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martes, abril 16, 2013

Sensaciones

-¿Es del nueve o del diecinueve?
-Del diecinueve -repitió, pero tuvieron que preguntarle de nuevo, porque su voz apenas se escuchaba.
Aclarada la duda, la funcionaria le entregó el documento, no sin antes fulminarlo a miradas. Cristóbal salió con la carpeta bajo el brazo, sintiendo que llevaba un tesoro. Le había costado tanto obtenerla, y ahora por fin era suya.
Una plazuela se le ofreció a la vista. Buscó un escaño y se sentó. Abrió la carpeta y contempló el documento una y otra vez. Encorvado, con la mirada triste y vidriosa fija en su tesoro, a punto de llorar de emoción, nadie hubiese pensado que estaba feliz. Sin embargo estaba muy feliz.
Sobre el pasto, un mendigo que dormía tapado con una colcha dio media vuelta la cabeza y lo vio sentado en el escaño; el sol le dio de lleno en los ojos y los cerró. Se tapó la cabeza y volvió a dormirse. En el banco de la otra punta, dos liceanas hablaban a gritos. Una se inclinó hacia la otra, la agarró de la nuca y la besó en la boca. La otra le respondió con dos groserías al hilo, ambas miraron a Cristóbal y se largaron a reír. El cartero detuvo su bicicleta y comenzó a revisar sobres del bolso. Un perro vago le ladraba a la rueda trasera. El cartero le tiró un puntapié y erró por centímetros; el perro se alejó, asustado.
Antes las cosas eran  más fáciles. Todo se hallaba claramente delimitado. La norma era la norma, la revolución revolución, la pobreza era pobreza y los hombres se dividían en grandes, mediocres y pequeños. Ahora había tanto que despejar; sobre el mundo se cernía una nata vibratoria que hacía funcionar a las máquinas, cada vez más necesarias e intrascendentes.

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