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sábado, mayo 05, 2012

Una arañita

Anoche maté una araña y me fui a dormir. Era una arañita pequeña, casi diría que recién nacida, no tanto, de unos dos meses de vida podría ser. Doble contra sencillo que no era de rincón, sino araña-tigre; o sea, de las buenas, de las que se comen a las de rincón. Pero cómo estar seguro. Cometió el error de plantarse en el ángulo que abarcan mis ojos antes de irse a la cama. Bueno, me quedé de pie delante de ella, pensando: si la dejo no pasa nada, pero no podré pegar los ojos por un buen rato. Si la mato alivio el miedo y me duermo tranquilo. Aunque miedo, miedo no tenía, pero sí preocupación, inquietud, no de la picadura, sino de la presencia. O sea, era el símbolo lo que no me dejaría tranquilo, no era algo material como por ejemplo un león de verdad, el estrangulador de Boston o fuego en la habitación; aún así bajé a la cocina a buscar el insecticida. Había tres: uno para liquidar los insectos del jardín, otro para matar moscas y otro para matar garrapatas. Juzgué que este último sería el mejor, porque las garrapatas son como duras, mientras que las moscas son blandas y las arañas, bien se sabe, no son insectos, así que no deben de ser tan blandas.
Subí los escalones y entré a la pieza, que por fortuna seguía con la luz encendida, ya que mi mujer es de sueño de luz apagada y si se le había quedado prendida la lámpara del velador se debía a que le había entrado un sueño pesado.
Allí estábamos los tres. Mi mujer, durmiendo. La arañita, tranquila en su rincón y yo, de pie ante ella, ante la arañita, con el insecticida en la mano. Rocié dos veces y el chorro le dio de lleno. Parece que la sorprendí durmiendo, porque hizo un intento lerdo de moverse y después como que se volvió a dormir. Yo me miraba a mí mismo y encontraba infantil que una arañita me tuviera clavado en el piso, con la vista fija en ella. Pensé en ir a buscar una silla, elevarme y retirarla con un papel higiénico, pero eso dejaría una marca en la pared, fuera de que se me podía escapar por los lados. De modo que permanecí allí, hasta que mi mujer refunfuñó y apagó la luz. Entonces me acosté, medio intranquilo.
Ahora que escribo estas líneas de homenaje a mi ex amiguita veo su cuerpo mínimo, blanquecino, echado en el suelo, a merced de la brisa, la escoba y la aspiradora.
Se puede matar manteniendo la conciencia tranquila. Siempre habrá una excusa, hasta los peores criminales se juran inocentes.

1 comentario:

Fortunata dijo...

Pues si, por ahí se empieza matando pobres e inocentes arañitas que acaban de nacer....
Un abrazo