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miércoles, mayo 15, 2013

Los enfermos

Sabía que se dirigía a un hospital, pero al escalar piso por piso lo comprendió en toda su forma. No era un hospital; era un depósito de microbios. Los enfermos padecen, eso no es novedad; la novedad era ser testigo de la escena. Afuera el mundo está sano y siente la vida de otro modo. Los mendigos piden, los deudores protestan, los ricos gozan, los trabajadores trabajan y los microbuses circulan por las calzadas y doblan por las esquinas de siempre, como cada minuto de cada hora de cada día. Afuera todo es normal, afuera los enfermos no tienen cabida, bichos raros aislados por la gente como se aisla una bacteria bajo el microscopio; afuera los enfermos viven en una casa que no es la suya. La casa de los enfermos, por antonomasia, debe ser el hospital.
Allí estaban, reunidos bajo el mismo techo, separados de la vida, invadidos por pajarracos invisibles, postrados por accidentes azarosos, desfigurados, mutilados, pálidos, amoratados, con los huesos en la piel, hinchados, cubiertos de sondas, de yesos, gasas, vendas, cicatrices y tantas cosas más que recuerdan la fragilidad humana.
Su esposa, dentro de todo, estaba sana. Sus hijos lo estaban, él lo estaba.
¿Qué hacía la diferencia?
Cómo saberlo.
Su amiga, hoy enferma, hacía un mes estaba sana.
Estar sano, estar enfermo, ¿qué hace la diferencia?
A ella no le dolía nada, pero era un examen tras otro, una biopsia tras otra. Nunca se descubría la causa y la cuenta iba creciendo. Tal vez moriría; tal vez sanaría. ¿Y qué?
La calefacción invitaba a la modorra en la sala común, pero también al estado de alerta por el aire enrarecido, contaminado de bacterias asesinas que estarían al acecho en algunas de las selectas partículas en suspensión, cómo saberlo.
Lo mejor era irse cuanto antes.


1 comentario:

Anónimo dijo...

De los hospitales cuanto más lejos mejor.....
un abrazo