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domingo, octubre 04, 2009

Al otro lado

Mientras dormía, Vargas tuvo un sueño. Soñó que las relaciones humanas se fundaban en una desinteresada y abierta entrega, mejor dicho soñó que pensaba así, pues el sueño consistía en gente en el parque y él sentado en un banco, mirándola pasar. De modo que el sueño era una metáfora; ni siquiera allí -en el mundo donde el ser humano es más libre que en ningún otro lugar- los hechos se correspondían con los pensamientos.
Cuando despertó, con la boca reseca producto del vino consumido la noche anterior, se propuso darle una interpretación a aquel sueño. Se dijo que lo más honesto sería comparar el sueño con sus propios pensamientos. Éstos dictaminaban que lo vivo se rechaza, lo que muere provoca alegría y la muerte se admira, porque además de ser inofensiva mata a la competencia, al expulsar de la mente del observador los prejuicios ante al sujeto que la sufre, que de envidiado pasa a admirado.
Había llegado a esa conclusión tras descubrir cuán envidioso era de los talentos de los demás, no de todos los demás sino de aquellos que competían con los talentos suyos. ¿Por qué un físico no le despertaba envidia? Porque Vargas jamás sería físico. ¿Por qué un poeta vivo, un poeta bueno, le despertaba envidia? Porque Vargas quería ser poeta. ¿Por qué los poetas malos le despertaban simpatía? Por compasión. ¿Y por qué se refocilaba cuando un crítico hacía pedazos la obra del "poeta bueno"? Porque así seguía abierto un espacio para él, así el gran mundo de las letras continuaba esperando a su profeta y redentor. Recordó la alegría secreta sentida el día de la muerte de Bolaño y lo que esa vez pensó: "Ya no me puede hacer sombra, ya está al otro lado". Recordó con cuánta admiración se refería a los colosales maestros extranjeros y a los colosales maestros difuntos, tan lejanos ambos de su radio de acción.
Su mujer lo esperaba en la mesa con el té a punto, el pan tostado y el jugo de naranjas recién exprimido. Rechazó el té y el pan, bebió el jugo. Abrió el diario, leyó los titulares y esperó su turno para entrar al baño. La perrita ladraba, pidiendo comida; las gatas dormitaban encima de una frazada de lana que cubría el sofá. Se paseó inquieto por la casa, se quedó rígido ante una ventana, mirando hacia la nada. Minutos después subirían a sus bicicletas y se abrirían camino hacia el café literario del parque.
Empezaba el domingo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, la envidia está hecha de la comparación, continua de los talentos, de los logros y de los reconocimientos....
Aunque Vargas deberia saber, por experiencia propia, que el placer y el dolor que hay en la busqueda en el momento de la creación, pertenece a uno mismo, ese es el gusano que corroe y empuja y no está vinculado a lo que acontezca después.
Los logros, las metas son premios que no satisfacen tanto como esos momentos en que uno se desnuda y se enfrenta al papel en blanco, a la masa inerte de barro..... Y aunque no se sea Picasso, ni Bolaños, ni salga su nombre en los periódicos...uno experimenta, como ellos, tremendas pasiones en esos momentos creativos.

Los domingos se deslizan perezosos entre comidas familiares....

Un abrazo.

S. M. L. dijo...

Es verdad. Tal vez debiera verse la escena desde ese punto de vista, que es mucho menos neurótico, más humano y amable. Y el asunto trate de creaciones, pasiones que desgarran.