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viernes, octubre 15, 2010

Divagaciones "poéticas" sobre gente que pasa por la calle

En qué piensa la gente que camina por la calle. Si pudiera saberse a ciencia cierta, la humanidad eliminaría acaso su problema principal, dado que el hombre es pensamiento. Está por verse, además, si el pensamiento está realmente relacionado con el dominio de la lengua; o si por el contrario, el conocimiento es sólo otro disfraz de nuestra ignorancia. Los animales no piensan y son completamente ignorantes, a nuestro modo de ver las cosas. Dios no ejercita el pensamiento, porque no sabría cómo construir un puente, no dispone de talento para eso, y sin embargo es completamente sabio y poderoso. Cómo se explica esta paradoja. Dicen que el lenguaje es esencial para que se desarrolle el proceso del conocimiento, pues sin lenguaje no hay aprendizaje y sin aprendizaje no hay mucho más en la cabeza que una suma de emociones y recuerdos, de allí que se hable de personas, pueblos y civilizaciones más o menos desarrollados. Pero Dios, o al menos aquel que Dante pudo contemplar en su último canto, no tiene la menor idea de gramática, porque Dios no es para resolver problemas, sino más bien para dejarlos planteados, y aun así, con su falta de talento para el estudio, es el colmo de lo máximo. En cualquier caso, si llegara a tener problemas, pienso yo, estos serían de naturaleza física y metafísica. Por ejemplo, ¿son todos los universos que existen o podría haber más? ¿Podrían los universos devorarse a sí mismos hasta desaparecer? ¿Es objetivamente el universo más grande que un átomo de hidrógeno o la sustancia no conoce medidas? ¿Qué nos hace pensar que Dios es la esencia del bien por ser el amor el único efecto creador? Y la pregunta más quemante de todas: ¿Se le escapan de sus manos los grandes problemas a Dios? Algunos piensan que esos conjuntos de galaxias, unidas si se las pudiera unir, incluso unidas en el momento previo a un estallido, eso sería Dios. Otros dicen que como Dios no existe, esas masas espaciales se reducen a materia. Otros ven a Dios como ser supremo inteligente y muy cuidadoso de nuestro destino.
Hay momentos en que a quien camina por la calle le resulta fácil pensar. Un retortijón estomacal, un mandato urgente de los intestinos llevan al ser a un estado de concentración y de pensamiento que se parecen mucho a la obsesión, que es su estado hermano, pero surgido de causas diametralmente opuestas. Pues mientras el primero tiene su origen en un acontecimiento del presente más inmediato, la segunda sólo se puede explicar en el pasado más remoto de quien la sufre.
Parecido es el caso de quienes padecen graves enfermedades. El pensamiento dominante suele ser catastrófico, suele llevar a la muerte. Se puede adivinar en las facciones de los enfermos que vemos transitar, y que nos inspiran lástima. No es el sufrimiento físico lo que altera sus rostros: es la idea de la muerte, de la pérdida de la esperanza.
Descorridos estos velos se mantiene la duda, íntegra en su esplendor: en qué piensa la gente que camina por la calle.
El proceso del pensamiento es endiablado. Influyen en él la capacidad de concentración, el ambiente, las ideas fijas que andan circulando por la mente, sobre todo los sentidos. Yo puedo ir por la calle y sentirme bien hasta que surge un pequeño tirón en la rodilla; de inmediato el pensamiento se va a la zona del tirón, entonces recuerdo que mi hermano tuvo que ser operado de la rodilla porque tenía los meniscos hechos polvo y qué curioso, me veo esa tarde en la clínica, mirando el atardecer por la ventana, mientras él me mira desde la cama, tranquilo, con una bota de yeso, tal vez contento de que su único hermano haya ido a verlo. Un brusco golpe de alegría me acomete, rumbo al café del mediodía, porque fuera el tirón, que ya pasó, me siento bastante bien y la mañana está fresca, como a mí me gusta. Entonces de la nada saco el teléfono y llamo a mi mujer, pero no me contesta. La vuelvo a llamar y su número me remite al buzón de voz. Se me despiertan esos antiguos celos, que me empiezan a ocupar el pensamiento. No consigo dar con las imágenes precisas, porque no las conozco, de modo que debo imaginarlas, y no hay peor misión para el pensamiento que tratar de enhebrar una historia imaginada de principio a fin. Me surge entonces la pregunta nada de insignificante, que es si quiero realmente que se concreten esas imágenes, de tanto que recurro a ellas, o si lo que quiero es exorcizar mis temores más profundos recurriendo a una invención que despejará mi alma una vez que estos hayan desaparecido.
Si tuviese que hacer una comparación con fines pedagógicos, diría que mi estructura mental guarda mayor relación con la de Woody Allen que con la del Dalai Lama. El primero se me imagina un remolino eterno a la hora del taco y el segundo, una luz matinal e impasible.
Llamo a estas divagaciones "poéticas" porque a la poesía se le permite todo. Y doy gracias a quien descubrió la tamaña irresponsabilidad de proclamar asuntos sobre los cuales no se sabe absolutamente nada y a quienes me subieron a este carro. El viejo ardid de la poesía evitó que se dispersaran por las calles del mundo legiones de locos; y sin querer mi pensamiento ha vuelto a la calle, a la gente que camina por la calle.
En definitiva, las personas que pasan por la calle apenas me ofrecen leves pistas de lo que podrían estar pensando. Sospecho que ni ellos mismos lo saben, como yo mismo no sé exactamente lo que pienso al momento de presionar estas teclas. Es probable que tal como yo ahora, muchos de ellos por la mañana estuviesen sumergidos en esa blancura informe y ciega detrás de la cual no hay nada. He allí la sustancia de lo que tomamos por pensamiento: la nada. El cerebro consciente vive la mayoría de las veces "en blanco", pero no en el blanco del Dalai Lama sino en un blanco confuso y holgazán. Nos movemos guiados por un mandato anterior, sentimos según las agujas del reloj avanzan, recordamos y, muy de vez en cuando, por ráfagas, accionamos el cambio del pensamiento que dirige nuestra voluntad hacia un nuevo destino. De lo anterior, una cosa sí se puede decir: la mayoría de los seres que pueblan el mundo han caído bajo el influjo de un torbellino. Sus erráticos pensamientos desembocaron en pésimas decisiones. Es fácil detectarlo: transitan mal vestidos, graves, recelosos, apurados, obesos, apiñados en los paraderos, mientras la minoría circula en autos elegantes, felices de la vida.
Y una última divagación, un último verso de esta delirante poesía: cuando realmente pienso es como si jugara al ajedrez. Al anticipar el cuarto movimiento mi mente se nubla, el nudo queda ciego, y dejo de pensar.

1 comentario:

Fortunata dijo...

Divagaciones poéticas...

Un abrazo