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miércoles, octubre 13, 2010

Retorné a mi vieja casa

Retorné a mi vieja casa. Estaba impecable, mas al explorar los rincones se advertían difusas sombras blancas que mi imaginación identificó con telarañas. El silencio redoblaba el sonido de mis pasos, y eso que calzaba zapatos con planta de goma. Era un ruido insoportable, que me arañaba la ingle y me obligó a orinar. Fue toda una aventura: para ir al baño había que subir esos escalones de mármol que mi memoria evadía, hasta que no aguanté más y remonté. A cada escalón, un año más viejo, y subí alrededor de 24, de modo que cuando estuve frente a la taza y arrojé la orina era 24 años más viejo, con razón el líquido salió gastado, seco y ojeroso.
Quedaban dos posibilidades. O me mantenía en el piso superior, inspeccionando las habitaciones, o volvía a bajar, con la esperanza de recuperar la juventud perdida. La foto del velador me retuvo más de lo aconsejable en el dormitorio y sin darme cuenta estaba sentado en la cama, llorando ante el retrato. La habitación se llenó de niños; al mayor le calculé unos cuatro años de edad, el menor tendría dos, tres meses, pues ni siquiera podía gatear y había que afirmarlo entre almohadones. Fue cortés; no gimoteó en ningún momento, me dedicó lindas sonrisas que me hicieron suspirar. Ay, no basta la sonrisa de un bebé cuando la vida se acaba. Provoca una alegría que desemboca en lágrimas. No sería justo robarse ese soplo de vida, pero si el niño no hubiese sido familiar, gustoso habría desembolsado mis ahorros para inyectarme esa energía.
Traté de caminar en bata hasta el baño y de soslayo miré los escalones. Estaban tan cerca, pero el esfuerzo de llegar a ellos resultó ser demasiado para mí. Caí al suelo y me tuvieron que levantar, qué vergüenza más grande. Me retaron por tratar de hacer maldades y yo intenté dar explicaciones, pero me salió una voz de niño que resultó irreconocible para mí, aun más para mi nana. El berrinche la hizo mirar a todos lados antes de darme unas palmadas, que no lograron otra cosa que redoblar mi llanto. Acostado en la cuna el llanto se transformó en chillidos, pero por fortuna al chupar instintivamente el pezón instalado en la mamadera me fui durmiendo de placer. Soñaba jugando con telarañas y escalones gigantes que vencía con mis brazos y mis piernas. Nada me podía vencer, el mundo era mi esclavo y yo, su dueño.

1 comentario:

mentecato dijo...

Siempre me he preguntado por qué no tiene más lectores, quizá una multitud, doc.