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miércoles, diciembre 30, 2009

¡Puta máquina!

No debe de haber hora más penosa que la de la muerte. Nada ha de compararse con ese momento que alguna vez nos llegará. ¡Pobre entonces de las personas sin fe! La única compañía que tendrán será su dolor. Aunque estén rodeadas de cariño, sólo a aquél atenderán. Reinará en el estómago o los pulmones, el esófago o las vértebras. Hará parecer que la vida entera no tuvo sentido, que absolutamente todo no fue más que una pesadilla y hará abrir los ojos con horror al expirar.
Una noche de invierno comencé a sentir ruidos en la casa de al lado. Primero fue un arrastrar de pantuflas, luego el clic de un interruptor, luego una silla que se corría y luego un murmullo en el teléfono. Toda la cuadra sabía que el vecino se moría de cáncer, menos él. No había sido un hombre santo, pero eso ya no importaba. El pesar del barrio era solidario ante su hora final.
La ciudad dormía en silencio; sólo en aquel hogar se adivinaba agitación. Los pequeños ruidos nocturnos se fueron agregando. Alguien encendió la luz del comedor, otra persona volvió a discar el teléfono y una tercera iba y venía por el pasillo. Una suave llovizna caía del cielo y los pájaros no se movían de sus nidos.
A lo lejos se escuchó el desplazamiento de una ambulancia. Las gomas de las ruedas gimieron al doblar la esquina, el ruido del motor se multiplicó y cuando el conductor aplicó los frenos frente a la casa del vecino parece que lo hubiese hecho con el fin de molestar. Las puertas del vehículo se abrieron. Dos piernas corrieron al timbre, otras dos se dirigieron a la parte posterior de la ambulancia y sacaron una camilla que golpeó brutalmente la acera. Las ruedas chirriaron, subieron por la baldosa del antejardín, y entraron. El motor ronroneaba mientras la camilla corría al dormitorio, como Alien buscando a su presa, cual aplanadora ciega, insensible. Así como entró, salió, encabezando ahora un cortejo de llorosos familiares y llevando a cuestas a la víctima, un hombre que gritaba, angustiado y sin ninguna dignidad: ¡Puta máquina! ¡Puta máquina!
La ambulancia inició su viaje de vuelta, seguida por un automóvil; las cortinas curiosas de las casas vecinas volvieron a su sitio y las luces de las ventanas se fueron apagando, al igual que los murmullos que venían de adentro. En menos de un minuto la cuadra entera estuvo otra vez en silencio.

4 comentarios:

Fortunata dijo...

Algunos, son así, aman la puta vida miserable que llevan.....
Yo espero entregar mi vida suavemente como lo hizo mi padre.....
Un abrazo

Sandra (Aprendiz de Cassandra) dijo...

Paso a seguir leyendo...como siempre... y a desearte una feliz despedida del 2009. Y que el año que se acomoda traiga consigo los sueños que guardas.

Besos... muchos

S.

mentecato dijo...

Morir, vivir. Que las cucarachas y los relámpagos sean mi eterna compañía...

Thérèse Bovary dijo...

Feliz Año 2010 querido Dr. y lo felicito por su cuento como siempre... Usted siempre tiene cuento.

Besos
Bovary