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sábado, septiembre 14, 2013

El jugador

Era la misma canción, en la misma sala; la diferencia la hacían la hora y el estado del tiempo. Ahora el reloj de pared marcaba las tres y cuarto de la tarde, la semana pasada eran las nueve y media de la noche. Ahora la calefacción encendida avisaba que afuera hacía frío; la semana pasada, aunque ya se había hecho de noche, flotaban en el ambiente las notas agradables de un día caluroso.
La "víctima", si pudiera designársele bajo ese nombre, no se daba cuenta de las diferencias, pero yo sí, y por eso las hago ver, aunque ¿gano algo si nada puedo remendar desde mi humilde posición?
A la víctima la canción de ahora le sonaba, más que aburrida, cargante por sus acordes predecibles y el acompañamiento pasado de moda. El redoble de la batería se le hacía insoportable a sus oídos y qué decir del órgano de fondo y la guitarra eléctrica y los coros. La semana pasada, cuando el juego recién empezaba, le pareció bastante divertida. Y era la misma, cantada por el mismo grupo.
A su espalda, la mesa lucía cubierta de carne fría, frutos secos, quesos, rodajas de naranja, bebidas, cervezas, licores, galletas, té y café, pero nadie se molestaba en acercarse a ella, salvo cuando el juego se suspendía. Entonces lo hacían casi por obligación. Era más que nada una forma de estirar las piernas; lo único que esperaban era el paso del tiempo alrededor de la mesa para volver a sentarse.
A veces le iba mal, otras bien. La víctima ganaba y perdía mientras la luna cambiaba de fases y era como si su dinero fuese un globo que se infla y desinfla en los labios de un niño, pero ya empezaba a cansarse. Llevaba demasiado tiempo concentrado en el vicio. Hasta el vicio se hace tedioso y deprime.
Dios está presente en todas partes, pero es invisible a los ojos del cínico. Si la víctima quisiera verlo debería desprenderse de todo su ropaje, quedándose con la pura manta del vicio. Solo el vicio es capaz de recordarle, por contraposición, su presencia; si no lo hace es porque dirige la mente y los sentidos hacia los fines que lo alimentan. No se lo diré ahora, se lo recordaré a la salida, cuando sus oídos me escuchen aunque su alma se haya ido.

1 comentario:

La Lechucita dijo...

Usted siempre me sorprende, como hila la historia hasta el final sin contarlo todo solo sugiriendo.
Besos