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sábado, febrero 26, 2011

Cables de la Embajada al Departamento de Estado

(Cable del secretario adjunto de la Embajada al Departamento de Estado. Agosto de 1976).
Al cóctel asistieron el Cardenal y el Jefe de la Dina. Ambos se saludaron fríamente. No da la impresión el Cardenal de ser un hombre de oración. Si este país estuviera en democracia sería candidato a Presidente; en un momento de nuestra conversación se me reveló como un político sagaz; luego supe que la profesión original de este hombre fue la de abogado. Los políticos son personas que están por sobre la verdad y el Cardenal es una de ellas. Luego de hablar con él me surgieron dudas acerca de qué es realmente la verdad. Porque si es católico, si es el máximo representante de la Iglesia en este país... pero, ¿no fue así también Cristo? ¿No fue un consumado político? Sus parábolas no eran otra cosa que discursos políticos, la entrada a Jerusalén recuerda esas giras, esas concentraciones masivas, las bodas de Caná... mas me desvío de lo esencial, pero estoy tratando de ejemplificar para hacer más claro el mensaje de este cable.
Al Cardenal le preocupa el Dictador, está obsesionado con la imagen del Dictador. El Cardenal sabe perfectamente que él es el único hombre capaz de hacerle frente al Dictador. Desde este punto de vista observa las atrocidades que están ocurriendo en este país como atrocidades políticas antes que humanas, penoso es admitirlo, pero luego de nuestra conversación fue esa la idea que quedó en mi mente. En nuestra reservada conversación durante el cóctel, todo lo reservada que puede ser una conversación bajo dichas circunstancias, surgieron nombres de líderes sindicales, de líderes políticos en las sombras, de ciertos hombres buenos capaces de enderezar el camino. El nombre del señor Frei salió varias veces de sus labios; yo le mencioné el del señor Letelier, pero el Cardenal no pareció darle mucha importancia. Aun así, me temo que si la relevancia de cualquiera de los nombrados adquiriera ribetes que le hicieran la menor sombra al Dictador, éste los barrería con su escoba en un dos por tres.
El Cardenal se me reveló además como un sibarita; su paladar es exquisito, en lo que concierne a vinos me dejó con la boca abierta por la amplitud de sus conocimientos. Este dato debe ser tomado sumamente en cuenta cuando nos reunamos a solas con él. Cosas como esas son las que hacen cambiar al mundo.
En cuanto al jefe de la Dina, el pobre no es más que un gordo estúpido, bobalicón, fantoche, completamente inofensivo. Sin temor a equivocarme, diría que aquí los crímenes se cometen a pesar de él.

(Cable del secretario adjunto de la Embajada al Departamento de Estado. Octubre de 1976).
Pido disculpas. El gordo se las traía. Al menos nuestros informantes me aseguran que detrás del atentado en Washington estuvo su mano. Sugiero una estrecha vigilancia a su asesor en materia de explosivos, un hombre de iniciales M.T., quien cuenta con pasaporte americano y parece tener vinculaciones con algunas de nuestras oficinas.

(Cable del secretario adjunto de la Embajada al Departamento de Estado. Octubre de 1978).
La situación es más compleja de lo que se visualiza en Washington. Sugiero no tomar parte en el conflicto que se avecina. He podido conocer a ambos dictadores y, aunque mi opinión parezca descabellada, el crédito del de este país se me antoja más sólido, a pesar de la imagen sanguinaria que arrastra. Inclinar la balanza en su contra podría acarrear consecuencias nefastas para la región. Puedo dar fe de que la junta de gobierno del país vecino es una mezcla de ambición, crueldad, soberbia y corrupción. No puede esperarse gran cosa de ellos y no sería extraño que luego de entrar en esta eventual guerra y ganarla quisieran apoderarse de unas minúsculas islas del Atlántico Sur de las que nuestro aliado mayor es soberano. Al menos mis informes así me lo indican.

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