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martes, mayo 18, 2010

La araña-perro

Acostaba a mi nieta en su pieza cuando le sentí decir:
-Tatínez, una araña (ella me dice ‘‘Tatínez’’).
No le presté mayor asunto porque estaba ocupado sacando su pijama desde la litera superior del camarote. Ella esperaba en la inferior y repetía:
-¡Una araña...!
Pensé que aludía a un espécimen que se estaría desplazando por la pared, pero de pronto miré la colcha y descubrí una araña del porte de una camioneta Toyota 4x4, que caminaba de lo más tranquila con sus ocho patas.
Entonces cometí el grave error de agacharme a recoger a la nieta al mismo tiempo que tomaba la lámpara del velador para alumbrar mejor al animal, que entretanto bajaba por la colcha hacia el suelo. La nieta se me encaramó pilucha al brazo izquierdo y con el movimiento de la lámpara ésta se desconectó y nos dejó sin luz, lo que me hizo pedir auxilio a los demás, que no sabían qué pasaba entre estas cuatro paredes.
-¡Apúrense, que va saliendo!... ¡La linterna, apúrense, la luz, la luz! -les gritaba desde el dormitorio. A oscuras, la nieta lloraba en mis brazos y yo trataba de hacer que volviera la luz a la lámpara.
-¡Apúrense, la luz...! -exigía, temiendo lo peor y saliéndome de mis casillas al escuchar como única respuesta una risotada general de los demás miembros de mi familia, que sospecho que ya me conocen.
-Qué pasa -decían con toda calma, como sacándome pica.
-¡La araña se fue! -grité, abandonando la pieza con mi nieta.
Comenzó entonces la búsqueda, con una nueva lámpara. ¿Quién se atrevería a levantar la colcha?
Nadie.
Nos juntamos en el living a elaborar un plan, con el insecticida en las manos. Alguien recordó entonces que podríamos estar ante la famosa araña-perro que logró escapar hace unos días en esa misma pieza, introduciéndose a un portillo en un rincón.
Nos armamos de valor y como un solo equipo nos metimos a la pieza, mirando a todos lados. Con dos dedos enguantados levanté la colcha de la punta mientras la menor atacaba con el insecticida.
-¡Echen en el closet! -gritó el mayor.
-Entre la ropa -acotó mi mujer.
-Abran la cama -ordenó la ocupante de la cama de abajo.
¿Resultado?
Nada.
¡La araña-perro se había vuelto a escabullir!
Hasta el día de hoy nadie sabe dónde está. Y esa pieza ha quedado clausurada por las noches, porque ahora nadie se atreve a dormir allí.
Me recuerda el cuento de Cortázar ‘‘La casa tomada’’, en que una figura informe se va apoderando lentamente de una vieja casona de Buenos Aires, sin que los dos hermanos que la habitan puedan hacer otra cosa que irse arrinconando, hasta salir a la calle.
No es que la araña-perro haya logrado arrojarnos a la calle, pero yo diría que bien cerca anda.

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