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viernes, agosto 05, 2011

El derviche

Se tiende a pensar que en un principio fuimos todos iguales y que así debiésemos ser tratados siempre, como iguales, pero hace unos días leí que los cromañones venidos de África provocaron la extinción de los neandertales que vivían en Europa mediante el simple expediente de irlos corriendo a las peores zonas del continente, a las más frías e inclementes, con sus lanzas de mayor alcance. Dicho esto, la hipótesis me hace pensar que ya desde el principio no fuimos iguales. Si fuese así; es decir, si esa hipótesis fuese cierta, este consagrado axioma social que condena la injusticia de la desigualdad, especie de mandato bíblico reinante hoy en día, no pasaría de ser una romántica ilusión.
Alguien podría decir que cromañones y neandertales no son lo mismo, y que en cambio la raza humana sí es la misma. Es verdad, pero entonces, ¿cómo sucedió que mientras ciertos países africanos se mueren de hambre, en Japón, por poner el ejemplo de una nación que no se caracteriza por poseer tesoros debajo de la tierra, haya tanta riqueza?
La raza humana es la misma, de allí que todos los problemas del mundo habitado por el hombre llegan al final a la misma raíz, pase lo que pase: se deja al hombre crecer a su antojo o se le controla. Si el hombre crece libre, los más poderosos terminan aplastando inexorablemente a los más débiles. Si se le controla, los débiles, que son más numerosos, terminan imponiéndose a los más fuertes.
El hombre ayudado se siente seguro y esa comodidad y confianza lo llevan al descuido. Nadie trabaja de más, a menos que esté enfermo de la mente. El hombre asediado actúa acuciado por el miedo. Su imaginación está obligada a despertarse. Si no lo hace, muere y si lo hace, vence. Las teorías sociopolíticas se han cansado de hablar de esto y aun no asoma una síntesis en el horizonte.
Contaba mi amigo Juan Rocha Astete que un derviche llegó a un pueblo con un saco de talentos para repartir. Lo subieron a un promontorio y se instaló la gente a su alrededor. Desde allí preguntó: ¿Cómo quieren que reparta los talentos? ¿A la manera de Dios o a la manera del hombre?
El pueblo gritó con una sola voz:
-¡A la manera de Dios!
El derviche abrió el saco y esparció los talentos al viento. La masa se lanzó enfervorizada a recogerlos. Los menos, los afortunados, se hicieron de docenas cada uno. La mayoría pescó unos pocos y a muchísimos no les tocó nada.
Cuando el derviche se iba, el puebo le presentó su amarga queja.
-Nos sentimos estafados -le lloraron-, no fue lo que pedimos.
El derviche habló:
-Ustedes lo quisieron a la manera de Dios. Si hubiésemos repartido los talentos a la manera del hombre habríamos organizado la cosa de tal manera que todos recibieran la misma cantidad.

2 comentarios:

Lyano dijo...

Muy interesante . Pasate a ver algo por mi blog , http://lyanocalavera.blogspot.com/ , saludos desde Bs as

mentecato dijo...

Meritorio.