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martes, agosto 20, 2013

Una historia absurda

Ramoneaba una mula por los cerros que mueren en las aguas del Tinguiririca; era una mañana soleada de un día de invierno. Los árboles y arbustos nativos le regalaban sus hojas y la tierra, su verde pasto nacido de las últimas lluvias. El dueño de la mula, ocupado en otras faenas del campo, la había soltado para que se alimentara ella sola en el monte. Para la mula era como un día de descanso, un domingo. No lo sabía, pero lo vivía.
La noche anterior había actuado un  circo en Chimbarongo, ante regular asistencia. En esos tiempos hasta los circos más pequeños ofrecían números de animales y el de esta historia no fue la excepción. Contaba con cuatro perros malabaristas, un oso pardo y un león. El cuidador de la jaula puso mal el candado de la puerta y la dejó entreabierta, la del león. Causas de su negligencia fueron la mala iluminación del sitio eriazo detrás de la carpa y sus ansias de echarse unos tragos de aguardiente junto a sus compañeros después de la última función. La puerta se abría hacia afuera, en un momento la melena del león la pasó a llevar, el horizonte se le ofreció sin rejas y el león se fue. La oscuridad de la noche ayudó a su fuga.
Los genes del león lo llevaron a buscar el sitio más parecido al Kilimanjaro que ideó su instinto y ese fue el monte chileno de la zona central. Subió durante un buen rato, se cansó y se echó a dormir debajo de un espino; los boldos, litres y peumos le parecieron demasiado frondosos. No cazó de noche por esa mala costumbre que le había impuesto el circo de comer quiltros de día.
A la mañana siguiente se levantó a comer, pero no habiendo jaula no apareció perro alguno ante sus fauces, de modo que tuvo que ingeniárselas. Entonces divisó a la mula con la que partió este cuento.
El león pensaba que las cosas eran fáciles, que era llegar y agarrarse del lomo y de la panza del equino. Olvidaba que tenía los dientes romos y las uñas romas, que el oficio de león de circo lo había transformado poco menos que en león de utilería y que su entrenamiento se reducía a un par de rugidos y aletazos ante una huasca que sonaba como disparo de pistola de fulminante. Aun así la mula se asustó y se orinó de puro susto, sobre todo al sentir el peso del león en sus costillas, peso menor pero muy diferente al de las alforjas o el arado, que eran su pan de cada día. El famélico felino trataba de hincarle el diente pero sus colmillos resbalaban en la piel de la bestia terca. La tierra dejaba huellas del combate en las pisadas profundas de la mula y las plantas saltarinas del león. En un momento el rey de la selva se echó hacia atrás para saltar de nuevo y en eso le llegaron medio a medio de la frente las coces de la mula. Completamente ahuevonado, huyó cerro abajo, donde fue recapturado por los guardias del circo, tarea nada de difícil, porque el león se les entregó prácticamente como niño que se echa en los brazos de su madre.
El veterinario dictaminó que ese día solamente desfilara, sin dar espectáculo. La verdad es que aunque hubiese querido no habría podido hacerlo, ya que producto de los golpes padeció durante toda esa jornada de un fuerte dolor de cabeza.

1 comentario:

La Lechucita dijo...

Triste historia la de este león amansado, mermado y finalmente vapuleado.
Un abrazo