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lunes, octubre 18, 2010

El mensaje

Le imprimieron un sello al sobre, lo echaron al buzón; comenzó a esperar. Para él, la felicidad consistía en soñar, mientras llegaba la respuesta a ese mensaje. Ahora bien, la respuesta podía no llegar nunca; en esa alta probabilidad estaba basado el sueño. Vivía de ese sueño, su vida real se asemejaba relativamente a la de los osos que se duermen esperando la primavera, aunque los osos vivían la mitad de sus vidas para dormir y él vivía casi enteramente para soñar.
Es más, si algún día le hubiese llegado la respuesta, eso le habría ocasionado enormes problemas.
La verdad, concluía, era que no estaba suficientemente preparado para afrontar la respuesta. Requería años de ejercicio para eso, y ya no disponía de esa cantidad en sus reservas.
Mas si no esperaba, su vida no tenía valor ante su propia estimación.
Le habían hablado de los amaneceres, de los atardeceres sosegados, de la azulina luna, del sabor del queso de cabra. Él mismo había experimentado todo eso, incluso más: había sentido en la sangre que corría por sus venas la tibia generosidad de obsequiar y la satisfacción de acudir a los velorios. Y había rozado la felicidad sintiendo esos momentos, cumpliendo esos actos.
Entonces por qué le dedicaba su vida a una probabilidad tan remota como no deseada.
Quizás lo hacía porque gracias a la espera se evitaba el fatigoso compromiso de vivir. O quizás porque solo así podía sortear los fantasmas que lo impulsaban a acometer misiones vulgares y desenfrenadas.
Para los demás, él podía resultar un personaje un tanto extraño. Para él, todo cuadraba como la suma diaria en un banco, todo tenía la debida justificación. Y así debía ser y así debía seguir, mientras le quedaran fuerzas.

1 comentario:

Fortunata dijo...

Las cartas siempre tienen algo esperanzador... encierran algo misterioso...
Pena que nuestros buzones esten llenos de sobres con membretes y cuartillas con multas e impuestos...

Un abrazo