Visitas de la última semana a la página

martes, abril 30, 2013

Todo junto, al mismo tiempo

Cada visión una historia y cada historia una ficción. Es maravilloso y me inquieta. Mi delirio de grandeza ansía la síntesis total, perfecta; no puede ser de otro modo, la concentración ante cualquier minucia haría de mi plan una insignificancia. Confieso estremecido que no adoro a Dios, lo envidio; al mismo tiempo no anhelo ser Dios. La omnipotencia sacrifica naturalmente el goce de la fracción.
Recuerdo al gato perdido, imagino las aventuras del felino rebelde y las desventuras de sus amos, buscando entre la sombra de la noche. Me veo de pronto con una sartén en la mano, detrás de mi asesino. Bastaría un golpe certero en la nuca para desconcertarlo y escapar; pero está escrito que el golpe fallará y que el monstruo me hundirá la cuchilla una y otra vez en el hombro izquierdo, bajando de la clavícula hacia el pulmón. A mi lado están sentadas la consejera y su paciente cada vez más flaca, aquejada de una enfermiza pena de amor; no quiero saber más, aunque al salir la miro de lejos, para ver qué tanto le va afectando su obsesión. Oigo a una profesora y su colega, mientras leen la carta del café. Una opina que el sándwich cuesta cinco mil pesos y la otra le pide bajar la voz. Concluyo, al releer lo escrito, que el verbo opinar encaja perfectamente en la frase: la pronunciación del precio en voz alta ya constituye un reproche y a la vez una declaración pública de insolvencia, es decir, una opinión. Los autos lucen sus ofertas de otoño y por la calle se acerca la belleza sublime de la dama entrada en años, la que jamás me regaló siquiera una mirada.
Este es mi pobre mundo divino. Cinco minutos presos en un cuadrante de una ciudad de tantas, todo junto, al mismo tiempo. El alma apretuja sueños, recuerdos, conjeturas, visiones, y los destaca ante los ojos, pasajeros. El Universo amplifica los detalles y los torna omnipresentes, diminutos e infinitos.


jueves, abril 25, 2013

El vago

-Su nombre.
-Samuel Martínez Lara.
-Su edad.
-27 años.
-Profesión u oficio.
-Empleado.
-Renta mensual. Últimas tres liquidaciones de sueldo.
-122.345 brutos. Acompaño documentos.
-Está bien. Tome este número, pase a la segunda sala y espere el llamado.
(Dos horas después).
-¡160-C!
-Mi número.
-Pase.
(Entra, se sienta).
-¿Don Samuel Martínez Lara?
-Sí.
-Dígame qué se le ofrece.
-Ya lo sabe. Vine a cambiar de piel.
-He leído sus antecedentes. Permítame hacerle unas preguntas antes de dar curso a la operación.
-Pensé que si reunía los requisitos... eso decía el aviso.
-No le estoy negando sus derechos; sólo quiero limpiar eventuales vacíos... ¿No está conforme con sus ingresos en la compañía en que trabaja?
-Al contrario.
-¿Y para qué quiere cambiar de piel? ¿Ignora acaso que si lo hace renunciará a ese ingreso seguro?
-No. Lo sé perfectamente.
-¿Y entonces?
-¿Debe saberse la verdad?
-Sí.
-La verdad es que lo hago porque asumí que soy un vago. Decidí vagar lo que resta de mi vida, aunque sea pagando el precio de la pobreza. No concibo esto de otra forma que observando a la gente, a los animales y a las plantas, a las nubes y a la bóveda celeste. Mirar como idiota es mi aspiración.
-La sociedad condena a personas como usted a la miseria.
-Nadie querrá pagarme el oro que valgo, pero rendiré más que el eficiente empleado que soy.
-¿Por qué?
-En las escaleras del Metro sobra gente inmóvil, apurada.
-Abandona usted el juego del mecano de la vida. Eso a nada bueno conduce.
-Me hace dudar con sus preguntas.
-Esa ventanilla de ojo de buey que está viendo con sus propios ojos, aquella que abre las puertas del quirófano, hará de usted un hombre en carne viva. Apenas sea dado de alta se arrepentirá de lo que ha hecho.
-No me amenace.
-Acompáñeme entonces al quirófano, y que no se hable más.



miércoles, abril 24, 2013

Verdad de cementerio

Si lo quieres, tienes que pagar. Si no puedes, no lo busques. Si quieres y no tienes, vete a otro lado. Si insistes, para ti no estoy.
Todo lo que le decía era verdad. Pero verdad de cementerio. Le insistió con una última propuesta, a sabiendas del resultado. El tono era derrotista.
¿No merezco acaso una excepción?
Las campanas de la iglesia acallaron la respuesta.
Jajajajajajá, quién te crees que eres.
Se fue a su casa, a esperar el correo. Durante siete días aguardó la carta que no llegó. Al octavo día apareció el cartero con una pila de cuentas por pagar.
Qué curioso. Aquello que más quería se le volvía humo, burla y desprecio. Lo que le era indiferente y hasta repudiable aguijoneaba puntualmente su alma, sin fallar jamás.

lunes, abril 22, 2013

El muro y la tinaja

Un enorme muro geológico, imposible evadirlo, de extraña belleza, casi pura roca fría adornada de plantas que dicen tantas cosas cuando vibran por el aire agitado.
Desde abajo elevaban la vista, angustiadas, dentro de una tinaja de agua caliente que las adormecía. Las palabras de los seres que amaban se iban desvaneciendo. Sólo quedaban el muro y la tinaja.
La felicidad del cuerpo, la infelicidad de la mente.
Los arrieros que lo surcan por las noches, ateridos, que lo conocen como la palma de la mano mientras ellas, dentro de las aguas, los imaginan.

viernes, abril 19, 2013

El tallo

El movimiento interno se detuvo y lo clavó frente a la ventana. Por la vereda pasaba la gente con sus mil caras; era agradable divisar desde la perspectiva de un despedido la vida de afuera y la de adentro.
Sin aviso, tomó conciencia de un tallo largo que se elevaba desde un pequeño florero en su mesa. El tallo se refocilaba de su altura tímida; le interrumpía la visión y eso le iba provocando inquietud, por el efecto óptico del desenfoque, que lo duplicaba. Quería ver esas mil caras nunca antes vistas, ese panorama que nada pide y todo lo da, que despierta sensaciones, vagas reflexiones, pero le salían al paso dos tallos difusos. Contrariado, al borde de la ansiedad,  preso de sí mismo, pidió la cuenta y se marchó.

martes, abril 16, 2013

Sensaciones

-¿Es del nueve o del diecinueve?
-Del diecinueve -repitió, pero tuvieron que preguntarle de nuevo, porque su voz apenas se escuchaba.
Aclarada la duda, la funcionaria le entregó el documento, no sin antes fulminarlo a miradas. Cristóbal salió con la carpeta bajo el brazo, sintiendo que llevaba un tesoro. Le había costado tanto obtenerla, y ahora por fin era suya.
Una plazuela se le ofreció a la vista. Buscó un escaño y se sentó. Abrió la carpeta y contempló el documento una y otra vez. Encorvado, con la mirada triste y vidriosa fija en su tesoro, a punto de llorar de emoción, nadie hubiese pensado que estaba feliz. Sin embargo estaba muy feliz.
Sobre el pasto, un mendigo que dormía tapado con una colcha dio media vuelta la cabeza y lo vio sentado en el escaño; el sol le dio de lleno en los ojos y los cerró. Se tapó la cabeza y volvió a dormirse. En el banco de la otra punta, dos liceanas hablaban a gritos. Una se inclinó hacia la otra, la agarró de la nuca y la besó en la boca. La otra le respondió con dos groserías al hilo, ambas miraron a Cristóbal y se largaron a reír. El cartero detuvo su bicicleta y comenzó a revisar sobres del bolso. Un perro vago le ladraba a la rueda trasera. El cartero le tiró un puntapié y erró por centímetros; el perro se alejó, asustado.
Antes las cosas eran  más fáciles. Todo se hallaba claramente delimitado. La norma era la norma, la revolución revolución, la pobreza era pobreza y los hombres se dividían en grandes, mediocres y pequeños. Ahora había tanto que despejar; sobre el mundo se cernía una nata vibratoria que hacía funcionar a las máquinas, cada vez más necesarias e intrascendentes.

domingo, abril 14, 2013

El lustrín

Mi mundo era Rancagua. Y de Rancagua, dos o tres lugares y cuatro o cinco calles. Mi casa, la casa de Ibieta, la escuela 1 (luego el liceo), la plazuela Simón Bolívar, la canchita ubicada al costado de la línea del tren, el quiosco del tío Pablo.
Un domingo, cansada de nuestra holgazanería de niños mimados, mi mamá nos mandó a lustrar zapatos al quiosco. Al principio lo echamos a la broma y con el Vitorio nos largamos a reír. La tercera vez que impartió la orden comenzamos a preocuparnos; cuando sacó el lustrín del cuarto se nos heló la sangre de las venas. Abrió la puerta y vi su figura a contraluz con el lustrín en la mano. La luz del sol me encegueció: ante mis ojos y mis prejuicios se abría el mundo, el único que conocía, esperando para devorarme.
Considerándolo hoy, la idea no era tan terrible y hasta podría habernos dado unos pesos extras; la gente seguramente se habría reído de nuestra gracia, el tío Pablo nos habría gastado algunas bromas y un par de vecinos habrían puesto de buena gana sus zapatos sobre la madera. Eso es hoy, pero entonces era un asunto muy diferente: significaba para ambos el peor de los castigos; de hecho no recuerdo uno peor, y eso que no se concretó. Hacer de lustrabotas era rebajarnos al nivel de pelusitas, humillar nuestro amor propio, ser expuestos a la mofa de amigos y enemigos. Yo me imaginaba, mientras le rogaba a mi mamá que echara atrás la orden, tal vez llorando o tiritando de pavor, me imaginaba dando explicaciones estúpidas a los pies del quiosco, qué les pasó chiquillos, es que nos castigaron, buena la hicieron cabritos, nos portamos mal y mi mamá nos  castigó, y cuánto sale la lustriá, no sé como veinte pesos, ya pero sácale harto brillo, bueno señor.
Saliendo del casco céntrico, el quiosco del tío Pablo era algo así como la puerta de ingreso a los barrios mineros. Frente al quiosco pasaban diariamente, a partir de las cinco de la tarde, una infinidad de obreros que salían de sus faenas en la Braden, mi papá entre ellos. La mayoría de los hombres (en esa abigarrada multitud no se divisaba una sola mujer) seguían de largo por la calle Millán hacia la población Isabel Riquelme y la población Rancagua Sur; otros tantos se metían a la población Rubio y a la población Sewell, doblando en la esquina del quiosco, que quedaba exactamente en el vértice surponiente de las calles Millán y Bueras. La legendaria vía férrea de trocha angosta que llevaba a Sewell ya fue borrada del mapa. Pero en esos años la línea, que nacía en las instalaciones centrales de la compañía cuprífera, iniciaba su camino hacia la cordillera por el costado de Millán y a no más de un metro y medio al sur se levantaba el quiosco. Detrás de éste se hallaba el sitio eriazo que nos servía de cancha de fútbol y que estaba separado de la línea por una reja. La cancha, de una cuadra entera de largo, limitaba hacia el sur con las casas de un piso de la población y hacia el poniente, con más casas.
Entre las poblaciones Rubio y Sewell había una notable diferencia: la primera estaba compuesta de casas de un piso y la segunda, de bloques de tres pisos. Las familias de mayor nivel cultural vivían en la población Rubio; las otras se repartían entre los pisos de los bloques. Nosotros vivíamos en la población Rubio. Aun así, en el barrio entero no se sentía peligro alguno, de ningún tipo, y a nadie se le ocurría encerrar a sus hijos dentro de la casa pasada cierta hora. Pero me desvío.
Al quiosco acudían los vecinos más heterogéneos. Había uno que iba a lucir su uniforme de conscripto. Fumaba de esos Cabañas planos que dejaban amarillas las puntas de los dedos. Yo no me daba cuenta entonces de los miedos que se incubaban en el alma de las personas, porque interpretaba los gestos del conscripto como placenteros, cuando lo más probable es que hayan nacido de la ansiedad de ver pasar el tiempo y como telón de fondo, de la condena de tener que volver al regimiento. A veces cruzaba por allí el Pelado Velorio y todos salíamos arrancando de su terrible mirada que presagiaba muertes, funerales y olor a flores rancias. Juanico, el cantinero de la oreja mocha, tenía su negocio a metros de distancia y regularmente lo veíamos asomarse a la puerta a recibir o despedir a sus clientes. El Muchilo, el Cochefa, el Papa Barata y los hermanos Jara Concha iban llegando de a poco, hasta que se hacía el número mínimo para armar la pichanga. En el quiosco también se vendía el pan. Además su dueño, el tío Pablo, armaba viajes a Santiago en micro para ver los partidos del O'Higgins o los hexagonales del verano, así como los paseos domingueros a la playa. En síntesis y a pesar de su humilde perímetro, el quiosco reunía, comunicaba y cumplía esa función que las ciudades destinaban antes a las plazas, de allí el horror ante la amenaza del cambio de estatus.
Cuando íbamos a los dominios del quiosco los domingos, nuestra entretención era ver las caras tristes de los "nucas de fierro" partiendo a la mina, asomados a las ventanillas del tren y seis días después, sus rostros de ansiedad al regresar a casa. También solíamos poner monedas de un cóndor en los rieles. Eran de aluminio, el tren pasaba sobre ellas y al esfumarse a la distancia corríamos a recoger el producto que dejaba: unos discos delgadísimos aún calientes que no servían para nada.


miércoles, abril 10, 2013

El gran arquitecto

Lo principal ya había sido hecho. Los planos, sin embargo, no se habían convertido en edificio. El arquitecto era autor de un inmenso proyecto que dormía en el cajón del escritorio. Sabía a ciencia cierta que cualquier otro volumen que iniciara sería inferior al que ya había acabado en teoría. Los años se le venían encima y con ellos, lo que arrastran.
Mientras fumaba metió al equipo de música un disco de Juan Sebastián Bach. Desde su departamento se divisaba el río Mapocho y el puente Pío Nono, con la multitud que atravesaba hacia el barrio Bellavista o volvía de las universidades. "A esta altura, pensó, Bach ya había construido sus inmensas catedrales, pero tal como las mías, dormían en un cajón". La primera suite francesa le daba una señal, en su idioma.
Con ese tormento y con esa ilusión bajó a la calle.
Pero el mundo de abajo no era el de Bach; todo se movía en forma desordenada, había demasiados genios circulando, demasiados ignorantes exigiendo, y tanto las obras como las demandas se sucedían a una velocidad espantosa.

sábado, abril 06, 2013

Palabras en la pieza de al lado

-Ámame, por favor, ámame, te lo pido de rodillas...
(¿Acaso no lo notas?)
-Yo te amo, te lo juro que te amo más que a mí misma.
(No lo siento con la suficiente fuerza).
-Si no me crees, destrózame ahora mismo.
(Intento hacerlo).
-Haz lo que quieras conmigo, hazme cualquier cosa.
(Pero qué).
-Te estoy ofreciendo mi vida y no me dices nada, te burlas de mis palabras.
(Eso es lo que piensas).
-Hace mucho tiempo que noto que te burlas de mis palabras, mientras que yo vivo el día entero pensando en ti.
(Bien haces).
¿Te parece que no estoy cuerda?
(A veces lo he llegado a considerar, no lo niego).
-¡Cuerda estoy, nunca en mi vida había estado tan cuerda!
(Noto que te viene de nuevo la explosión de alegría).
-¡Ay diosito! Te siento te siento te siento... ¡Al fin eres mío, ya estás dentro de mí! ¡No me dejes nunca!
(No creas todo lo que sientes, porque te puedes equivocar).
-Mío, mío, mío, sólo mío. No me mientas. Y yo, tuya entera en cuerpo y alma.
(No te miento. Eres tú quien se obstina en fabricar otra verdad).
-Mamá... ¿qué hora es?
-Duerme, hijita, son más de las tres.
-¿Por qué la tía dice esas cosas?
-¿Qué cosas?
-Esas cosas que dice.
-Está hablando con Dios.


viernes, abril 05, 2013

Confusión

-Estuviste bien -oyó que le decían.
Trataba de amarrarlo, pero las formas se le mezclaban y cuando volvió a separar los colores sonó una estampida como choque de trenes y el horizonte se tornó blanco en menos de medio segundo, un blanco más intenso que el foco que pendía sobre su cabeza. En medio de la profundidad le asomaba una duda: no sabía bien si estaba estirando de nuevo los brazos o si dormía plácidamente en la cama que compartía con su hermanito. Algo le ordenaba levantarse, no era de hombre quedarse dormido mientras lo observaban desde arriba; tal vez se hallaba en el quirófano y la orden era no mover un solo músculo hasta que el doctor de humita que movía los labios no completara su tarea.
De la galería surgía un murmullo melancólico. La fiesta estaba terminando y ya era hora hora de marchar a casa, alumbrados todos por esa luz menor de faroles provincianos que llevan directo a la miseria.
Él se disculpó:
-Lo tenía listo, me calzó en un descuido, pero me le hace que a la otra lo boto yo, profe...