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martes, noviembre 10, 2009

Un ligero destello

Una pequeña explosión sería suficiente, así lo sentía. Bastaría con hacer estallar el rincón, el detalle de un mecanismo y el equívoco se podría arreglar, aunque no habría seguridad completa, la certeza no existe más que cuando se ha dejado de respirar, y aun así hay casos que demuestran que es posible revertir el proceso inevitable. Planteadas las cosas de ese modo, la calle, los vehículos y sus motores, las ruedas forradas en goma que giran sumando su característico sonido al contexto, voces que pasan, que van cambiando de timbre, de tono, de énfasis, voces que hablan sobre pequeñeces, las pequeñeces que conforman la vida, y el espíritu allí, entre ellas, tratando de olvidar el ruido de los motores, imaginando que el estallido de la pieza clave de un mecanismo secreto podría cambiarlo todo. Mas, ¿era eso lo que ansiaba? Porque a fin de cuentas, ¿no se sentía parcialmente conforme con el estado de las cosas? ¿No hubiese deseado, mejor, pequeños cambios de dirección dentro de la gran alameda general? Las masas copan las calles clamando peticiones, la masa herida, humillada, un cúmulo de ideales que se mueve por dinero, la justicia equivale a más dinero, habiendo más dinero se echa a andar la maquinaria y ya vamos yendo mejor por la vida y las protestas se acallan, pensar las vacaciones. ¿Cuándo le dio por amar, por centrarse en el amar? Pero amar tan erradamente, al espíritu del valle. Amar erradamente es oír la propia voz, la orden primigenia. Se coló donde no debía y cuando halló, no era exactamente lo que andaba buscando. El espíritu es, por su naturaleza, egoísta. Al ser no una masa como la que copa las calles, al ser ni siquiera una idea, al ser un sentimiento, menos que una luz, irá siempre a tientas metiéndose en recovecos malsanos y en paraísos oscuros prohibitivos a su esencia, que confunden. ¡Te amo, amor mío! No, no es exactamente eso, debe proseguir el camino, dejar atrás el amor hallado, el verdadero amor que pasó por su lado y sacó los brazos níveos desde las catacumbas y lo llamó ven, espíritu, ven a mi lado, quédate conmigo, no sería capaz de vivir aquí adentro si te vas, no te vayas, ándate si quieres, pero entonces no mires hacia atrás, no hagas la del niño, no te vayas a hacer en los pantalones, un espíritu como tú no usa pantalones, no digiere; el espíritu intenta elevarse un par de metros en la calle para oír mejor aun su voz, como si no la oyera todo el día como oyen voces los locos, sí, la he perdido, he optado por seguir, ¿amar hoy a esta masa enferma de ceguera? ¿Amar de una vez a sus fieles compañeros de ruta, aquellos que lo han acompañado, que en silencio lo han visto sufrir, pidiendo tan poco a cambio, una migaja de atención, una palabra bonita? ¿Amarse de verdad a sí mismo? Eso lleva a la sordera. Espíritu que se ama, esto es que se olvida que es, que flota tranquilo sobre el asfalto caliente y sortea el polen, que ama al Espíritu Mayor, que se guarece del frío con el Manto Sagrado, Manu redivivo, oh, Gran Chaparral, espíritu que se ama tan solo precisaría de un ligero destello y todo podría andar mejor...
A veces, por las noches, salía de la alcantarilla a mirar el cielo; lo que se pudiera ver, alguna estrella que fuese. En su lugar, millones de luciérnagas sobrevolaban edificios y bares, estaciones de trenes, hospitales, comisarías. Quería hacer carne su sueño como el cisne que sometió a la elegida en el río, pero no le salía la voz porque ese tal Odradek no tiene voz, apenas le alcanza para carretilla de hilo.
"Amor... amor... amor...", resuena el trueno; las luciérnagas se esparcen en todas direcciones, son las mismas que por la mañana pedían más dinero.
Momento de bajar al habitáculo viscoso.

2 comentarios:

mentecato dijo...

Querido doc:

Sorprendente texto. Y el título es poesía pura.

Un abrazo, doc.

Anónimo dijo...

¿Un ligero destello, una vaga esperanza?