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martes, mayo 28, 2013

El manantial

Germán sonrió al saludarlos y se ruborizó, mas un buen observador se daba cuenta al cabo de un tiempo de que lo suyo no era bochornosa timidez, sino hábito. Debido a un mecanismo desconocido, Germán era feliz sufriendo alegremente. Le gustaba contar sus malas noticias, lo hacía sonriendo, mirando al suelo, en apariencia cohibido.
La diabetes lo había tenido en las cuerdas, internado de emergencia. Les comentaba, acusándose, que durante el año había jugado con la muerte, comiendo y bebiendo como si se tratara de llenar uno de los toneles que usaba para almacenar las manzanas de su huerta. Los negocios no andaban del todo mal, aunque el dinero no llegaba. El hospital lo había enflaquecido. Su hijo menor era un demonio, otra causa para su padecimiento sublime. Su mujer, joven y atractiva, parecía no existir para él, no daba para mención en sus dramas.
De pronto se animó de verdad. Les contó que a punta de trabajo e intuición había descubierto un manantial. Y se los quiso enseñar.
Los tres bajaron por el césped de la colina, brillante por la reciente lluvia. Pasaron una cerca abriendo los alambres de púa, cruzaron una casucha deshabitada y doblaron una curva en el sendero hasta que sus pies llegaron a un corte a pique. Allí estaba el manantial, brotaba sin parar de la roca viva y formaba una película de agua cristalina sobre un cuadrado de arena. El sol de otoño le daba de lleno a esa única hora, escondido en el cerro como estaba. De ese pequeño depósito nacía un arroyo paradisíaco que bajaba hacia el lago.
Germán hacía planes fabulosos a partir del manantial. Por fin habría agua para las parcelas que estaba vendiendo hacía años. El negocio se tornaría extraordinario.
Estuvieron mirando un buen rato ese regalo de la naturaleza, probaron su agua, que era riquísima, y cuando no hubo más que hacer, volvieron. Un manzano se había desprendido de casi todos sus frutos, que se pudrían en el pasto. Germán no reparó en ellos; sí sus acompañantes, que se guardaron un par en los bolsillos.
Detrás de los visillos de la ventana de la casona antigua, la mujer los miraba con una maleta en la mano.

1 comentario:

La Lechucita dijo...

Me encanta ese final.... él no repara en las manzanas, no repara en el mundo que le rodea....se da a entender que la mujer le va abandonar.
Besos