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jueves, diciembre 24, 2009

Childe, el extra del espacio (cuento corto con epílogo largo)

Un cometa pasó por la Tierra, una filóloga lo descubrió y lo bautizó Childe. ¿Por qué una filóloga? Pudo haber sido una maestra, una sicóloga, una obrera, una estudiante, una dueña de casa. El caso es que fue una filóloga y sobre eso no hay más que hablar. Se amaron con ese amor irracional que se da una vez en un millón entre un cometa y una filóloga. A pesar de ciertos gestos malintencionados, nacidos sobre todo de hombres y mujeres corroídos por la envidia, nadie pudo decir nada. Por las noches ella le tocaba el violín; el cometa le respondía con guiños picarescos.
¿Cuál es tu mayor deseo?
Besarte.
Niña loca.
¡Volaré hacia ti, con o sin Dios que me cuide!
¿Si bajo a tus tierras me amarás allí mismo?
Sí, sí, sí... ven.
El cometa, aunque no quisiera, seguía volando tal como le ordenaba el destino. Luego de orbitar el Sol y de vuelta a la negrura de la elipse, su atmósfera luminosa se empezó a gastar. Apenas hablaba; por cada dos palabras que decía descansaba tres.
Meses después el mundo lo olvidó. Esa última noche, cuando el puntito borroso se perdió en medio de la nada, la filóloga estalló en lágrimas y lo hizo a un lado de su vida, aunque hay quienes creen firmemente que lo sigue amando.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado
Quien me lo contó no es el mismo que este epílogo dejó
El uno vive entre las musas, dichoso y animado
El otro la esperanza en un bolsillo roto se guardó

Epílogo

La vida sigue para todos. Para la filóloga, para el cometa Childe y para el mundo. En secreto, ella dedica cada noche un minuto de su sagrado tiempo a elevar su carita hacia las estrellas. Entonces vuela y sus mejillas se ruborizan con la fricción y el pelo le ondea como bandera en un faro de los mares australes. Con su magia alcanza a su cometa, lo acaricia y se declara su esclava y su dueña, imagina que él la mira y la abraza y hasta la besa y ella se siente acogida, entre algodones, pero también lo recrimina con dulzura, por qué te fuiste, por qué me dejaste, le susurra mientras le besa su cuerpo encendido de cometa furioso, creíste que yo era el Sol, me creíste la Luna y te engañaste, yo sólo era una soñadora que te vio, te descubrió, sólo eso, no más, no soy el Sol ni soy la Luna, sólo te amo mi cometa y te beso y te beso a ti, no a otro, eres tú el que me despierta en este mundo gris y eres tú la belleza y mi Dios, el destino, mi sueño de amor, mi fantasía astronómica, mi cielo y mi rey, y desearía que toda la vida fuese este momento, que no hubiese amanecer y que estos segundos fuesen infinitos como los son en el verdadero espacio.
El cometa, muy lejos de esa imaginación, a años luz de ese instante de dicha melancólica, se sigue alejando de la Tierra, se adentra en profundidades nunca vistas, nunca sentidas por ser alguno, con la oscuridad total y un fondo de estrellas por compañeros, como si fuese volando dentro de un inmenso estómago de paredes de cuero invisible, sin siquiera una ligera brisa que pase por su lado ni un referente que le indique que avanza a una velocidad prodigiosa, de forma tal que vuela la imaginación de la filóloga, se exalta y se estremece, mientras el cometa vuela de verdad pero parece que estuviera suspendido en el infinito, sin ir ni hacia atrás ni hacia adelante, ni hacia arriba ni hacia abajo, porque en el espacio no hay arriba ni abajo ni atrás ni adelante, sólo oscuridad y un frío que al cometa lo reduce y le apaga la pluma de pavo real, dejándolo convertido en una bolita de hielo; avanza solitario por el mismo cielo en que los hombres insensatos imaginan moradas de dioses, almas disfrutando del paraíso, muertos esperando volver a la Tierra, espíritus que nacen y bajan, espíritus que vienen subiendo, fuerzas malignas que gobiernan ciertas almas, fuerzas buenas a las que algunos rezan; mas para el cometa no hay dioses visibles ni almas de difuntos, la divinidad es un concepto que no tiene sentido en este mundo inhabitado, a pesar de que él mismo es un mentís a esa apreciación, pero cómo saberlo si está solo, cómo darse cuenta de su presencia si está solo, cómo explicarse la vida si nada se mueve y nadie le muestra nada, ni siquiera una sonrisa, aunque fuera una sonrisa; pareciera estar hundido para siempre en esa inmensidad negra y absurda hasta que de pronto miles de aerolitos desorientados pasan buscando otros rumbos y el cometa los intuye cuando desfilan a diez mil, a cien mil kilómetros de su ruta y al sentirlos en su loco andar por el firmamento recuerda que está vivo y que se mueve, siente que él mismo va hacia un lugar, hacia alguna parte, eso se lo han indicado los meteoritos, y recuerda vagamente que su existencia tiene o tuvo por unos días una misión, pero bien pronto, en cosa de minutos, vuelve a navegar solo en el vacío, terriblemente único y sin otro destino que dejar atrás Saturno y Urano, Neptuno, Plutón; no hay más destino en su delirante peregrinar, es como un protón girando en torno al núcleo, no hay belleza en su destino, la belleza le es ajena en este éter de angustia metafísica sin parámetros estéticos, muy diferente es el Cielo desde la Tierra que el Cielo desde el Cielo y así lo entiende y por ello nada espera, no enloquece de nada esperar porque en el Cielo es lo mismo un segundo que cien años, todo da lo mismo, su destino inexorable es ir hacia la nada, traspasar los límites del sistema solar hasta que un día cualquiera de un siglo cualquiera su orbitar errante le regale de nuevo la esperanza al mirar de frente al Sol, cuerpo lejano, estrella creciente, creciente, que lo llamará y lo calentará y lo hará revivir, encenderse, le hará renacer su cola gaseosa y será otra vez el cometa alegre y viril que advierte movimiento y vida, cambios, grandes esperanzas, y su rostro se iluminará al divisar la Tierra y su gente, los niños corriendo por las calles mientras elevan sus propios cometas; se iluminará al ver los zorros en los campos, las truchas saltando en los arroyos; buscará entonces irracionalmente la carita de su amada, sus ojos de musa, sus labios húmedos, su belleza infinita, pero allí habrá un vacío inmenso no llenado por nadie, porque el hada que le dio vida a su alma de cometa será un recuerdo, un fragmento de recuerdo, miles de versos en un libro, una efigie, y así aunque habrá visto humanos desplazándose en sus autos y delfines surcando los océanos, para el extra del espacio todo no habrá sido más que un regreso nostálgico, un remake cinematográfico de mala calidad, porque los años no habrán pasado en vano y esa alegría aparente, ese espejismo del paso por la Tierra se diluirá entre vagas sensaciones de tristeza y dolor, de debilidad, de vejez, y su mismo tamaño será más reducido aún, y su cola ya no flameará como lo hacía el cabello de la beldad a quien amó sino que será una cola delgada y corta que irá liberando su energía hasta que a la siguiente vuelta o a la subsiguiente o a la enésima vuelta el cometa furioso querrá proclamar su nombre al divisar la Tierra, querrá saludar desde lejos como lo hacen los grandes cometas pero nadie se asomará a las ventanas, nadie reparará en su imagen, no habrá niños en las calles ni zorros en los campos ni truchas en los ríos, en su lugar efluvios vaporosos, grietas, hedor de volcanes moribundos, caricaturas de bunkers, ruinas de la gran muralla china, y esos pocos meses que han sido últimamente la única esperanza de su vida de cometa, esos meses tan extraños en que pasaba cerca del planeta del amor y de la vida serán tiempo perdido porque sin su amada no hay amor pero sin vida no hay nada, y entonces la turné matemática del cometa se volverá descabellada, necia, incoherente; ni siquiera el Sol se tomará la molestia de tragárselo porque ya no quedará casi nada de su cuerpo de cometa, apenas un kilo o dos de materia que se irá consumiendo con el paso del tiempo, como se consume una enana blanca en la galaxia, un libro en el estante, el metal oxidado, un perro muerto en la basura...

1 comentario:

Fortunata dijo...

Te leo....
Un abrazo