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jueves, junio 11, 2009

Amo a Chile, amo a Rancagua

¿Amas a tu país, sientes a tu país en las venas? ¿Amas a tu ciudad natal?
Amo a Chile como amé a mi niñez y amo a Rancagua como amé a mi padre.
Siendo niño solía compararme con los mayores. Al hacerse evidentes las diferencias de conocimiento y de experiencia llegaba a una conclusión devastadora: si estuviese en el lugar de ellos no sería capaz de desenvolverme, no tendría temas de qué hablar ni argumentos que defender. Pero entonces, el niño que era se comparaba con otros niños que sí se desenvolvían frente a los mayores como niños que eran y mi conclusión variaba: los niños pueden relacionarse con los mayores sin renunciar a ser niños y no hay drama en ello. Los mayores no sólo entienden perfectamente el asunto sino que además buscan ese tipo de relación, porque se sienten renovados. Ríen con sus ocurrencias y tienden a sacar a flote la benevolencia que llevan dentro. Los niños a su vez conservan la alegría y ganan confianza en sí mismos. Dicha conclusión me serenaba de inmediato, pero luego la observación y el razonamiento me conducían a una despiadada contradicción: si yo salía del paso frente a los mayores portándome como niño, sería el niño quien atraería el cariño de los mayores, no el par. Habría allí algo de farsa, de condescendencia, en el fondo de perdón. Fueren como fueren las cosas, mientras fuese niño estaría en una posición disminuida frente a ellos.
Ay, pienso ahora, cómo el mezquino cerebro doblega al corazón y deja pasar las mejores oportunidades de la vida.
¡Si nomás mi alma hubiera sido!
Amé a mi padre con censura y con desprecio, lo puedo decir ahora, sin traicionarlo, a pesar de que en vida él se sintió traicionado varias veces al descubrir mis sentimientos y los achacó a sus propias faltas, aunque no pudo ocultar su dolor. Me avergonzaba de que fuera mi padre, no era él el padre que soñaba. En ciertas ocasiones lo evité ex profeso o me burlé de él abiertamente, de tal forma que la ira apenas dejaba una rendija de luz a la desilusión y la desilusión ocultaba por completo la tristeza.
Era tan ignorante de las cosas importantes, tan inculto, esa es la palabra. No sabía manejarse en las grandes ocasiones y para todo empleaba sus emociones primarias, de las que parecía declararse orgulloso. El refinamiento era su antónimo y el vicio, su compañero inseparable. Sus gritos destemplados hacían vibrar las paredes de la casa, su impaciencia era superlativa, sus celos, prodigiosos, y solo sacaba a relucir su alma, su alma de poeta, cuando bebía. Porque tenía alma de poeta, pero en cuerpo de minero, entendiéndose por minero al hombre que lucha contra la naturaleza cabeza abajo para arrancarle un tesoro que oculta en la negrura y que cuando raras veces se le ocurre ver el cielo solo ve una luz blanca que enceguece.
Corren los años y cada vez me le parezco más; hasta me he sorprendido copiándole algunos gestos y el tono de su voz. Cuando me hago consciente del fenómeno miro con sus ojos y fabrico naturalmente el rictus de sus labios. Entonces me parece que él renace para apoderarse de mi cuerpo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los geneticos dirian que son los genes que llevamos dentro...un eslabon se parece al eslabon anterior y al siguiente, pequeños matices a la hora de golpear el martillo les hace reconocibles ....
!qué cosas mas extrañas tiene la sangre!...
Hasta los discursos mentales parecen repetirse...
Pienso mucho últimamente...pero llego a pocas conclusiones...

Muchos besos

mentecato dijo...

Más que nada, creo que es un acto de reconciliación ante el padre que uno amó a pesar de todo.