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viernes, marzo 23, 2012

Si pudiese fabricar mis sueños

Salimos a contemplar las estrellas, la noche estaba templada, mezclándonos con la multitud. Alguien miró hacia el cielo y todos lo imitamos. Un conjunto de puntos luminosos se arremolinaba y subía desde el sur hacia el centro del firmamento. Contrastaba con la negrura del espacio vacío y se distinguía y diferenciaba claramente de las estrellas, de nuestras compañeras de todas las noches, porque fuera de moverse a otra velocidad, muy superior desde nuestra perspectiva, los puntos parecían brillar de otra forma. Entonces nos dimos cuenta de que nuestras horas estaban contadas. Del cielo fue lanzado un chorro de gas húmedo, una especie de lluvia de polvo pardusco que nos envolvió en segundos. Parecía como si un ser superior hubiese rociado de insecticida el planeta, así como nosotros acostumbrábamos a hacer hasta ese momento en los rincones del hogar.
No había remedio: ya estábamos mortalmente contaminados, de modo que me dispuse a sacrificar a los míos antes de que sufrieran. Lo decidí porque sentí que en ese momento tenía el poder para hacerlo, aunque ellos no habían abierto la boca ni a favor ni en contra.
Entonces desperté, y mirando a la ventana me lamenté de haber tenido esa pesadilla. El día estaba comenzando, lo noté por el taco habitual que se forma en mi calle a esa hora de las siete, cuando se sienten los frenazos y los motores ronronean alertas, pero vencidos.
Si pudiese fabricar mis sueños idearía un sueño de amor perfecto, no físico pero también físico, un amor perfecto entre un hombre y una mujer, en el que los dos se maravillaran de tener lo que les regaló el destino y cada uno admirara las virtudes del otro. Las noches de ese sueño habrían sido hechas sólo para ellos, para evitar la mañana. Ese amor sería un amor imposible y sosegado, sin las ansiedades del amor, sin sus dolores ni sus angustias. Al despertar, el hombre la tendría a su lado y al besar sus párpados se levantaría feliz a enfrentar la vida. Todo lo comprendería, todo lo perdonaría, porque el amor todo lo perdona y todo lo comprende. No más roces con sus vecinos, no más frustraciones en su trabajo, no más discusiones con sus hijos, no más desacuerdos con sus hermanos.
Si pudiese fabricar mis sueños entraría al palacio del Dalai Lama y en todo aquello que no conoceré jamás, la Biblia completa, los pensamientos de Pascal, un poema sin palabras en estado puro, las ruinas de Pompeya, la mente de mi amada, el sabor de la gloria.
Si pudiese fabricar mis sueños a voluntad, el ánimo bañado de alegría tendería a identificarse con puntos gemelos alojados en los fenómenos externos. Pero mis sueños no son como quisiera que fuesen, y hasta parecen haber perdido algo de su antigua lozanía, ligereza, picardía. Se me han ido poniendo trascendentes, vagamente sombríos, desabridamente obscenos, como esa figura canosa y tranquila, aún sana y vital, de aire adusto por fuera y resignado por dentro, que ven rumbo al café cada mañana los vecinos de mi barrio.
Si pudiese fabricar mis sueños uniría mis esperanzas incumplidas en una sola imagen que rebasaría mi alma. Mi corazón agitado se negaría a descender, y al despertar mis ojos verían lo inefable.