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miércoles, marzo 10, 2010

Café árabe

Dice la señora que anduvo en silla de ruedas cuatro años, que después tomó el bastón y que ahora da pasitos. La anciana toma la palabra para recordar que el del 60 sí fue terremoto y que le extraña que la gente hable del "terremoto de Valdivia" en circunstancias que el mayor daño fue de Valdivia al sur, y que ella puede dar fe de lo que está diciendo porque vivía en Puerto Montt. La señora se va un momento a la cocina y le dice a la anciana que se siente, que es un amigo; la anciana se queda frente al hombre de lentes, quien le responde con monosílabos y le hace preguntas. Mi hijo estaba en el teatro, pero tres minutos antes salió del teatro y desde la calle vio como el teatro se vino abajo con gente y todo, llegó corriendo, su carita blanca, llorando. Qué edad tenía en ese momento. Tenía 15 años. ¡Un niño! Un niño. Todos tienen una fecha de nacimiento y de muerte, no era el día de su muerte; mi hija se afirmó a un árbol porque no se podía parar. El maremoto hizo desaparecer tres islas con gente y todo. ¿Quedó algo en pie? Nada. ¿Fue más grande este o el del 60? El del 60 fue 9,5. Dicen que fue diez veces más potente que el de ahora. Llegó hasta Ancud. ¿Cuánto demoró en reconstruirse? No sé, porque con mi marido nos fuimos a Estados Unidos. Volvimos de vacaciones diez años después y mi marido se emocionó tanto... Ahora se liberó mucha energía y ya no tenemos otro hasta 20 o 30 años. Fue el 22 de mayo, después de almuerzo. Estuvimos dos meses sin luz ni agua, en diciembre de ese año nos fuimos a Estados Unidos con mi marido, llevo 27 años viuda. La señora vuelve de la cocina y le presenta al hombre de lentes, le dice que es profesor de Matemáticas y que gracias a él su hijo que estudia leyes sacó buen puntaje en Matemáticas. Cuando abrió el cuaderno estaba vacío. Le tuvo que pasar toda la materia, de primero a cuarto medio. Cuál es su nombre, le pregunta la anciana. Miguel. ¿Mickel? No, Miguel. Ah, Miguel. Entra una joven y de la cocina aparece el hombre de barba para atenderla. Le pregunta cómo dio con la nueva dirección. Le responde la muchacha que por la peluquera de la mamá. Le dice que allá nadie sabe dónde se han cambiado. El hombre de barba se extraña: ¡Pero si todos sabían! No es tan cierto. La señora le cuenta al profesor que su amiga anciana aquí presente se cayó para atrás y que lo mismo le pasa a su suegra: se cae para atrás como una tabla. La anciana dice que son mareos producto de la presión y del mal caminar. ¿Cuánto hace que está en Chile? La anciana dice que dos años, que se vino de Estados Unidos por dos meses y se fue quedando y cuando quiso volver le negaron la visa. Ahora hay mucho drogadicto y delincuente que se quiere ir a Estados Unidos. Pero a usted, que es una dama, ¡cómo le niegan la visa! La anciana cuenta que se enfrentó al funcionario y el funcionario se ensañó con ella y le dijo en diez años le puedo dar otra visa y yo le dije ¿pero en diez años estará vivo usted?, ironía que la señora le celebra a la anciana con carcajadas. La anciana recuerda que se casó a los 14 años, tengo una hija de 72 años y el hijo de 65 y otra de 68, y cinco nietos y tres bisnietos. El profesor le pregunta de qué edad son los bisnietos. De tres años y un año. Entonces en 15 años más pueden dar descendencia, esos se llaman choznos. Y ahí termina, con la cuarta generación, porque más no se puede. Desde sus páginas, Gorki trata de inflamar mi mente con las gigantescas tareas que le esperan al socialismo, quejándose al tiempo contra la literatura burguesa y contra sus hermanos artistas que buscan refugio en la taberna y el burdel. El calor entra por el gran ventanal y se vuelve sofocante y la sala cerrada amplifica las palabras de la anciana, que cuenta de nuevo su historia de la visa y del terremoto. ¿He de volver a este café o elijo otro para la próxima vez? No puedo concentrarme, recuerdo que a Cheever le encantaba sentarse lo más cerca posible de los parroquianos, para captar sus conversaciones. Lo verdaderamente grande es que allí hay cuatro vidas que se deslizan por el arroyo, cinco con la joven que entró a comprar dulces árabes, comentó algo, pagó y se fue. En cambio yo como araña escucho y me nace la duda de procesar o no, de hacer de este momento un relato o desecharlo y dejar que se pierda en mi memoria y ahora estoy procesando, mejor dicho reproduciendo en bruto. La señora le comenta que por la mañana una amiga le aconsejó que leyera Lucas 18 y que lo tenía abierto en la página para leerlo cuando entró ella. La anciana se levanta y le da sus bendiciones a la señora, quien las replica. Cuidado con el escalón, bendiciones para usted. Cristo Jesús la colme de bendiciones contesta la anciana y al irse deja la puerta abierta. La señora toma asiento en la mesa del profesor, quien aborda el tema de lo ético que resultaría desalojar a los inquilinos del departamento para que lo habite la familia propietaria, que ha resultado damnificada con el sismo. No es un tema legal, es un tema ético. La señora está de acuerdo. Se tratan de tú. Ejemplifica el profesor que por un lado hay una necesidad y por otro un perjuicio y concluye que es como desvestir a un santo para vestir a otro, entonces la señora dice que si es un buen arrendatario la cosa se complica, ambos ríen porque descubren la humana debilidad que encierra ese argumento. Nadie es perfecto, todos estamos llenos de imperfecciones, había profetizado la anciana durante su largo monólogo. El profesor dice que si el vándalo entra y uno lo mata de un balazo y después lo arroja a un edificio vuelto escombros, nadie le va a hacer una autopsia, porque es muy difícil que les hagan autopsias a esos muertos, pero queda el problema ético. La señora recuerda que cuando hizo un curso le recomendaron, pero no está segura, que dejara un pie del vándalo adentro de la casa, porque ahí se prueba la defensa propia. Porque es defensa propia. Sí, es defensa propia, convérsalo. Dice la señora que su papá tenía dos minas de oro en Andacollo y lo estafaron. Su mamá era joven y estaba en la oficina cuando entró un ladrón y ella lo apuntó a los ojos y el ladrón salió arrancando, mi mamá andaba siempre con la pistola en la cartera. Tu mamá era de armas tomar, literalmente, dice el profesor. Una vez entró un joven de unos 23 años, bien vestido, casi buen mozo, y preguntó por Michel. Mi hija le dijo que había salido, tenía 17 años, y el joven dice que lo va a esperar y se ponen a conversar. Como a la media hora le pide un vasito de agua y saca dos aspirinas, ya había visto todo. Mi hija fue a buscar el agua y él cerró con llave, pero había un pasillo lateral, entonces apareció mi hija y lo levantó de la solapa y el muchacho salió disparado, dejó botados los billetes y los cheques, y entró una vecina y dijo yo vi todo, era delgada pero tenía mucha fuerza mi hija. Tiene mucha fuerza, subraya el profesor...

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