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martes, octubre 12, 2010

Plegaria por los 33 mineros de la mina San José

Yo veía las ambulancias, pero no me detenía a pensar en sus sirenas. Los autos que las precedían se hacían a un lado en los semáforos; yo lo tomaba como una especie de gentileza de sus conductores, un deseo de salir pronto del lío y del bullicio, como el aprovechamiento de algunos frescos que se largaban a correr detrás de ellas, sacándoles partido propio a las licencias que la sociedad le otorga al vehículo que vela por la salud del hombre.
Ahora comprendo que todo se hace, todo se echa a andar por el enfermo, el paciente que va adentro. Por qué yo, por qué a mí se me abrieron de verdad las grandes alamedas, a un pobre ser sin nombre ni apellido, a un hombre que sufre, que está en peligro de muerte. ¿Valgo tanto la pena como para que se eche a andar toda esta maquinaria de sirenas, hospitales, camilleros, oxígeno, salas de operación, bisturíes desinfectados, enfermeras, apósitos? ¿No era yo acaso, hasta antes del accidente, un pobre fracasado que no llegaba con su sueldo a fin de mes? ¿No era un minúsculo ser más en el desesperante enredo de paseantes?
Hay algo del cisne en el canto de mis quejas, las heridas son mortales, voy llegando al hospital. Cuán a tiempo entiendo que tras todo su egoísmo y vanidad, tras el odio que se engendra en el fondo de su alma y tras toda la barbarie de que ha dado ilustres pruebas, el hombre es una buena especie, la única capaz de invertir sus recursos en un miserable distraído como yo, atropellado por su propia culpa en una esquina de una calle cualquiera.
Sólo en las grandes ocasiones se eleva el alma a Dios, sólo en las grandes ocasiones el hombre vuelve a ser ese hombre del principio de los tiempos, cuando un puro hombre valía por todos, porque uno era demasiado.
Después de la explosión, siempre abrigamos esperanzas y si de algo pudimos vivir en esas dos semanas en tinieblas, cuando arriba solamente sospechaban de nosotros, fue de la esperanza de sabernos hombres, de intuirnos hijos del hombre. Y así nos organizamos, así tomamos valor.
Hombre, vela por nosotros y perdónanos como a él lo perdonaste en la camilla, entrando al hospital. Nuestra odisea es la odisea humana, la historia de 33 seres pequeños sobrepasados por sus circunstancias, a quienes les pusieron carteles de héroes para rellenar de héroes este mundo sin héroes.
Los mineros hemos recreado la unidad, una sociedad anónima cerrada. Nada saldrá de esta mina que no querramos que salga. Y aunque la ciencia haga resplandecer la verdad el pueblo nos elevará a un altar imaginario. Pues ya somos parte del mito de la historia.

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