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miércoles, septiembre 08, 2010

Las tres fuentes

Abiertos mis ojos, me conducían por esa ruta tantas veces transitada por los hombres, la más concurrida de todas, especie de camino que lleva a Roma, repleta de peregrinos, algunos ansiosos por llegar a su ciudad santa, otros haraganeando, mujeres con niños de la mano bajo soles abrasadores que las hacían sudar, hombres estudiando planos, algún moribundo buscando su orilla, grupos de prostitutas invitando a pasar, pintores reflejándolo todo, como si no bastara lo que veíamos con nuestros propios ojos para que nos lo hicieran ver por segunda vez para así entender, así sentir; en fin, bastardos impartiendo órdenes desde sus torres, vacas pastando en las praderas, perros apegándose a los humanos, maltratados pero fieles, perros cobardes, decía que allí iba yo, confundido entre la masa, uno más entre todos, como debe ser y como siempre ha sido, cuando se me ofrecieron tres fuentes, mi sed era implacable.
La primera era la más llamativa y el agua brotaba a chorros de su garganta, me dejé bañar en su taza curva y bebí hasta saciarme, pero contenía el líquido tales propiedades que pasado poco tiempo cundía la insatisfacción y aumentaba la sed, de modo tal que si por mí hubiese sido me lo habría pasado el resto de la vida sumergido en sus aguas.
Había que tomar una decisión. Me decidí apenas hube bebido una cantidad desmesurada, peligrosa para la salud, tan hinchada me había quedado la panza. Salí de la fuente y bebí de la segunda, de líneas severas y aun diría incómodas a los sentidos, mas noté al poco rato que la sed disminuía, se hacía llevadera, podía salir de la fuente y emprender desafíos, hacer planes, teniéndola siempre a la vista, ya que si salía de cierto radio la fuente desaparecía y la senda se volvía tortuosa, desabrida, angustiante, como descubrí que sentían montones, tanto así que en esas circunstancias se preguntaban a viva voz por sus propios manantiales, como hormigas ciegas que cruzan sus antenas durante su andar bajo el sol.
En eso estaba cuando la tercera fuente desprendió una luz que me bañó por entero y escondió todo lo que me rodeaba dentro de un manto de calor insoportable. Era imposible no prestarle atención ni beber de sus aguas; más bien sentía que era la fuente la que se alimentaba de mi escasa energía para poder emitir su luz, tan maltrecho, feliz y extasiado me dejaba. Atrapado en su halo alcancé a agradecerle que me hubiese atrapado y le rogué que jamás me abandonara, pero entonces los cielos oscurecieron y un trueno le devolvió su color habitual. Volví la vista a la segunda fuente, que se me hacía visible una vez más. No quería volver, necesitaba esas aguas ardientes, pero ya no tenían luz para mí, la fuente se había secado y mi sed iba en aumento, de modo que procedí razonablemente.