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martes, agosto 25, 2009

Los novios de la tía Gloria

El primer indicio de fiesta en mi casa era la bandeja de 25 chilenitos que mi mamá encargaba donde las hermanas Rebolledo, a una cuadra de nuestro hogar. Cerca de las tres de la tarde del sábado la íbamos a retirar y desde ese momento quedaba dentro de la vitrina, en el comedor. Como con el Vitorio teníamos fama de responsables -admito que él menos que yo, y digo admito porque no creo que la responsabilidad sea una virtud en niños de 9 y 7 años-, la bandeja permanecía prácticamente inmaculada hasta que comenzaba la fiesta. A lo más nos robábamos un chilenito, tal vez dos, y mi mamá, que era la más antojada de los cuatro, otros dos.
Los pasteles perdían el protagonismo apenas se iniciaban los verdaderos preparativos. Una mujer obesa de moño y venitas en las mejillas y sobre todo en la nariz tocaba a la puerta, saludaba y se metía de inmediato a la cocina. Las ollas comenzaban a humear mientras picaba cebolla, cilantro y perejil, rebanaba los tomates, batía la mayonesa. Las papas caían al agua hirviendo. Con mi hermano nos asomábamos a la cubierta blanca de la mesa, llena de locos y choros gigantes -que en ese tiempo se vendían a destajo-, asombrados ante unas jaibas vivas que daban vueltas sin destino dentro de otra olla y ante unas conchas en forma de tubo, desde cuyo interior salían unas pinzas carnívoras que parecían preguntarse qué diablos hacían encima de una mesa. Luego partíamos a jugar a la esquina, felices, porque sabíamos que al regreso habría fiesta.
Lo curioso, y esta es otra prueba de la veleidad de la memoria, es que la fiesta misma no la logro recordar; quiero decir, nuestra participación en la fiesta, o más claramente dicho, la participación mía y del Vitorio. De modo que aunque yo mismo no lo deseo, y sospecho que mis lectores tampoco, debo saltarme esa parte y pasar al momento en que ya estábamos acostados.
Ahora que lo pienso, y por algo la memoria me devuelve ese recuerdo, la verdadera fiesta empezaba para nosotros dos en el momento en que cerrábamos la puerta del dormitorio y nos largábamos a saltar en las camas, a tirarnos almohadonazos o a pelear boxeo chino. Éste último juego consistía en colocar nuestras cabezas dentro del forro de los almohadones, de modo que la cara quedaba protegida por el relleno y la nuca cubierta solamente por la tela del forro. Con esa divertida protección nos podíamos pegar cuánto quisiéramos, a menos que un puñetazo diera en la nuca del adversario, en el estómago o los dos rodáramos hasta caer al suelo.
Casi todas las fiestas eran iguales. Mi papá aparecía en la pieza de improviso, con los ojos cada vez más vidriosos y la lengua más trabada por la bebida. Ponía voz de enojado y nos gritoneaba; luego volvía al comedor, donde el ruido de la conversación, de las carcajadas y del baile superaba con creces nuestro desorden. No estoy seguro de si en ese tiempo ya teníamos el pickup y si ya había salido al mercado el long play 33 un tercio "Carrera de éxitos", de Bert Kaempfer, que batió todos los récords de ventas. Si no era así, para eso estaba la radio.
Casi todas las fiestas eran iguales, decía. La diferencia la hacían los novios de la tía Gloria. Si con mi hermano sacábamos la cabeza del dormitorio para mirar la llegada de los invitados era con el exclusivo propósito de ver qué novio traía esta vez la tía Gloria. Los había de todos los pesos y tamaños; había figuras alargadas de ojos cadavéricos y aire ausente, abrutados mocetones, hombres peinados para el lado, comerciantes de terno y corbata, tipos de apariencia solemne que a media fiesta ya bailaban emborrachados con la camisa afuera, chicocos vociferantes de pelo ondulado, en fin, de todo, incluso un pelado cantor que la junta familiar celebrada al día siguiente para recordar los grandes episodios de la noche anterior consideró algo así como el colmo y señal segura de que las cosas andaban mal para ella. Lo curioso es que se trataba de hombres que en la semana yo solía ver caminando por el centro, serios, afanados en sus labores y que al detectarlos actuaban como si me rehuyeran la vista, como si con ese desaire me acusaran de ser un fisgón poseedor de sus secretos. Desempeñaban las más diversas ocupaciones, aunque la mayoría se adscribía al círculo del magisterio, ya que la tía Gloria era profesora y compañera de trabajo de mi mamá en la Escuela 2.
En la casa se decía que ella y su hermana, la tía Julieta, también maestra, pintaban para solteronas. Mi madre se había autoimpuesto la misión de casar a la primera porque se daba cuenta de que sus labios pintados de rojo, su mirada firme y su vestuario pedían a gritos un marido, problema que a la tía Julieta la tenía sin cuidado, me refiero al problema de tener o no tener marido. Pero las cosas parecían ir cuesta abajo en la rodada, a juzgar por el novio de la última fiesta, el pelado cantor.
Al final la tía Gloria se casó. El último novio llegó del sur, se prendó de ella y la hizo su mujer. Meses antes del matrimonio, cuando todo su entorno rancagüino lo presionaba para declararse, alguien que mi memoria olvida pasó frente a la casa de la tía Gloria y miró por la ventana hacia el interior. El novio estaba sentado en un mullido sillón, cubiertas sus piernas con una manta de lana, bebiendo una copita de licor. Era un hombre maduro, rechoncho, de cuidado bigotillo, sonrisa satisfecha, pelo engominado y mirada de ensoñación. En ese momento su futura suegra entró con una fuente humeante de sopaipillas pasadas y la puso en una mesita de arrimo, a su entera disposición. El novio suspiró, agradecido.
Formaron buena pareja, no hubo arrebatos pasionales, ni triángulos, ni platos rotos. El novio no se la llevó a otro pueblo, como a la Gradisca, pero se me ocurre que, descontando ese detalle, todo fue muy parecido.

5 comentarios:

mentecato dijo...

¡Bravísimo, Dr. Vicious!

Como hay diferencia de edades, mi niñez fue de años antes y solo había victrola en la casa y alguien se encargaba de darle cuerda a la música (se bailaba el baión o bayón del negro Zumbón). Los cumpleaños o los santos (sobre todo San Juan y Santa Rosa) eran apoteósicos (las carnes ardían en grandes azafates, los pavos se sumergían en cremas y adobos, las tortas se habían hecho con la concurrencia de un batallón de industriosas vecinas y comadres, el vino, que venía de la propiedad de mis abuelos españoles, era denso, delirante, con estiletes de un buen matador de ruedo). Por debajo de las mesas, revoloteábamos los "churumbeles" (niños) y los compadres que se habían emborrachado antes de tiempo (sobre todo el compadre Chindo Rojas, que era el administrado del terrenal de los abuelos).

Mis primeras borracheras datan de mis 11 años cuando comía, a destajo, el durazno de las poncheras cristalinas (celebraban después mi andar errático de diminuto payaso).

¡Qué tiempos, caramba!

Un abrazo.

mentecato dijo...

Fe de erratas:

Dice "el compadre Chindo Rojas, que era el administrado del terrenal de los abuelos".

Debe decir: "el compadre Chindo Rojas, que era el administrador del terrenal de los abuelos".

Fortunata dijo...

Menos mal que al fin encontró marido... y concluyo con la búsqueda....
De niña bien chiquita, como gracia para los mayores, yo cantaba y bailaba "el negro zumbón" haciendo revoltijos con los ojos y ellos reían mucho....jaja

Besos amigos

S. M. L. dijo...

¿No es cierto que no hay cosa más hermosa que recordar los grandes y bellos momentos de la infancia, queridos Mentecato y Fortunata? ¡Ah, cómo te imagino bailando con esos ojitos vivaces, Fortunata! Y a ti, Mentecato, deambulando desorientado por el alcohol atrapado en el durazno...

Fortunata dijo...

La bella infancia....de ella me queda el gusto por soñar historias...

Ayer me contarón la versión moderna de los novios de Gloria....

Mi Prima Gloria (seguramenteno no se llama Gloria, pero si, que era su prima) está desesperada por encontrar un marido y salir del pueblo o dejar la solteria por que ya tiene mas de treinta años. Le ha dado por apuntarse a esos portales de internet en que te buscan novio. Cada cierto tiempo aparece en el pueblo a conocerla un hombre que viene de Castellón, o de Cantabria, unos altos otros....(en poco cambia la historia con la tuya) pasan unos dias con ella, quice a lo sumo, y desaparecen. Entonces, ella vuelve a intentarlo...hasta el momento no ha conseguido casarse...Pero, seguramente al final encontrará un hombre que le calme las ansias, que la de una posición social que no sea la de solterona....y hasta tenga hijos como las otras....

Sus recuerdos nos evocan otros recuerdos..que parecían olvidados..y hasta apetece darles forma.

Un gran abrazo para mis niños grandes.