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viernes, febrero 18, 2011

Beverly Hills

Dedicado a E. T. A. Hoffmann

Un hombre maduro de modales nice, tal vez demasiado bronceado, me da la bienvenida a la mansión en que habitas a contar del verano pasado; todo es enorme, luminoso, salvo los chihuahuas que corren a saltitos por el borde de la piscina, como niños asustados ante la voz de Beverly Sills, que canta el aria de Zerbinetta en tono más alto que el original. Me siento tan pequeño como ellos y por ende, humillado. Casi puedo sentir las pisadas de las novias de rojo sobre mis omóplatos. Resplandecen las lámparas de cristal y los mozos van y vienen con bandejas repletas de extraños pescaditos enviados desde los mares de Japón en aviones frigoríficos, bocados franceses e italianos, caviar ruso. Otras bandejas portan deliciosos vinos, pero cuando estiro el brazo saco inconscientemente un jugo de naranja. Quiero estar lúcido y lo estoy cuando llega el momento tan esperado por mí durante años. Ahora la soprano entona la Barcarola, mas pocos se detienen a escucharla.
Te diviso de lejos, entre la multitud enloquecida por la charla, la bebida y, supongo, alguna droga discretamente tolerada por el dueño de casa. No eres exactamente como te recuerdo en aquella foto a la salida de la ducha. El peinado te ha redondeado la faz, y con ese look la inclinación de tus ojos se acentúa.
-Me alegro tanto de verte, estás en tu casa.
La frase suena dulce, nostálgica, suavemente adolorida. Basta para que de inmediato caiga rendido a tus pies, como en los inicios de nuestro... a qué seguir.
-Gracias, Martha... me enseñaste a Chopin; lo miraba en menos. Me enseñaste a mirar al cielo, me enseñaste Morgen, ya es mucho decir. Hoy te ves... pero ¿es esto lo que deseas? -respondo, enfurecido sin saber por qué. Hago un leve y frustrado intento de tomarte la mano y llevarte a un rincón donde haya pocos invitados, ninguno en lo posible, para besarte una eternidad con los ojos no abiertos y el corazón galopante, no aspiro a más en este momento. Tu respuesta está en tu voz, que suena con una superficialidad espantosa.
-¡Jack! ¡Peggy Sue! ¡Qué bueno que vinieron!
Corres al encuentro de una pareja que baja de un Porsche gris, les brillan los dientes. El valet toma el vehículo y lo lleva a la cochera; no sé si reparas en una sombra que se desliza entre las palmeras y se pierde en la curva, como si quisiera confundirse con las flores holandesas y los matorrales dibujados por las tijeras de un experto.
-¿Todo bien, Julia? -pregunto al pasar.
-Sí, amor... todo va de maravillas.
-¿Quién era ese que se fue?
-¿No lo reconociste?
-No.
-Eras tú.

1 comentario:

La Lechucita dijo...

Una historia circular....un sueño.

E.T.A. Hoffmann fue durante un tiempo uno de mis autores favoritos... pero hace años que no le he vuelto a leer.

Un abrazo