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lunes, mayo 09, 2011

Informe fallido sobre el paso de una sombra

La cantidad inicial de dinero que se me puso sobre la mesa era desproporcionada, rayana en lo insólito. Acepté la misión, mas sabiendo de antemano que se trataba de una misión imposible. Debía seguir los pasos de una sombra, de una determinada sombra, y redactar un informe. No hablaré de quien me formuló el encargo; equivaldría a cambiarle el blanco al tiro. Por lo demás, la esencia del informe caería en falta si diera luces o versara sobre el motor, por no decir el cerebro de esta investigación.
En cuanto a la sombra... confieso que los primeros días la misión se me hizo más llevadera de lo que había imaginado. No era una sombra... diría... muy activa, movediza. Se desplazaba en torno a ciertos espacios, que con el tiempo marqué con detalle sobre el plano de la ciudad. Iba de su casa al trabajo, del trabajo al bar, del bar a su casa. Los fines de semana visitaba un supermercado, un parque, un cine, por las noches algún departamento. En muy contadas ocasiones se desvió por callejuelas tortuosas; dos veces la vi entrar al hipódromo. No me fue difícil averiguar que una vez al año se subía a un tren y partía al sur, y que a los 15 días exactos retornaba a su casa y a su rutina.
Dichas las cosas de este modo, todos afirmarán que me gané el dinero fácilmente. Cuán errados los necios incapaces de mirar bajo las aguas. Aún espero la remesa faltante y sé que no vendrá. Mi informe resultó vago; el cerebro vigilante exigió precisiones y al no poder entregárselas, no ha vuelto a dar señales de vida.
Y es que jamás logré saber realmente nada de esta sombra; ni siquiera puedo asegurar a estas alturas si es la misma sombra o son varias, millones de sombras que se camuflan entre ellas, comparten una carrera de postas.
La sombra salía efectivamente de su casa a cierta hora; pero ¿era ella, en circunstancias que por las noches, al apagar la luz para meterse a la cama, desaparecía?
La sombra, como toda sombra, vivía de la luz. Bastaba una leve nube, el más leve asomo de tiniebla para que dejara de existir. ¿Era mi sombra al volver el sol? ¡Cómo saberlo!
Había momentos en que se transformaba en dos sombras. Sucedía cuando se interponían en su esencia dos haces de luz. ¿Cuál era la verdadera? ¡Nunca lo supe!
En la multitud se me confundía, entre tantas parecidas. Cuántas veces, al bajar del Metro, perseguí a la que no era. ¿Cómo hablarle, cómo averiguar de propia fuente sus desvelos, cómo levantarla cual alfombra para observar sus pliegues ocultos? ¡Tarea obscena!
Ni siquiera logré saber cuándo nació, cuando se desprendió de su cuerpo físico. Eso hizo las cosas aun más complicadas pues, al no poder intercambiar palabra alguna con ella, jamás pude comprobar mis datos de primera fuente. Una noche la invité a la taberna; pensé que era abstemia o que temía que le hiciera una encerrona, porque entré y se quedó en la esquina, bajo el farol. Me arrimé a la chimenea y ordené una jarra de cerveza negra con dos vasos. Afuera hacía un frío que calaba los huesos. Al verme solo, el mozo me preguntó si esperaba a alguien. Le dije que el otro vaso era para mi invitada. La sombra entró a regañadientes, se hizo la sentida y no hubo modo de levantarla del suelo. Me enfurecí y le di un par de gritos que alertaron a los parroquianos. Se levantó y se fue contra la pared, como esos animales asustados que se cubren la cola. En la pared iba de un lado a otro; cuando pasó frente a la ventana me fijé que los vidrios estaban llorando. Me pareció de una brutalidad sin nombre continuar torturándola con preguntas estúpidas y abandoné mi afán. Antes de que me tomaran por loco salimos de la taberna; sabía que me venía siguiendo, ni siquiera miré hacia atrás. La sombra insistía en desplazarse como perro apaleado.
Alguna vez comprobé con mis propios ojos los segundos en que su forma se redujo a una suerte de enanismo grotesco, achaparrado; también la vi adoptar trazos dignos de El Greco. El último día que fui testigo de algo así se echó a volar, sin despegarse del suelo, hasta que la línea se estiró tanto que terminó por confundirse con la llovizna del invierno. Esa misma tarde redacté el informe.

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