Visitas de la última semana a la página

jueves, noviembre 26, 2009

El tablón

A una edad en que aquellos a los que aspiro a imitar ya están consagrados y dedican buena parte de su tiempo a explicar los motivos por los cuales lograron extraer del mundo su merecida cuota de fama, a esa edad, pienso, aún permanezco en el anonimato. Y esta realidad, que podría carcomer mis vísceras, está terminando por provocarme una secreta alegría.
¡Qué desperdicio de tiempo!, me digo, contar lo que uno hace ante un micrófono, ante una cámara, ante la grabadora de alguien que no tiene la más remota idea de lo que uno es, salvo aquello que hizo y plasmó en un producto material. Tratar de convertir esa materia ya muerta en palabras inteligentes, como si las palabras pudieran reemplazar a esa materia. Luego, descubrir que no se ha hecho más que decir sandeces, que esas palabras nunca debieron pronunciarse y que si tenían que existir, su lugar natural estaba dentro del producto del que, paradójicamente, hablaban.
La vida fluye naturalmente; los tropezones de la memoria no interfieren su destino. El timón gira varias veces al día y de manera importante, una o dos veces en la vida. Lo demás es simplemente el fluir de la vida y los recuerdos operan como espejismos melancólicos que lanzan flechas que dan en el blanco del presente.
Mi secreta alegría es el peso de mi obra y la esperanza de que algún día sea descubierta, es mi forma de enfrentar el flujo. Mi obra está constituida por una suma de otros yo, de caricaturas que no se han tomado en serio. Caricaturas a las que amo y protejo. Mi pálida obra es una suma de perdedores cándidos, rabiosos pero inocentes, temerosos de la montaña y del vacío. ElMonito es la fragilidad humana, un títere que nunca tendrá otra edad que siete años y eso lo salva, porque a los 11, a los 25, a los 55 sería uno más en la selva, otro que muerde el polvo, estaría comprando pañales, recibiendo órdenes, soportando humillaciones; lo veríamos al pobre apretujado dentro de una micro del Transantiago, recordando a su tío negligente, centrado en sí mismo, aquél que lo crió de mala gana y le enseñó lo cruel que era el mundo que debía enfrentar. ¡Cuánta razón tenía! ¡Por qué no le hice caso! ¡Por qué no estudié más, no fui mejor! Mi querido tío el señor Lamordes me lo advertía diariamente, me castigaba, me mandaba a dormir al closet para que aprendiera y aún así no aprendía, no aprendí y aquí me ven, viejo y cansado, cuidándome a mí mismo y sin embargo contento al recordar que hubo alguien que me quiso de verdad, en forma tan humana, imperfecta.
El dr. Vicious, un laberinto de odio al poderoso, de fuerza endemoniada, de dominación a la mujer y de lujuria, ¿quién resultó ser ese pobre? ¡Un puñado de papel amarillo en una librería de viejos! ¿Dónde quedaron sus arrestos, esa ampulosidad de ratón, esa soberbia? ¡En la ignorancia de su conocimiento! ¿Y ese pene brutal que exhibía, qué era, a final de cuentas? El mísero llanto del abandono en que vivió, la metáfora del presuntuoso.
Pereptil, hilillo de carne pegada a los huesos, al menos admite la tragicomedia de su destino: nació para el accidente, todo lo que hace desemboca en un accidente, a su pesar. Sus pretensiones de honradez son chistes que pueden hacer reír hasta las lágrimas. Nada le resulta como lo había pensado porque la vida fluye junto a él... a su pesar. ¿Cuándo hizo mal las cosas Pereptil? ¿En qué momento mantuve yo firme el timón, en vez de darle vueltas? ¿Cuando fue la última vez que miré el abismo con la misma intensidad de ese día en que miraba el agua desde el tablón más alto de la piscina, con mi padre instándome a lanzarme de piquero, mis primos dándome la orden desde abajo, desde ese remoto lugar apenas visible en mi sitio vibrante, alargado, húmedo, solo yo ante el azul del agua y mi terror? ¿No fue hace 25 años, hace 14 años, hace seis años, no fue ayer, no fue esta mañana?
Me di la vuelta y bajé los escalones con una inmensa sensación de derrota. Mi padre, que nunca aprendió a nadar, no me dijo nada; mis primos retomaron sus juegos en el césped y luego se zambulleron, felices. Y yo me preguntaba por qué, por qué, ¡por qué no soy capaz!
Pereptil, hilillo de carne pegada a los huesos, al menos admite la tragicomedia de su destino: nació para el accidente, todo lo que hace desemboca en un accidente, a su pesar. Sus pretensiones de honradez son chistes que pueden hacer reír hasta las lágrimas. Nada le resulta como lo había pensado porque la vida fluye junto a él... a su pesar. ¿Cuándo hizo mal las cosas Pereptil? ¿En qué momento mantuve yo firme el timón, en vez de darle vueltas? ¿Cuando fue la última vez que miré el abismo con la misma intensidad de ese día en que miraba el agua desde el tablón más alto de la piscina, con mi padre instándome a lanzarme de piquero, mis primos dándome la orden desde abajo, desde ese remoto lugar apenas visible en mi sitio vibrante, alargado, húmedo, solo yo ante el azul del agua y mi terror? ¿No fue hace 25 años, hace 14 años, hace seis años, no fue ayer, no fue esta mañana?
Me di la vuelta y bajé los escalones con una inmensa sensación de derrota. Mi padre, que nunca aprendió a nadar, no me dijo nada; mis primos retomaron sus juegos en el césped y luego se zambulleron, felices. Y yo me preguntaba por qué, por qué, ¡por qué no soy capaz!

1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces no somos capaces de satisfacer los deseos de los demas, de superar sus miedos...pero si de luchar por lo que verdaderamente queremos...
Ustede querido escritor se sienta tras su pantalla y hace que los dedos golpeen las teclas y surjan esas palabras que dirá El monito, esas desgracias que le ocurren a Pereptil o esos recuerdos de infancia, esas fabulas...incansable al desaliento, todos los dias, le lean o no le lean, sea o no famoso, le entrevisten o le olviden para siempre....
Esa para mi es una gran valentia, el valor de la costancia, de la tenacidad, del amor a la escritura.... Luego que sea la historia quien le juzgue... no esos fatuos seguidores de la moda...

Yo, mientras pueda, le seguiré leyendo

Un abrazo

Su incondicional lectora