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lunes, septiembre 14, 2009

La mujer invisible

Tal como la describe ese popular cuento de folletín, la mujer invisible utilizó su poder para hacerse millonaria. El amor no le sentó bien, pero el sexo sí, y de qué manera. Aprovechando que nadie la podía ver desahogó sus más extrañas pasiones. Luego se recluyó en una isla paradisiaca, rodeada de esclavos, a quienes trató como perros. El cuento termina cuando una nave espacial se la llevó a otro planeta, costo que pagó por su invisibilidad.
Se me ocurre que es imposible imaginar con certeza, más todavía para un varón que se entregue a ese ejercicio, lo que haría realmente una mujer invisible, me refiero al modo en que variaría su conducta habitual, si tuviera ese don.
Partir conjeturando que no habría una sola mujer invisible, sino millones de mujeres invisibles (así como no existe un solo hombre invisible) parece una ingenuidad, dado el elevado grado de fiabilidad de la hipótesis.
Dificulto en todo caso que la mujer invisible sería como la de ese cuento, escrito sin lugar a dudas desde una perspectiva masculina. Creo que la verdadera mujer invisible, hasta la más andrógina de las mujeres, se hallaría en serios problemas apenas su piel, sus músculos, órganos y huesos se transparentaran. Si quisiera utilizar su poder, que más bien sería su castigo, probablemente lo haría para averiguar asuntos de otros, no tanto para ver a otros. Sin embargo, hechos los descubrimientos que le interesasen su aburrimiento se tornaría mortal. ¿Ser invisible? ¿Para qué? ¿Para entrar a los probadores a mirar hombres desnudos? ¿Robar dinero de las bóvedas de los bancos? ¿Colarse en lujosos cruceros? ¿Comer gratis en los restaurantes franceses? ¿Desentrañar los secretos diplomáticos?
La mujer invisible no podría ser mirada y menos admirada. Nadie la tendría en cuenta, nadie la desearía ni le ofrecería matrimonio. Nadie la trataría como a una reina y de ninguna de sus amigas sería la envidia. Si fuese bella, nadie lo sabría. ¿De qué le serviría ponerle el pie encima a los hombres? ¿Qué quedaría demostrado con eso?
Para la óptica masculina, que creo que es la mía, la mujer invisible típica, aun la de estos días, y debiera decir sobre todo la de estos días, vendería su alma por ser joven, bella y demasiado visible. Rindiéndose a sus propios pecados capitales sí que gozaría como china.
Epílogo de este breve ensayo: cuando se invente la tinta que haga invisible al cuerpo humano, sea hombre o mujer el cuerpo que cubra, se acabará el amor en la tierra, tal como lo conocemos hoy. En otras palabras, el amor se verá obligado a entrar en una nueva fase. Y eso le hará muy bien a la humanidad, descontando los miles de crímenes que naturalmente habrán de cometer los amantes engañados, aprovechando que actúan a mansalva.
Pues ningún amante es capaz de salir indemne de la invisibilidad de su pareja.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Será a causa el desamor que a veces una tiene la impresión de ser, invisible a los ojos de algunas personas?
Y cuando se es amada una toma medidas desproporcionadas, como si lo ocupara todo...
Abrá los ojos D. y diga ¿ve a la insomne L. vagar por estrechos laberintos, túneles sin salida, pozos sin fondo. o ella ya se volvió invisible.

Y aun siendo invisible ¿se puede oir el aleteo y sentir el roce de sus plumas?

Un abrazo L.

Sandra (Aprendiz de Cassandra) dijo...

Aún cuando cierras los ojos, aún cuando no quieres ver, están las imagenes rondando y perfilandose, dejando huella visible.
Quizás el amor cambie en ese entonces, o quizás encontremos una mejor forma de vernos para amar.

Besos invisibles

mentecato dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
mentecato dijo...

Yo, por desgracia, soy un hombre invisible. Y siempre lo fui. Cuando, en el liceo, me enamoré de la alemancita Treuer, hice lo imposible para que se fijara en mí, pero nunca me vio. Sentía que su mirada me traspasaba hacia otros muchachos. Pololeó y pololeó con varios compañeros. Después me enamoré de Liliana H. (quien no se acuerda de su belleza). Siempre venía a casa a estudiar con mi hermana y nunca sus verdísimos ojos me vieron. Cuando le abría la puerta pasaba presurosa con sus cuadernos. Entonces fue que me convencí definitivamente de mi invisibilidad (a hurtadillas la contemplaba embelesado en su quehacer mientras su larga cabellera caía sobre el escritorio). Al irse ni siquiera había un gesto de adiós.

Y así ha sido a través de los años con tantas y tantas mujeres que he amado con delirio.

Ahora sólo espero a una mujer invisible...