Se apartó cuando el borracho cargó contra el tonel. Llegó a pensar que lo rompería y que el chorro de vino tinto le mancharía la ropa. Luego se rió de su ingenuidad y de ver al aldeano, aturdido por la borrachera y por el choque. El hombre insultaba a la barrica desde el suelo, insistía en vencerla, a patadas, hasta que se quedó dormido.
Su chofer esperaba fuera de la viña; con el motor ronroneando.
Acabada la nostálgica visita contempló al durmiente con ternura. ¿Qué podía sentir sino lástima, una dulce compasión por el tiempo ido, por los rumbos que habían tomado sus vidas?
-Llévame al cuartel -le ordenó al conductor.
-A su orden, mi coronela.
La noche se le ofrecía fragante a través de la ventanilla abierta del vehículo. Por un instante le dieron ganas de volver al pasado y cruzar del brazo de su primer marido el portón de la capilla, para enfrentar jubilosa las miradas de los invitados y el arroz que llovía del cielo.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
1 comentario:
Como cambian las cosas con el tiempo.
Un abrazo
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