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domingo, octubre 14, 2012

De norte a sur

Muy de noche, a eso de las once, la radio Agricultura emitía el programa De norte a sur. Lo escuchaba a oscuras en la pieza de mis papás y como quien dice, pasaba colado en la cama entre los dos. El Vitorio a esa hora estaba roncando. Me gustaba ese espacio radial porque siempre ponía alguna canción en inglés, de Pat Boone, Paul Anka, Frankie Avalon o Neil Sedaka, en momentos en que Antonio Prieto y el bolero dominaban el dial. De día mis programas favoritos eran Fortachín y Valiente, Tarzán, El llanero solitario, Regalo de cumpleaños Ambrosoli y Discomanía. Al acostarme, antes de apagar la luz, me gustaba repasar una y otra vez los cuadros de mi historieta predilecta. Pingüi, el pingüino travieso, se instalaba a pescar luego de hacer un círculo en el hielo con un serrucho y los peces rondaban el anzuelo. Un día la revista de monos se perdió y así se cerró un capítulo importante de mi vida.
Nada nuevo es lo que viene a continuación, mas sirva de consuelo saber que la aspiración humana de la originalidad se perdió mucho antes de que Virgilio se decidiera a escribir los versos de La Eneida. Lo que quiero decir es que un viejo y ya inexistente programa de radio me abrió recuerdos en varias direcciones y el impulso inicial de la rememoración se ahogó en reflexiones que también pugnan por salir.
Por ejemplo, la música. ¿Por qué a los cinco años ya me inclinaba por la nueva ola y rechazaba la almibarada voz de Raúl Shaw Moreno y Leo Marini? Escuchaba tediosamente Osito de felpa aguardando Mi ciudad natal; venía entonces Nuestro juramento y yo esperaba Venus; enseguida Muñequita linda le cerraba el paso a I'm just a lonely boy. Si hoy pusiera en la balanza ambos estilos y los analizara, canción por canción, me atrevería a asegurar que por letra, recursos armónicos, acompañamiento musical, registro y vibrato de los solistas el triunfo sería del bolero por sobre el rock and roll, la balada y el twist, éste último ritmo algo posterior, ya que estos recuerdos musicales son de los años 58 y 59, no del 61. Para llegar a tal conclusión bastaría evocar a Lucho Gatica ("Reloj, detén tu camino, haz esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca...") y a renglón seguido a Danny Chilean ("Verónica, Verónica, you know you know I love you girl..."). Mas, tal como le sucede a toda nueva generación, en ese momento yo y todos los niños -y qué decir los coléricos y las calcetineras- nos rebelamos contra la época de los viejos e inauguramos la época de la esperanza. La música de Estados Unidos reemplazó a la de Cuba y México. A pesar de lo dicho, el misterio no hace sino acentuarse. ¿Qué hace que un alma nueva adivine, profetice inconscientemente los  tiempos que vienen y opte por ellos? ¿Qué mensajes la hacen renegar de lo sólido y lanzarse al abismo de lo etéreo? ¿Es un simple dictado venido de lo más alto del poder? Y al contrario, ¿qué hace a las viejas almas apegarse a su territorio y quedarse allí plantadas como estacas? Es el cambio, el paso de las cosas, algo que no conduce necesariamente al progreso ni al bien ni a la justicia. No siempre el pasado es peor que los días que corren o los que vendrán. Hay montón de ejemplos de pretéritos gloriosos que fueron sepultados por nuevos tiempos desastrosos, trágicos. Y sin embargo la vida insiste, pertinaz, en la lógica de la renovación. He allí un tema que me gustaría desarrollar alguna vez con profundidad.
Viene enseguida otro gran misterio, el de la radio y las revistas, alimentadores de la fantasía. Incitaban estas supuestas amenazas del Siglo 20 a la inmovilidad. La amenaza mayor era el cine, pero el cine era caro, un lujo semanal o quincenal, por lo mismo más inofensivo; en cambio las revistas de monitos estaban a la vuelta de la esquina  y se podían cambiar, ni siquiera había que adquirirlas nuevas. Y la radio ya se había instalado en todos los hogares de la clase media, incluso con más de un aparato por hogar. La radio, para nosotros los niños, era el paréntesis obligado en nuestros juegos y el vuelo de la fantasía nocturna, a luz apagada. Nos obligaba a imaginar, aunque nos daba una manito con canciones, concursos y argumentos de radioteatros. Yendo hacia atrás en el tiempo, parece que el hombre se fuera llenando de fantasías, mitos y vida interior; yendo hacia adelante se va vaciando, abrumado por la ciencia y la tecnología. La imaginación de hoy es ostentosa, ¿qué les espera a los que vienen?
Pero resta el mayor misterio de todos, el del enigma del  pingüino que toma un serrucho, hace una redondela en el hielo y se instala a pescar lo que haya bajo el mar. ¿Cómo descifrar el placer que siente ante esa imagen una mente infantil obsesionada en repetirla y repetirla antes de dormirse? Dulces sueños, travesuras, asomarse a lo desconocido desde una helada superficie y que cauce todo esto un animal que habla se me antoja un puzzle de imposible solución.

1 comentario:

Fortunata dijo...

Es curioso que en esos tiempos las imágenes fueran las mismas que las de mi infancia, el llanero solitario, el pingüino y su agujero... pese a vivir en hemisferios diferentes.

Un abrazo