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lunes, junio 01, 2009

Ante las olas

Los días, que pasaron volando, se tradujeron en una suma de buenos ratos, tanto así que cuando ambos volvieron a Santiago lo hicieron pensando no que habían cambiado para bien, sino que al menos había sólidas razones para creer que podían seguir viviendo juntos el resto de sus vidas. Vargas se había sentido con la suficiente confianza como para hablarle de lo que él llamaba su esquizofrenia, de modo que le contó, caminando por la playa, que su deseo íntimo era abandonarlo todo y convertirse a la pobreza. Ella se rió con su acostumbrada risa espontánea, ausente de cálculo.
-No es lo que demuestran tus actos -le comentó, sin soltarle la mano.
Vargas sabía que eso era cierto y no pudo dejar de experimentar rubor cuando su esposa recordó la anécdota, acabado el viaje, con toda la familia alrededor de la mesa.
Había dos verdades, le había enunciado él, siempre con ese fondo hipnotizante y saludable de las olas rumorosas. Una verdad verdadera, que era la verdad interna de los hombres, esos pensamientos que se repiten, esos deseos que maduran y mueren sin salir a la superficie, esas conversaciones consigo mismo, tantos sueños, tantas imágenes deambulando por el cerebro, tantos terrores inconfesados; y una segunda verdad, una verdad de fantasía, que era la verdad de la "vida real". En el fondo, ésta última era la verdad de la gente que vivía para la materia, el 95 por ciento sino más. Era la verdad de la compra del supermercado, del trabajo o de la cesantía, del comer y el beber, de la oferta de Viajes Falabella, de los atochamientos de tránsito y los amontonamientos en los paraderos del Transantiago y las veladas idiotizantes ante la TV y los envíos de currículos, esperanzas malgastadas. "Mi aspiración es vivir de una vez por todas la primera verdad y no regirme más por la segunda", se atrevió a proclamar frente a las olas.
Su esposa le replicó con observaciones mesuradas y objetivas. La vida real es la que nos conecta con el mundo, no se puede obviar ni rehuir. Vargas se desanimó y le dio la razón. De pronto salía con estupideces que no resistían el menor análisis. ¿Qué quería decir en realidad? ¿De qué compuestos se formaba el combustible que animaba su fuego interno?
Por la tarde, otra luz, las mismas olas, su esposa le confesó que había sentido miedo al escucharlo.
-Cuando dijiste lo mismo hace tantos años yo te creí. Querías ser escritor, pero en realidad habías encontrado a otra mujer y te aprestabas a vivir con ella.
Vargas calló. Esas palabras no eran ciertas. Eran la interpretación que su mujer daba a la crisis matrimonial que los había hecho separarse en ese entonces, separación breve, que no cuajó. Tocaban además el punto sensible de la otra que se amó, fantasma indefendible porque de partida es mala, devoradora de hombres casados, mejor que yo, más joven, traidor cobarde, poco hombre... Meterse en esas honduras frente a la playa a la hora del crepúsculo equivalía a generar un temblor submarino que en segundos habría adquirido la forma de un tsunami, de modo que el tema quedó hasta ahí y se pasó a otro, al de la vida de ella, a su "vida real", a su vida comprobable. Vargas la escuchaba con atención, por si en algún segundo filtraba por casualidad la información que realmente le interesaba, ese detalle que le permitiera concluir que ella le era infiel, como lo venía sintiendo desde hace un buen tiempo. Vargas vivía obsesionado con la idea. A veces se levantaba pensando en eso y se acostaba con lo mismo. Como por razones de trabajo no se veían nunca en la semana, había "motivos reales" para desplegar fantasías en torno a ese tópico. El sexo había dejado de formar parte habitual en sus vidas y ella parecía no echarlo de menos... parecía. Y si él mismo sólo ansiaba ser él mismo, dejarse de patrañas y enfrentarse a su propio yo y sacar a rodar sus anhelos, por qué no también ella, por qué ella habría de estar ausente de ese fenómeno tan esencial, que es el fenómeno de la vida interna. ¿O es que realmente ella era tan natural y transparente como se lo había asegurado, siempre ante las olas del mar? Qué diablos, cuántas cosas en qué pensar, cuántas dudas que ir trabajando sobre una materia que por resultar generadora de conflictos había derivado en problema intocable. Vargas sabía perfectamente que bastaba con declararle su amor a través de palabras y gestos y todo iría mejor. Ella se le entregaría y fundirían sus cuerpos, luego la invitaría a cenar pescado al vapor y él bebería un poco más de la cuenta y no habría nubes que anunciaran temporal. Pero antes su mente le ordenaba despejar esa duda, retirar el mosquito que ensuciaba el mecanismo de relojería, confirmar que no había motivos para pensar en aquella supuesta infidelidad o enfrentarse de golpe a lo peor para tomar entonces la decisión final.
¡Oh, todo era un gran enredo! Se sentía atrapado, incapaz de volcarse a la "vida real". Su esposa le hablaba de los imanes que la atraían y Vargas se empeñaba en conectarlos a los suyos, pero se hallaban tan lejanos los unos de los otros que mientras no surgiera una imprevista atracción todo era tenso aburrimiento, similar al del pescador que habían visto hundido en la arena con sus altas botas frente al mar, la vista fija en las olas.
Y sin embargo habían vuelto felices, renovados. Ella, cargada de regalos. Vargas, satisfecho de la misión autoimpuesta de contribuir al bienestar material de sus seres queridos.
Al terminar el día, mientras lavaba la loza, las dos míseras gotas de detergente que quedaban en el envase lo irritaron. Por qué no había; qué costaba comprar. Una taza de té del juego "para los días de fiesta" cayó al suelo y se hizo añicos. Su esposa asoció el hecho con el retorno "a lo de siempre" y el amor tierno volvió a su estado de hibernación, sepultado por la "vida real".
Al meditar sobre la almohada, una sucesión de imágenes desordenadas se le vino a la mente. Vio el pueblito de Vicuña y sus cerros de tecnología digital y sintió el frío del atardecer en esas hileras de moradas de adobe, vio a sus habitantes tranquilos por fuera viviendo internos mundos turbulentos, sintió otra vez el rugido de la moto que los despertó en el hotel, a su cuñado poeta y su mujer bióloga, agrupados los cuatro sin hablar demasiado en torno a una mesa llena de pasteles, relucientes máquinas del casino que lo sumergían en una somnolencia alegre, brillantes luces de colores, los poemas de Ginsberg que abren el alma, el poema de su madre loca con la falda arremangada sobre las caderas exhibiéndole la mata de pendejos canosos y las cicatrices del abdomen, el poema del girasol en medio de los aceites industriales y las máquinas oxidadas, los fuegos artificiales en el aniversario de Coquimbo, las caminatas por la Avenida del Mar. Y ahora, cama fría, esposa durmiente, Vargas sentía que en el fondo era él quien tenía la razón. No había contradicción alguna en expresar el deseo de ser pobre con la vida que llevaba y no había razones para haber evidenciado rubor ante las burlas amorosas de su esposa y de sus hijos. La pobreza era lo único que le pertenecía de verdad y el argumento era perfectamente defendible; lo demás era fantasía o si se quiere, propiedad temporal. Era en la pobreza donde se sentía vivo, aunque esa sensación no conllevara felicidad ni bienestar. La pobreza ni siquiera necesitaba papel y lápiz, o un computador donde volcar las ideas. Estaba más allá, más atrás, en una especie de remolino dentro del cual se podía contemplar la llamarada circular. La vida sin ausencia, sin una base esencial anterior a todo logro físico no tenía sentido. Y pensando en eso se fue quedando dormido.

3 comentarios:

← Nicolás . dijo...

muy bueno
saludos compañero
se cuida

abrazos...

La Lechucita dijo...

Su deseo íntimo era abandonarlo todo y convertirse a la pobreza...

Despojarse de toda posesión hasta de la posesion de la pobreza para intentar encontrarse con el ser profundo que somos.

En la tradicion hindú los brahamines cuando han cumplido con su vida social o pública, se despojaban de todas pertenencias y se marchaban a vivir al bosque y alli en estado de pobreza vivian hasta la muerte, a veces solos, a veces acompañados de su esposa....hay bellisimas historias antiquisimas que hablan de este tiempo de pobreza, de desnudarse completamente y de la busqueda de lo esencial.....

Un abrazo

mentecato dijo...

El estado de mi pobreza es tal que, creo, pronto seré un santón en un bosque austral.

De todas maneras, preferiría morir en un burdel polaco en un día de nieve...