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jueves, octubre 14, 2010

El gorrioncillo

Recogió de la calle un gorrioncillo que saltaba en la vereda, abandonado a su suerte. El ave no le opuso resistencia a su mano y Vargas sintió la tibieza de sus plumitas. Lo llevó a su casa y lo instaló, a falta de jaula, en una canastilla que había comprado para la bicicleta de su mujer el día antes. Tapó la canastilla con una bolsa de plástico, que fijó con dos elásticos. Le puso un platito de agua y otro con migas de pan. La canastilla blanca quedó ubicada sobre un parlante en desuso, en el patio de servicio. Sobre el segundo parlante se instaló de inmediato la gata menor, y de ahí no se movió. Cada cierto tiempo Vargas sacaba la cabeza: la gata seguía allí y el gorrioncillo también, dentro de la canastilla.
Almorzó, leyó un ensayo de Umberto Eco sobre la influencia de Borges en su obra, hasta que le dio sueño y dormitó con música de fondo, las piezas tardías para piano de Brahms. Antes de irse a trabajar le echó un último vistazo a la escena del drama: la gata continuaba hipnotizada y en un rincón de la canastilla se adivinaba el ovillo de plumas. Trasladó la canastilla a otro sector donde estuviera realmente protegida, y ese fue la cubierta del asador, que en su hogar se sitúa en los dominios de la perra, que por muy mansa que sea sigue siendo una canina.
Pasó después muchas horas en el diario, durante las cuales fue consumido por el rescate de los mineros, episodio que por vivir de esa manera tan cercana no había valorado en su real dimensión. Todo había resultado tan bien, tan perfecto, nada había quedado al azar, jamás se habían perdido las esperanzas y más que los 33 hombres, el país entero le había dado un inyección de optimismo al mundo. Finalizada la epopeya, mientras comía pizzas con sus colegas, recordó que el mejor lugar de la casa para el gorrioncillo era la pieza de ensayo, que sus hijos músicos no estaban utilizando. Allí incluso se lo podía dejar en completa libertad y hasta le serviría de campo de experimento para sus clases de vuelo. Pero ya era muy tarde para llamar a la casa y sugerir la idea. Vargas no era bueno para recibir maldiciones a través del teléfono.
Volvió cerca de las tres de la mañana, como todos los días. La canastilla estaba abierta sobre la mesa de la cocina. Adentro, los dos platillos. A ras de suelo, las gatas, paseándose hambrientas. Buscó rastros del gorrioncillo, plumas sueltas, pero no halló nada.
Se acostó, todos dormían.
Al día siguiente, en ese estado de duermevela que le viene a las siete de la mañana, le preguntó a su mujer por el pajarillo.
-Se murió -le respondió apurada desde la escala, rumbo a su trabajo.

1 comentario:

Fortunata dijo...

LOS ENEMIGOS DE ESOS POBRES PAJARITOS ES MÁS SU PROPIA VULNERABILIDAD ANTE EL MUNDO (SU INCAPACIDAD DE COMER y BEBER SOLOS) QUE LOS GATOS O LOS PERROS.

Conocí una chica que consiguió sacar adelante una gorrioncilla (la Pipi) que paseaba por toda la casa y con la que viajaba a todas partes y que nunca se separaba de ella. Le duró unos cinco años.
Pero hay que cuidarlos como auténticos bebes con pienso especial.....
A mi siempre se me han muerto todos los que he intentado salvar.

Un abrazo