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martes, junio 09, 2009

Apología del tiempo perdido

Cuenta una crónica de principios del Siglo XX que miríadas de indígenas de una tribu no identificada levantaron una torre en plena selva, con la finalidad de vencer la prodigiosa altura de los árboles. Una vez concluida se repartieron el tiempo destinado a contemplar el sol, la luna y las estrellas. Los que accedían de día lo hacían a la semana siguiente de noche y así, nadie fue privado del espectáculo universal.
La torre se transformó pronto en objeto de culto y como tal duró muchísimos años, ya que a la mantención de su base y su estructura iban a dar las mejores energías de la tribu de la selva. Y como se trataba de una tribu pacífica, sus miembros no les impidieron el acceso a los visitantes ocasionales, fueran indígenas o exploradores. Entre éstos últimos se hizo presente un antropólogo de fuste que se había vuelto loco. Se llamaba Peter McDouglas. Su expedición vivía días de angustia y desasosiego, las provisiones escaseaban y ya casi no le quedaban indios, apenas un par. Completaba el grupo su secretario particular, Charleston Penguin, a quien dictaba los apuntes.
Los inteligentes no supieron maravillarse ante el hallazgo. El antropólogo asoció la torre a un falo gigante y escribió un paper sobre la materia, que dio que hablar décadas completas entre el mundo académico. Concluía el trabajo que hombres y mujeres se rigen por el mandato primario del sexo viril, al que adoran por encima de otras consideraciones físicas o espirituales. "El falo es el dios de las civilizaciones", afirmó entonces.
No olvidemos que estaba loco.
En cuanto a la torre, ésta duró muchísimos años, como ya se dijo, hasta que un rayo la convirtió en astillas. En ese momento no se consideró necesario edificar otra, ya que las grandes máquinas abrían la selva a pasos agigantados: los niños habían alcanzado la edad adulta y la tribu se había consagrado por fin a una divinidad, el dios Mr. Peter McDouglas, El hombre del falo endemoniado.

1 comentario:

mentecato dijo...

¡Bravo!