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sábado, noviembre 07, 2009

Un anciano de ojos claros

¡Cuánta vida ha pasado por el anciano de ojos claros que camina por Alameda, en dirección a República! El peso de los años le ha ladeado la cabeza y le ha encadenado una bola de fierro a sus pies, de tal forma que para él caminar no es caminar; es morir en cada paso, de muerte natural o aplastado por la lava humana que vomita mecánica y religiosamente la boca del Metro, lo más probable esto último, sabe Dios cómo ha escapado tanto tiempo de ese final.
Ha de haber avanzado una pizca de legua en línea recta, el hombre tortuga, mientras nosotros, los hombres liebres, recorríamos callejuelas, subíamos y bajábamos peldaños, comprábamos en tiendas, leíamos los titulares en los quioscos, pasábamos a la fuente de soda, hacíamos una cosa y otra hasta que a la vuelta del día lo veíamos llegar por fin a su esquina, ¿para qué?, piensa uno.
El anciano de ojos claros viste terno azul, cruzado. Tiene la opción de no hacerlo y quedarse en casa, pero cada mañana se incorpora del lecho y con las pocas fuerzas que le quedan va hacia el closet y elige sus prendas. Se las va colocando sin ayuda y cuando estima que está listo se mira al espejo para corregir algún detalle, mas no lo hace bien, porque el cuello de la camisa blanca sigue doblado. Antes de salir se sirve una taza de té, se echa un pan a la boca y así mismo, con migas en la comisura de los labios, abre la puerta e inicia su viaje.
Para él no hay triunfos momentáneos ni cambio de siglo. No hay placeres físicos y ni siquiera una mujer que le lave los calcetines, porque la que tuvo ya se fue. Todas las mañanas acude ingenuamente a esperarla a su esquina, porque allí está la verdad de la que fue su vida, pero a la vuelta del día regresa a su pieza con lo único que le queda: una bola de fierro encadenada a sus pies, una cabeza ladeada y un terno azul, cruzado, con el que espera recibir dignamente, en cualquier momento, a la Sombría Dama.

2 comentarios:

mentecato dijo...

Querido Doc:

Durante mi infancia, no sé por qué, vino a vivir con nosotros don Nico (Nicomedes) (ahora pienso que fue porque era un buen jugador de brisca y lo hacía con mi abuelo Juan, dueño de casa). Pues don Nico siempre vestía un terno cruzado, muy elegante, pero era un pobre diablo (en su vida profesional había sido un vendedor trashumante de telas). Una característica física: su pierna izquierda era más corta que la otra, lo que nosotros, los chicos de la casa, imitábamos y lo seguíamos sin que él se diera cuenta.

Una vez que se emborrachó y se comportó algo grosero, fue expulsado de la casa.

Ya adolescente, en un viaje a Talca persiguiendo a una muñeca objeto de mis ocultas perversiones, divisé a Don Nico caminando por la calle 1 Sur, que da a la estación ferroviaria: aún vestía de terno cruzado y sentí el impulso de caminar tras él cojeando como lo hacía...

La muñeca en cuestión no acudió a la cita y ya casi al partir el tren a Constitución corrí a la estación vociferando: ¡Qué hija de puta!

Ahora al leer su escrito recordé a don Nico y también, a mi pesar, a la hija de puta...

Un abrazo, doc.

La Lechucita dijo...

A decir verdad....No se cual de las dos me gustó mas...

Besos a los amigos