también acaban de trasladarse a la acera del frente.
En Rancagua las calles suelen estar desiertas a ciertas horas; es casi un milagro que en este momento yo me dirija hacia el poniente y los otros tres hombres, hacia el oriente.
Hay tantas cosas que hacer en el día. Siempre he pensado que si uno se organizara mejor habría tiempo para hacer más cosas o al menos el tiempo no faltaría. Los atrasos se deben a la mala organización y la mala organización es un resabio latino que heredamos quizás de quiénes. Los ingleses son muy puntuales; o sea, tienen tiempo para hacer más cosas. Por ejemplo, si un inglés advierte que un pobre hombre está a punto de ser víctima de un asalto en la calle quizás haría algo, porque tendría tiempo. Para un latino, en cambio, primará el atraso que lleva y en vez de intervenir apurará el paso, para ganar tiempo.
A lo más el latino dará vuelta la cabeza al doblar la esquina para llevarse el recuerdo del asalto que sufrió un pobre hombre al cual casi por diversión le arrebataron de las manos su tesoro más preciado.

1 comentario:

Sandra (Aprendiz de Cassandra) dijo...

Perder aquello que no se quiere perder... pequeños duelos que nos recuerdan a qué aferrarnos...

Un abrazo