Si lo quieres, tienes que pagar. Si no puedes, no lo busques. Si quieres y no tienes, vete a otro lado. Si insistes, para ti no estoy.
Todo lo que le decía era verdad. Pero verdad de cementerio. Le insistió con una última propuesta, a sabiendas del resultado. El tono era derrotista.
¿No merezco acaso una excepción?
Las campanas de la iglesia acallaron la respuesta.
Jajajajajajá, quién te crees que eres.
Se fue a su casa, a esperar el correo. Durante siete días aguardó la carta que no llegó. Al octavo día apareció el cartero con una pila de cuentas por pagar.
Qué curioso. Aquello que más quería se le volvía humo, burla y desprecio. Lo que le era indiferente y hasta repudiable aguijoneaba puntualmente su alma, sin fallar jamás.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
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